Chambi revisitado

Aunque fechada en 1928, en el Cusco, esta es una imagen de innegable vigencia. Es una foto de Martín Chambi, nuestro gran fotógrafo modernista, y me serviré de ella como punto de partida para una reflexión sobre el racismo y la polémica que dos brillantes intelectuales peruanos sostienen sobre el tema desde hace unas semanas. No es que la foto me parezca racista, sino que me permite ilustrar un relato de base a las consideraciones que expondré muy someramente.
.
Hay un primer momento, totalmente descriptivo, en la observación de esta imagen: la foto muestra una novia al pie de una gran escalera de una lujosa mansión cusqueña. Enteramente de blanco y con el velo levantado, la damisela mira lánguidamente al objetivo sosteniendo un enorme bouquet. La ostentación arquitectónica es descomunal: dos esculturas de tamaño natural, de inspiración renacentista, flanquean la entrada a los alfombrados peldaños. En el techo, una enorme claraboya recrea motivos en vidrio catedral. El reloj de péndulo, en la pared del fondo, marca quince minutos para las once, lo que indica que la foto ha sido tomada pocas horas antes de la celebración del rito matrimonial católico (dado lo rudimentario del servicio de luz eléctrica en la época –estamos en los años 20– y la rígida vida social de la clase alta cusqueña, los matrimonios tenían lugar en horas del mediodía).
.
Pero al lado derecho de la foto percibimos súbitamente una figura humana, diametralmente opuesta. La inquietante presencia de una "otra" persona, visible a nuestros ojos, pero oculta en la penumbra: una anciana de rasgos indígenas, ataviada con ropas modestas, sentada sin apoyar la espalda, mira de frente a la cámara. Si pensamos en la puesta en escena previa a la toma de la foto debemos concluir que la anciana no debía aparecer en la imagen. De otra manera, se le hubiese pedido que se coloque al lado izquierdo, zona iluminada por las bombillas de luz del segundo piso que, observen bien, están apagadas del lado derecho. La presencia de esa "otra" persona es, pues, fortuita. Me detendré acá por el momento y haré dos reflexiones.
.
En los últimos meses, a raíz de diversas manifestaciones, conscientes o no, del viejo racismo atávico peruano (que van desde los dislates de una agencia de publicidad de pretensiones "inclusivas" hasta la discriminación pura y dura de algunos establecimientos que bajo el rótulo del "derecho de admisión" ejercen el apartheid), se ha reavivado la discusión sempiterna sobre el racismo en nuestra vida cotidiana. Dos libros recientes, Racismo y mestizaje de Gonzalo Portocarrero y Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce (que se suman a otros, no tan recientes pero perfectamente vigentes, como La piel y la pluma, de Nelson Manrique, y Visión, raza y modernidad, de Deborah Poole) han arriesgado, cada cual con instrumentos de análisis irreprochables, nuevos diagnósticos de aquello que Bruce llama, certeramente, una "peste nacional".
.
Hay dos peligros aquí que es preciso conjurar antes de abordar el tema del racismo en el Perú: la inútil reiteración, que algunos medios practican hasta el hastío, de "sondear" si hay o no racismo en el Perú. No porque la opinión de la gente no me parezca importante, sino porque toda encuesta involucra la posibilidad de la negación. El peligro radica justamente en la posibilidad de negar el racismo. En la medida que sigamos "encuestando" acerca de la posible existencia o no de una peste que nos asalta tanto en la vida pública como en la privada, estas prácticas se perpetuarán amparadas bajo el manto ambiguo de una existencia puesta en duda. Y el otro peligro es aquel que implica perder de vista los distintos niveles de ejercicio del racismo, las formas sutiles, casi imperceptibles, pero siempre eficaces en que muchos de nuestros ciudadanos son conminados diariamente "a ubicarse".
.
En cuanto a la polémica Jorge Bruce vs. Martín Tanaka, si bien la lectura del libro de Bruce me ha resultado decepcionante, no puedo sino fustigar el argumento de Tanaka, que pretende deslegitimar a Bruce con el endeble argumento de que este miraría el asunto desde una posición "blanca". Eso equivale a exigir de esa mirada algo que esa mirada no se propone. Ni podría proponerse. Pregunto: ¿es que Bruce podría escribir desde otra posición que no sea la suya sin caer en la demagogia intelectual? ¿Querría Tanaka que Bruce vaya a dormir una noche en un asentamiento humano, a la manera de un político de ingrata recordación, para sustentar a partir de esa vivencia postiza su derecho a opinar sobre una lacra que todos reconocemos como tal? De otro lado, las mismas objeciones que Tanaka hace a Bruce podrían ser aplicables al propio Tanaka, instalado en ese templo de la élite intelectual que es el IEP. Por su parte, Tanaka no parece percibir que las estructuras sociales pueden mutar manteniendo intactas las mentalidades y da por sentado que las migraciones del sur andino hacia Lima, iniciadas hace más de cuarenta años, han modificado necesariamente la convivencia entre limeños y provincianos. Bastaría constatar lo que algunos llaman racismo intercomunitario (es decir, aquel que se practica dentro de una comunidad más o menos homogénea) o el racismo reactivo, para concluir que tal aseveración es falaz y que muchos de los recién llegados, lejos de modificar los prejuicios y los viejos vicios de su nuevo hábitat, terminaron por adaptarse a ellos y adoptarlos como suyos.
.
Y si la lectura de Nos habíamos choleado tanto me deja insatisfecho no es tanto por la posición desde la que escribe Bruce (que, repito, no puede ser otra más que la suya), sino por la ausencia de una profundización en el tema del lenguaje como agente del racismo. Vehículo de comunicación, el lenguaje es también instrumento de violencia. Y es en la articulación del lenguaje que la peste racista se reproduce y contagia. Dos ejemplos: tenía un compañero del colegio primario, hijo de huancaínos, extremadamente grande y fuerte en comparación a todo el resto de alumnos. En las peleas, este muchacho podía pulverizar fácilmente a cualquiera que lo retara a los puños, pero lo he visto desmoronarse, casi literalmente, cuando su ocasional adversario pronunciaba "serrano de mierda". Como si la sola frase lanzara sobre él flechas invisibles que lo debilitaban, como si él reconociese en esa frase (sin duda muchas veces escuchada) la condición de una inferioridad a priori. Por otro lado, he asistido a ocasiones en que un bebé acababa de nacer. Una frase constante, expresada con júbilo y no sin cierto alivio, aun en personas cultivadas y bien pensantes, es "ha salido blanquito" o "tiene ojos claros", lo que revela una suerte de eugenismo fuertemente arraigado en el subconsciente social de los peruanos.
.
Vuelvo a Chambi: José Carlos Huayhuaca me indica que existen dos fotografías de este mismo retrato. Aparentemente, alguien se dio cuenta del "error" de esa presencia y una segunda foto fue hecha. Es, sin embargo, esta la que se incluye en todos los catálogos del fotógrafo. Y es este el segundo momento, interpretativo, de la imagen: el personaje de la anciana, sirvienta de la mansión, sostiene toda la imagen. Todo adquiere un sentido con esa presencia, un orden. Su presencia hace posible el relato histórico y social de ese momento determinado. Sin ella, la mansión toda, novia incluida, se desmorona. Esta presencia es el signo de la crisis de una nación desarticulada, pero también la utopía de una urgente integración. Obviamente esta presencia se puede leer en términos de explotación, pero una lectura valorativa es también posible. La anciana, nana indígena, está donde debe estar, con su carga de trabajo y sabiduría. Es la utopía de una sociedad que debe urgentemente integrar a los constructores, cotidianos y anónimos, de esa "dorada ciudad" de la que hablaba Bertolt Brecht. Y acaso si somos capaces de iluminar ese rostro que es a la vez imagen semejante y si somos capaces de articular un lenguaje de cuyas grietas no emerja violencia, la endémica peste racista podrá finalmente ser erradicada del último resquicio de nuestra alma nacional.
.
Fuente: La República

No hay comentarios: