Martín Tanaka ha tenido la gentileza de comentar mi libro sobre psicoanálisis y racismo -Nos habíamos choleado tanto- en las páginas de este diario. Agradezco sus términos elogiosos y, en particular, sus discrepancias. Sus críticas alturadas y constructivas constituyen una invitación a seguir pensando y aportar miradas diferentes acerca de un fenómeno social de alta complejidad, que requiere acercamientos transdisciplinarios. Sus objeciones son dos: en primer lugar, el sesgo psicoanalítico que consiste en mirar el racismo desde la patología, lo cual llevaría a no valorar lo suficiente los cambios democratizadores producidos en el país.
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Desearía que Tanaka esté en lo cierto cuando afirma que el país se ha democratizado más de lo que mi enfoque pareciera indicar. No obstante, me reafirmo en la importancia de entender el racismo como una vivencia íntima, que se procesa en el fuero interno y nos lleva a actitudes discriminatorias, con frecuencia inconscientes, en una gran variedad de situaciones que nos pasan inadvertidas, y que la experiencia clínica contribuye a esclarecer. Máxime cuando estamos lejos de una democracia en donde todos seamos ciudadanos con los mismos derechos. Esa desigualdad estamental permite la pervivencia tenaz de ideologías y prácticas arcaicas, pero no infrecuentes ni inoperantes y sí causantes de sufrimiento. El racismo subsiste como una patología intra e intersubjetiva, alojada en el mundo interno y en las entrañas de nuestro lazo social: de ahí la dificultad para erradicarlo o, por lo menos, combatirlo (lo cual no está sucediendo).
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Su segunda discrepancia señala que estoy mirando el mundo desde el lugar de las clases altas, "blancas", las cuales serían las que discriminan con más encono que nunca, mientras que el resto de la sociedad ya no lo acepta y lo niega en la medida de sus posibilidades. El problema con esta visión optimista del rechazo a permanecer en una posición subalterna es que desconoce la fuerza de mecanismos inconscientes, como la identificación con el agresor o la pasividad rencorosa, que es una forma encubierta de actividad negativa.
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Esto explica que se encuentre comportamientos racistas en todas las clases sociales y en ámbitos tan diversos como comisarías, colegios, dependencias estatales, municipalidades, relaciones afectivas, familiares, laborales, etcétera. Sin olvidar la autodiscriminación. Si fuera tan solo un asunto de sectores privilegiados, ya habría dejado de ser problema hace tiempo.
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Precisamente, una manera de proporcionar las herramientas que Martín invoca para luchar contra este mal es un diagnóstico descarnado de cómo participamos los peruanos en mantenerlo con vida, eso que en psicoanálisis se conoce como la experiencia informulada o lo sabido no pensado. Como concluyo en el libro citado: es un combate casa por casa, cuerpo a cuerpo, mente a mente.
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Autor: Jorge Bruce
Fuente: Perú21
Disculpen, soy lesbiana
Por Esther Vargas
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Una universidad que forma periodistas y que -según el comercial que la promociona- "piensa en grande" no puede propiciar la intolerancia y la discriminación. Se supone que en sus aulas se prepara a comunicadores íntegros y valientes. Sin embargo, la tarde del martes me topé con una sorpresa: una profesora lesbiana resultaba incómoda, perniciosa y no grata.
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Esa profesora soy yo. La universidad es la San Martín de Porres, Facultad de Ciencias de la Comunicación, donde estudié la carrera.
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Siempre creí que las organizaciones defensoras de las minorías sexuales exageraban cuando hablaban de discriminación sexual en el Perú. Pensaba aquello porque quizás tuve la suerte de no haber sido marginada en ninguna parte. En el aspecto laboral, precisamente, debo decir que en el desaparecido diario El Mundo, en La República y en Perú.21 -donde actualmente trabajo como editora de la sección Sociedad- jamás me he sentido marginada por mi orientación sexual, la misma que nunca oculté.
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Mis jefes y mis compañeros me trataron y me tratan con respeto y sin aspavientos. La condición sexual de sus periodistas no era ni es motivo de escándalo. Por eso, quizás, no me sentí tocada y hasta sospeché que se sobredimensionaba el problema.
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Lo que realmente ocurre -entendería luego- es que los gays y lesbianas maltratados y/o desalojados o desplazados de sus centros de trabajo -sean instituciones públicas o privadas- no se atreven a denunciar por el miedo a que su familia, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, y parentela en general, se enteren de 'su verdad'.
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A lo largo de mi carrera he abordado el tema de la discriminación sexual por una cuestión de principios. Principios que -por suerte- siempre coincidieron con la política de los medios que me acogieron. Perú.21, de hecho, ha cuestionado y defendido estas causas desde su aparición, en 2002, cosa que me enorgullece y que me ha permitido sentirme muy cómoda.
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No obstante, hay que decirlo, no fueron muchos los casos que han salido a la luz. Pocos se atreven a decir que por su condición homosexual fueron despedidos, humillados, presionados u hostilizados. El martes me tocó a mí y, por esos principios que menciono, no me lo voy a callar, así la imagen de la universidad que me dio la oportunidad de enseñar se vea afectada.
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Posiblemente no solo soy parte de una minoría sexual sino también de una minoría dentro de esa minoría que no esconde su homosexualidad ante el mundo. Me refiero a mi pequeño mundo: mi madre, mis hermanos, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis jefes, mis colegas y. MIS ALUMNOS (sino todos, buena parte de los más de 500 jóvenes que desde marzo de 2007 contribuí a formar).
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SALIDA SALOMÓNICA. Las profesoras Marina Cho, jefa del Departamento Académico, y Silvia Quintero, responsable de periodismo escrito, me llamaron el martes último para informarme que habían recibido quejas de un grupo de alumnas. ¿Quejas sobre qué?, pregunté. Luego se me cambió la versión. No eran alumnas las quejosas sino padres de familia, supuestamente inquietos por la opción sexual de la profesora de sus hijos. Se me mencionó también que habían recibido correos electrónicos anónimos, presumiblemente de padres o alumnos, contrariados por haber encontrado detalles sobre mi vida sexual en Internet.
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En 2006 creé un blog personal llamado sex o no sex, donde tocaba abiertamente temas de sexo y hacía referencia a mi orientación sexual. Simplemente era un diario. Asimismo, las profesoras citaron la columna de sexo que escribo en este diario los miércoles, la cual suele tener rebote en Internet. Quizás, dijeron Cho y Quintero, los chicos, sus padres o los anónimos habían tenido acceso a esta información.
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También se me cuestionó la creación de un blog exclusivo para mis lecciones de periodismo. Se trata de Clases de periodismo (http://clasesdeperiodismo.blogspot.com/), una herramienta didáctica y moderna para 'enganchar' a los alumnos con la lectura y la carrera. El blog, creo yo, tuvo acogida entre los chicos, quienes realizaban en línea prácticas calificadas o debatían determinados temas. ¿Qué de malo hallaban en este espacio? Libros en versión PDF para descargar gratuitamente, correctores ortográficos, videos, webs de diarios nacionales y extranjeros, opiniones de periodistas, polémicas sobre medios y técnicas de redacción. Las profesoras señalaron que quizás este sitio on-line había llevado a los chicos o a sus padres a algún link relacionado con mi vida sexual, lo cual me pregunto si es una falta.
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No se observó mi desempeño profesional. La señora Cho -quien fue mi profesora de Redacción 1 y a la que no puedo dejar de agradecer que me recibiera como docente- me indicó que la universidad estaba en la mira, que se le buscaba perjudicar, y que mi orientación sexual podía generar problemas, escándalos. Temía, según me dijo, que los padres organizaran una protesta.
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Valoraba mi trabajo, mi metodología (aunque el blog no le gustó, pues me dijo que el sílabo bastaba), mi esfuerzo, pero lo mejor sería que abandonara las aulas.
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Cho y Quintero manifestaron que había personas intolerantes, conservadoras, pero que ellas respetaban la opción sexual de su personal. Sin embargo, para evitar problemas, lo más conveniente era una salida salomónica. La salida era que renunciara o que me dedicara a elaborar manuales para periodismo, tarea que -por cierto- presentaron como muy interesante. Seguro que lo es, pero a mí me contrataron para dictar clases, no para realizar trabajos administrativos o para elaborar manuales. Porque justamente pienso en grande -como dice el comercial de la San Martín-, no acepto premios consuelo y rechazo, desde aquí, que se me haya pretendido apartar de las aulas por ser lesbiana.
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MARCHA ATRÁS. No renuncio. Esperaré que me despidan o que se me indique muy claro las razones de esa actitud, o quizás que se me explique por qué una profesora lesbiana no puede enseñar periodismo en una universidad que, supuestamente, piensa en grande. No quiero premios consuelo. Simplemente quiero denunciar este hecho de intolerancia que le puede pasar a cualquiera o que quizás ya esté pasando, con alumnos o con profesores.
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Es raro que, después de casi un año y medio enseñando en la San Martín, recién se hayan dado cuenta de que soy lesbiana. No sé si la entrevista que me hizo mi ex alumno Jaime Chao para su blog Red@ctiva fue el detonante. Chao me hizo una sola pregunta -con elegancia- sobre el tema, y yo le respondí con honestidad. No sé si esto algo haya tenido que ver.
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PD. La tarde de ayer, la profesora Silvia Quintero me hizo saber que todo había sido una equivocación, que jamás se pretendió discriminarme y que hoy podía retornar a clases, pues tenía la garantía de que no volverá a ocurrir. Se me pidió que continuara con mi labor académica pero, antes que nada, decidí expresar mi rechazo a la intolerancia a través de este artículo. Susel Paredes, abogada de LGTB Legal Perú, se hará cargo de mi defensa ante cualquier acto discriminatorio.
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Fuente: Perú21
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Una universidad que forma periodistas y que -según el comercial que la promociona- "piensa en grande" no puede propiciar la intolerancia y la discriminación. Se supone que en sus aulas se prepara a comunicadores íntegros y valientes. Sin embargo, la tarde del martes me topé con una sorpresa: una profesora lesbiana resultaba incómoda, perniciosa y no grata.
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Esa profesora soy yo. La universidad es la San Martín de Porres, Facultad de Ciencias de la Comunicación, donde estudié la carrera.
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Siempre creí que las organizaciones defensoras de las minorías sexuales exageraban cuando hablaban de discriminación sexual en el Perú. Pensaba aquello porque quizás tuve la suerte de no haber sido marginada en ninguna parte. En el aspecto laboral, precisamente, debo decir que en el desaparecido diario El Mundo, en La República y en Perú.21 -donde actualmente trabajo como editora de la sección Sociedad- jamás me he sentido marginada por mi orientación sexual, la misma que nunca oculté.
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Mis jefes y mis compañeros me trataron y me tratan con respeto y sin aspavientos. La condición sexual de sus periodistas no era ni es motivo de escándalo. Por eso, quizás, no me sentí tocada y hasta sospeché que se sobredimensionaba el problema.
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Lo que realmente ocurre -entendería luego- es que los gays y lesbianas maltratados y/o desalojados o desplazados de sus centros de trabajo -sean instituciones públicas o privadas- no se atreven a denunciar por el miedo a que su familia, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, y parentela en general, se enteren de 'su verdad'.
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A lo largo de mi carrera he abordado el tema de la discriminación sexual por una cuestión de principios. Principios que -por suerte- siempre coincidieron con la política de los medios que me acogieron. Perú.21, de hecho, ha cuestionado y defendido estas causas desde su aparición, en 2002, cosa que me enorgullece y que me ha permitido sentirme muy cómoda.
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No obstante, hay que decirlo, no fueron muchos los casos que han salido a la luz. Pocos se atreven a decir que por su condición homosexual fueron despedidos, humillados, presionados u hostilizados. El martes me tocó a mí y, por esos principios que menciono, no me lo voy a callar, así la imagen de la universidad que me dio la oportunidad de enseñar se vea afectada.
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Posiblemente no solo soy parte de una minoría sexual sino también de una minoría dentro de esa minoría que no esconde su homosexualidad ante el mundo. Me refiero a mi pequeño mundo: mi madre, mis hermanos, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis jefes, mis colegas y. MIS ALUMNOS (sino todos, buena parte de los más de 500 jóvenes que desde marzo de 2007 contribuí a formar).
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SALIDA SALOMÓNICA. Las profesoras Marina Cho, jefa del Departamento Académico, y Silvia Quintero, responsable de periodismo escrito, me llamaron el martes último para informarme que habían recibido quejas de un grupo de alumnas. ¿Quejas sobre qué?, pregunté. Luego se me cambió la versión. No eran alumnas las quejosas sino padres de familia, supuestamente inquietos por la opción sexual de la profesora de sus hijos. Se me mencionó también que habían recibido correos electrónicos anónimos, presumiblemente de padres o alumnos, contrariados por haber encontrado detalles sobre mi vida sexual en Internet.
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En 2006 creé un blog personal llamado sex o no sex, donde tocaba abiertamente temas de sexo y hacía referencia a mi orientación sexual. Simplemente era un diario. Asimismo, las profesoras citaron la columna de sexo que escribo en este diario los miércoles, la cual suele tener rebote en Internet. Quizás, dijeron Cho y Quintero, los chicos, sus padres o los anónimos habían tenido acceso a esta información.
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También se me cuestionó la creación de un blog exclusivo para mis lecciones de periodismo. Se trata de Clases de periodismo (http://clasesdeperiodismo.blogspot.com/), una herramienta didáctica y moderna para 'enganchar' a los alumnos con la lectura y la carrera. El blog, creo yo, tuvo acogida entre los chicos, quienes realizaban en línea prácticas calificadas o debatían determinados temas. ¿Qué de malo hallaban en este espacio? Libros en versión PDF para descargar gratuitamente, correctores ortográficos, videos, webs de diarios nacionales y extranjeros, opiniones de periodistas, polémicas sobre medios y técnicas de redacción. Las profesoras señalaron que quizás este sitio on-line había llevado a los chicos o a sus padres a algún link relacionado con mi vida sexual, lo cual me pregunto si es una falta.
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No se observó mi desempeño profesional. La señora Cho -quien fue mi profesora de Redacción 1 y a la que no puedo dejar de agradecer que me recibiera como docente- me indicó que la universidad estaba en la mira, que se le buscaba perjudicar, y que mi orientación sexual podía generar problemas, escándalos. Temía, según me dijo, que los padres organizaran una protesta.
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Valoraba mi trabajo, mi metodología (aunque el blog no le gustó, pues me dijo que el sílabo bastaba), mi esfuerzo, pero lo mejor sería que abandonara las aulas.
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Cho y Quintero manifestaron que había personas intolerantes, conservadoras, pero que ellas respetaban la opción sexual de su personal. Sin embargo, para evitar problemas, lo más conveniente era una salida salomónica. La salida era que renunciara o que me dedicara a elaborar manuales para periodismo, tarea que -por cierto- presentaron como muy interesante. Seguro que lo es, pero a mí me contrataron para dictar clases, no para realizar trabajos administrativos o para elaborar manuales. Porque justamente pienso en grande -como dice el comercial de la San Martín-, no acepto premios consuelo y rechazo, desde aquí, que se me haya pretendido apartar de las aulas por ser lesbiana.
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MARCHA ATRÁS. No renuncio. Esperaré que me despidan o que se me indique muy claro las razones de esa actitud, o quizás que se me explique por qué una profesora lesbiana no puede enseñar periodismo en una universidad que, supuestamente, piensa en grande. No quiero premios consuelo. Simplemente quiero denunciar este hecho de intolerancia que le puede pasar a cualquiera o que quizás ya esté pasando, con alumnos o con profesores.
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Es raro que, después de casi un año y medio enseñando en la San Martín, recién se hayan dado cuenta de que soy lesbiana. No sé si la entrevista que me hizo mi ex alumno Jaime Chao para su blog Red@ctiva fue el detonante. Chao me hizo una sola pregunta -con elegancia- sobre el tema, y yo le respondí con honestidad. No sé si esto algo haya tenido que ver.
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PD. La tarde de ayer, la profesora Silvia Quintero me hizo saber que todo había sido una equivocación, que jamás se pretendió discriminarme y que hoy podía retornar a clases, pues tenía la garantía de que no volverá a ocurrir. Se me pidió que continuara con mi labor académica pero, antes que nada, decidí expresar mi rechazo a la intolerancia a través de este artículo. Susel Paredes, abogada de LGTB Legal Perú, se hará cargo de mi defensa ante cualquier acto discriminatorio.
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Fuente: Perú21
El Arguedas que yo conocí. Alicia Maguiña y la historia detrás del vals Wiñaytam Kausanki José María
Alicia Maguiña aprendió a conocer a Arguedas a través de sus libros, que la llevaron a entender el Perú profundo. Por eso cuando lo vio por primera vez en febrero de 1969, el mismo año del suicidio del escritor, fue como si lo conociera desde siempre. "Entre mi vida y la suya han habido coincidencias muy peculiares", cuenta Alicia. "Ambos hemos vivido en Ica, su padre fue juez y mi padre también fue magistrado, de los honestos; y Arguedas, no siendo indígena, sintió el maltrato y la exclusión de niño y se rebeló ante esta situación". En su niñez, Alicia también vio con impotencia cómo maltrataban a los quechuahablantes que bajaban de Chalhuanca y de Puquio a Ica, y cuando ingresó al colegio alemán de Lima, su desconocimiento del idioma alemán, que era un curso obligatorio, la hizo entender de alguna manera la incomprensión que ellos sufrían. Para terminar las similitudes, Alicia revela: "Arguedas se disparó el tiro fatal un 28 de noviembre, el mismo día de mi cumpleaños".
***
En 1963 Alicia Maguiña compone la canción "Indio", inspirada en sus experiencias de niña. El tema se convierte rápidamente en un himno de protesta y de esperanza. Seis años después cuando se encontró en Puno con Arguedas le pidieron interpretar esta canción delante de él. "La canté con un temor absoluto", confiesa. "Lo que yo decía debería parecerle poco en comparación con el maltrato y las injusticias vistas y sufridas por él. Sin embargo, quedó gratamente impresionado".
.
Estaban alojados en el mismo hotel. "La timidez nos impidió entonces sostener largas conversaciones", recuerda Alicia. Eran días de lluvia. El aeropuerto estaba cerrado y no había vuelos de regreso a Lima. Ambos quedaron varados en Puno. Entonces, veía a Arguedas regresar cada mañana al hotel con su talega (costal con panes de la sierra) sin poder embarcarse, mientras ella temía no poder cumplir con el programa de televisión para que el que estaba contratada en canal 5. "Era un hombre delicado, atento y fino. Cuando por fin llegó el avión, él hizo que dos de sus alumnos me cedieran sus lugares".
.
No volvió a verlo hasta los primeros días de noviembre. Ambos se encontraron accidentalmente en la oficina de correos y Arguedas a modo de despedida le dijo: "Tenemos que vernos, Alicia".
***
El 28 de noviembre se enteró por el periódico que el escritor agonizaba luego de su último intento de suicidio. Cuando murió, cuatro días después, sufrió intensamente. Su velorio en La Molina fue impresionante, los estudiantes hacían fogatas, y Alicia vio a una mujer indígena, vestida tradicionalmente, abrazar el féretro y llorar desconsoladamente. "Nunca supe quien era".
.
Entonces sintió la necesidad de escribir una canción. Investigó en su biografía y conoció cada detalle de su vida. Así nació Wiñaytam Kausanki José María (Eternamente vivirás, José María). "Una canción", en palabras de Alicia Maguiña, "que integra la música de la costa y de la sierra".
.
"Como era huérfano, yo me ofrecí a ser su madre y a llevarlo en la espalda, a protegerlo de los maltratos de su madrastra". Así lo dicen estos versos: "Ya no estará la madrastra,/ ya no temblarás de frío,/ ya las penas se acabaron./ todas te las has sufrido".
.
"Cuando canto esta canción cuento la vida de Arguedas. Hablo del indio Felipe Maywa, un lacayo de su madrastra. Arguedas decía que cuando él le rascaba la cabeza se acababan sus angustias. Solo el olor de su bayeta le daba seguridad".
.
Casi cuarenta años después, recordando su encuentro con Arguedas, Alicia Maguiña está convencida de que su suicidio fue un mensaje para todos nosotros. "No era un cobarde, como pensaron algunos, sino un hombre valiente que se atrevió a denunciar las injusticias en una época en que nadie hablaba de eso. Era un hombre apabullado, pero nunca guardó rencor a nadie. Quería más bien que el Perú se entienda más. No tengamos rabia, decía. Su mensaje siempre fue de comprensión e integración".
.
Wiñaytam Kausanki José María
"Quisiera hundirme en la tierra
para encontrarme contigo...
y cargarte a mis espaldas, huérfano, niño dormido.
Camino de la quebrada
perfumarán las retamas
arrullarán las torcazas tu sueño, José María.
Ya no estará la madrastra,
ya no temblarás de frío.
Ya las penas se acabaron...
todas te las has sufrido...
.
Mamay doña Caytanaman, te espera a orillas del río.
despertarás en sus brazos, abrigado en su cariño
El taita Felipe Maywa,
hará morir a la muerte y al pie de los maizales vivirás eternamente.
.
Ya no estará la madrastra
Ya no estará la madrastra,
ya no temblarás de frío...
Ya las penas se acabaron,
todas te las has sufrido..."
(Alicia Maguiña)
.
Autor: Jorge Paredes
Fuente: El Comercio
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En 1963 Alicia Maguiña compone la canción "Indio", inspirada en sus experiencias de niña. El tema se convierte rápidamente en un himno de protesta y de esperanza. Seis años después cuando se encontró en Puno con Arguedas le pidieron interpretar esta canción delante de él. "La canté con un temor absoluto", confiesa. "Lo que yo decía debería parecerle poco en comparación con el maltrato y las injusticias vistas y sufridas por él. Sin embargo, quedó gratamente impresionado".
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Estaban alojados en el mismo hotel. "La timidez nos impidió entonces sostener largas conversaciones", recuerda Alicia. Eran días de lluvia. El aeropuerto estaba cerrado y no había vuelos de regreso a Lima. Ambos quedaron varados en Puno. Entonces, veía a Arguedas regresar cada mañana al hotel con su talega (costal con panes de la sierra) sin poder embarcarse, mientras ella temía no poder cumplir con el programa de televisión para que el que estaba contratada en canal 5. "Era un hombre delicado, atento y fino. Cuando por fin llegó el avión, él hizo que dos de sus alumnos me cedieran sus lugares".
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No volvió a verlo hasta los primeros días de noviembre. Ambos se encontraron accidentalmente en la oficina de correos y Arguedas a modo de despedida le dijo: "Tenemos que vernos, Alicia".
***
El 28 de noviembre se enteró por el periódico que el escritor agonizaba luego de su último intento de suicidio. Cuando murió, cuatro días después, sufrió intensamente. Su velorio en La Molina fue impresionante, los estudiantes hacían fogatas, y Alicia vio a una mujer indígena, vestida tradicionalmente, abrazar el féretro y llorar desconsoladamente. "Nunca supe quien era".
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Entonces sintió la necesidad de escribir una canción. Investigó en su biografía y conoció cada detalle de su vida. Así nació Wiñaytam Kausanki José María (Eternamente vivirás, José María). "Una canción", en palabras de Alicia Maguiña, "que integra la música de la costa y de la sierra".
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"Como era huérfano, yo me ofrecí a ser su madre y a llevarlo en la espalda, a protegerlo de los maltratos de su madrastra". Así lo dicen estos versos: "Ya no estará la madrastra,/ ya no temblarás de frío,/ ya las penas se acabaron./ todas te las has sufrido".
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"Cuando canto esta canción cuento la vida de Arguedas. Hablo del indio Felipe Maywa, un lacayo de su madrastra. Arguedas decía que cuando él le rascaba la cabeza se acababan sus angustias. Solo el olor de su bayeta le daba seguridad".
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Casi cuarenta años después, recordando su encuentro con Arguedas, Alicia Maguiña está convencida de que su suicidio fue un mensaje para todos nosotros. "No era un cobarde, como pensaron algunos, sino un hombre valiente que se atrevió a denunciar las injusticias en una época en que nadie hablaba de eso. Era un hombre apabullado, pero nunca guardó rencor a nadie. Quería más bien que el Perú se entienda más. No tengamos rabia, decía. Su mensaje siempre fue de comprensión e integración".
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Wiñaytam Kausanki José María
"Quisiera hundirme en la tierra
para encontrarme contigo...
y cargarte a mis espaldas, huérfano, niño dormido.
Camino de la quebrada
perfumarán las retamas
arrullarán las torcazas tu sueño, José María.
Ya no estará la madrastra,
ya no temblarás de frío.
Ya las penas se acabaron...
todas te las has sufrido...
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Mamay doña Caytanaman, te espera a orillas del río.
despertarás en sus brazos, abrigado en su cariño
El taita Felipe Maywa,
hará morir a la muerte y al pie de los maizales vivirás eternamente.
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Ya no estará la madrastra
Ya no estará la madrastra,
ya no temblarás de frío...
Ya las penas se acabaron,
todas te las has sufrido..."
(Alicia Maguiña)
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Autor: Jorge Paredes
Fuente: El Comercio
Un escritor moderno. Nuevas lecturas de una obra excepcional
A pesar de los aportes de Angel Rama y Martín Lienhard, hasta ahora no se reconoce suficientemente la modernidad literaria de José María Arguedas, sobre todo a partir de su maduración artística en Los ríos profundos (1958), obra que inauguró el período más fecundo y admirable de su producción literaria: las novelas Todas las sangres (1964) y El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo (publicación póstuma: 1971); los cuentos La agonía de Rasu-Ñiti (1962), El sueño del pongo (1965) y Amor mundo y todos los cuentos (1967); y los poemas en quechua, que lo erigen como el más grande poeta quechua del siglo XX, Túpac Amaru Kamaq taytanchisman / A nuestro padre creador Túpac Amaru (1962), Oda al Jet (1966) y Katatay y otros poemas (reunidos póstumamente: 1972). Un conjunto en el que abundan las obras maestras y que le otorga un lugar relevante en la "nueva narrativa", aunque no se lo suela considerar en los panoramas de la "nueva narrativa hispanoamericana" (bajo el prejuicio de que sus recursos serían "tradicionales" o "decimonónicos"); y, a la vez, una personalidad única, sin parangón, dentro de la renovación del lenguaje poético que venía experimentándose en otros países hispanoamericanos (en particular, Nicaragua) desde los años 40 y 50, y que en el Perú cuajó en los años 60.
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LA LECTURA DE FAULKNER
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En diversas ocasiones García Márquez ha declarado que lo que diferencia a los narradores regionalistas (en esa vertiente se coloca a los indigenistas, exponentes del regionalismo en los países andinos) de los "nuevos narradores", es que aquellos no habían leído a Faulkner, uno de los maestros fundamentales (en muchos casos, el principal, piénsese en Rulfo, Onetti, Vargas Llosa y el propio García Márquez) en la asimilación de los nuevos recursos narrativos: varios puntos de vista, flujo de conciencia, montaje temporal, etc. Precisamente, en nuestra edición de Los ríos profundos (Madrid, Cátedra, 1995) hemos probado que Arguedas leyó en 1941 (ya había terminado de escribir Yawar Fiesta, editada ese año) Las Palmeras salvajes de Faulkner. La repercusión de esa novela en Los ríos profundos resulta patente: su primer capítulo se llama "El Viejo", al igual que una de las historias entrelazadas en Las palmeras salvajes; Arguedas comienza a manejar con flexibilidad la organización temporal y el montaje entre las escenas en que está Ernesto y las que no está, exploración moderada que será radicalizada en la estructuración moderna de Todas las sangres y modernísima de El Zorro de Arriba.
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Esta última novela ha sido analizada agudamente en su factura vanguardista: Lienhard la juzga la experimentación más radical y atrevida de la narrativa hispanoamericana, conectando hervores de historias a novelar, diarios del autor, etc., rompiendo las fronteras entre la realidad y la ficción. Lienhard nota huellas de Dos Passos (Manhattan Transfer) y Joyce (Ulises) en las técnicas de El Zorro de Arriba.; a nuestro juicio, Arguedas tuvo más presente a dos escritores del boom a quienes lanza atingencias en sus diarios: Fuentes (La región más transparente de nombre mítico, como los zorros arguedianos, ahí Fuentes se inspiró en Manhattan Transfer) y Cortázar (Rayuela, de clara estirpe joyceana). Limitémonos a subrayar la "resonancia" de la segunda: El Zorro de Arriba. y Rayuela tienden puentes entre dos realidades socio-culturales (Arriba/Abajo, Allá/Acá); los capítulos "prescindibles" (metaliterarios, porque Morelli reflexiona en ellos sobre el lenguaje novelístico) de Rayuela encuentran su equivalente en los Diarios (la lucha que supone escribir el libro que estamos leyendo) de Arguedas; y, estremecedoramente, el suicidio deseado y quizás realizado por Oliveira (hay dos capítulos: en uno se suicida y en otro no consigue hacerlo) conecta con el suicidio real del personaje-autor Arguedas.
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EL LENGUAJE POÉTICO
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En lo tocante a la renovación del lenguaje poético en el Perú de los años 60, se han resaltado los logros de Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y Luis Hernández en textos lírico-narrativo-dramático-reflexivos según la escritura poética totalizante (una vuelta a la poesía total de los poemas homéricos y Dante) de Pound, Eliot y la poesía contemporánea en inglés. Quizás por emplear el quechua (aunque brinda traducciones al español compuestas por él mismo) y porque se suele pensar en Arguedas como narrador y no como poeta, hasta ahora no se ha reparado en que el citado himno a Túpac Amaru (de 1962, anterior a los poemarios pertinentes de Cisneros, Hinostroza y Hernández), acompañado -aunque su textura sea menos compleja- por la "Oda al Jet" y "Llamado a algunos doctores" encarnan una totalización lírico-narrativo-dramático-reflexiva que se nutre de los haylles quechuas antiguos (más un eco de la prosa de Guamán Poma, a quien Arguedas tradujo) y contemporáneos (Andrés Alencastre: Kilku Waraka; César Guardia Mayorga: Kusi Paukar), pero también de la "modernidad" de Una temporada en el infierno (consta de prosa y verso, como el himno a Túpac Amaru) de Rimbaud y el dramatismo lírico-épico de "España, aparta de mí este cáliz" (con su angustia y esperanza solidaria) de Vallejo.
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Autor: Ricardo González Vigil
Fuente: El Comercio
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LA LECTURA DE FAULKNER
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En diversas ocasiones García Márquez ha declarado que lo que diferencia a los narradores regionalistas (en esa vertiente se coloca a los indigenistas, exponentes del regionalismo en los países andinos) de los "nuevos narradores", es que aquellos no habían leído a Faulkner, uno de los maestros fundamentales (en muchos casos, el principal, piénsese en Rulfo, Onetti, Vargas Llosa y el propio García Márquez) en la asimilación de los nuevos recursos narrativos: varios puntos de vista, flujo de conciencia, montaje temporal, etc. Precisamente, en nuestra edición de Los ríos profundos (Madrid, Cátedra, 1995) hemos probado que Arguedas leyó en 1941 (ya había terminado de escribir Yawar Fiesta, editada ese año) Las Palmeras salvajes de Faulkner. La repercusión de esa novela en Los ríos profundos resulta patente: su primer capítulo se llama "El Viejo", al igual que una de las historias entrelazadas en Las palmeras salvajes; Arguedas comienza a manejar con flexibilidad la organización temporal y el montaje entre las escenas en que está Ernesto y las que no está, exploración moderada que será radicalizada en la estructuración moderna de Todas las sangres y modernísima de El Zorro de Arriba.
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Esta última novela ha sido analizada agudamente en su factura vanguardista: Lienhard la juzga la experimentación más radical y atrevida de la narrativa hispanoamericana, conectando hervores de historias a novelar, diarios del autor, etc., rompiendo las fronteras entre la realidad y la ficción. Lienhard nota huellas de Dos Passos (Manhattan Transfer) y Joyce (Ulises) en las técnicas de El Zorro de Arriba.; a nuestro juicio, Arguedas tuvo más presente a dos escritores del boom a quienes lanza atingencias en sus diarios: Fuentes (La región más transparente de nombre mítico, como los zorros arguedianos, ahí Fuentes se inspiró en Manhattan Transfer) y Cortázar (Rayuela, de clara estirpe joyceana). Limitémonos a subrayar la "resonancia" de la segunda: El Zorro de Arriba. y Rayuela tienden puentes entre dos realidades socio-culturales (Arriba/Abajo, Allá/Acá); los capítulos "prescindibles" (metaliterarios, porque Morelli reflexiona en ellos sobre el lenguaje novelístico) de Rayuela encuentran su equivalente en los Diarios (la lucha que supone escribir el libro que estamos leyendo) de Arguedas; y, estremecedoramente, el suicidio deseado y quizás realizado por Oliveira (hay dos capítulos: en uno se suicida y en otro no consigue hacerlo) conecta con el suicidio real del personaje-autor Arguedas.
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EL LENGUAJE POÉTICO
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En lo tocante a la renovación del lenguaje poético en el Perú de los años 60, se han resaltado los logros de Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y Luis Hernández en textos lírico-narrativo-dramático-reflexivos según la escritura poética totalizante (una vuelta a la poesía total de los poemas homéricos y Dante) de Pound, Eliot y la poesía contemporánea en inglés. Quizás por emplear el quechua (aunque brinda traducciones al español compuestas por él mismo) y porque se suele pensar en Arguedas como narrador y no como poeta, hasta ahora no se ha reparado en que el citado himno a Túpac Amaru (de 1962, anterior a los poemarios pertinentes de Cisneros, Hinostroza y Hernández), acompañado -aunque su textura sea menos compleja- por la "Oda al Jet" y "Llamado a algunos doctores" encarnan una totalización lírico-narrativo-dramático-reflexiva que se nutre de los haylles quechuas antiguos (más un eco de la prosa de Guamán Poma, a quien Arguedas tradujo) y contemporáneos (Andrés Alencastre: Kilku Waraka; César Guardia Mayorga: Kusi Paukar), pero también de la "modernidad" de Una temporada en el infierno (consta de prosa y verso, como el himno a Túpac Amaru) de Rimbaud y el dramatismo lírico-épico de "España, aparta de mí este cáliz" (con su angustia y esperanza solidaria) de Vallejo.
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Autor: Ricardo González Vigil
Fuente: El Comercio
El Arguedas profundo y desconocido. Entrevista a Sybila Arredondo
Los últimos años de José María Arguedas estuvieron firmemente unidos a los de Sybila Arredondo, su esposa chilena, que fue una testigo de privilegio de los últimos años del quehacer humano e intelectual de nuestro escritor. Tras su desaparición, y luego de los muchos años transcurridos, Sybila concede a El Dominical una gran entrevista sobre Arguedas, lo que nos ofrece un retrato excepcional y desconocido del novelista, clave para percatarnos de su fina sensibilidad de hombre y literato.
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Por Enrique Sánchez Hernani
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Sybila, ¿cómo y dónde conoció a José María Arguedas?
-Quizá lo vi por primera vez donde yo trabajaba en esos años, en la librería-editorial de la Universidad de Chile. Pero lo "descubrí" cuando lo oí cantar a capella en casa de Pablo Neruda, quien ofrecía un almuerzo a escritores latinoamericanos que habían asistido a un encuentro, en 1962, organizado en la Universidad de Concepción -al sur de Chile- por el poeta Gonzalo Rojas.
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¿Dónde se realizó aquel almuerzo, lo recuerda?
-Fue al aire libre en su casa "La Chascona", al pie del Cerro San Cristóbal de Santiago. Era una mesa larga, rústica, armada con caballetes, en un jardín muy agradable de árboles añosos que daban sombra, lo que combinaba bien con la alegría que daba el sol.
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¿Qué es lo que le llamó la atención de él?
-Le escuché canciones en quechua, de "su repertorio", entre ellas el Carnaval de Tambobamba y Alverjas Saruy, que años más tarde grabó para la Editorial Universitaria, en Santiago.
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¿Quién se lo presentó, en qué circunstancias?
-No hubo necesidad de que nos presentaran "oficialmente". La vida nos presentó.
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¿En los inicios de su relación José María era muy tímido?
-Como éramos personas "relativamente" maduras, partimos del suceder del mundo. de esas buenas condiciones existentes. No recuerdo timidez en él, más bien curiosidad amistosa; y de mi parte, interés en lo que escribía. Ya me había conseguido en los anaqueles de una librería el único título que teníamos de José María, Los ríos profundos.
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Arguedas iba mucho por Chile, ¿no?
-Solía ir a Chile porque ya tenía amigos allí; lo invitaban para reuniones, a dar conferencias sobre antropología, etnología. En algún momento, parte de Todas las sangres la escribió en Chile; si mal no recuerdo, en el Instituto de Literatura Chilena, donde en esa época trabajaba Pedro Lastra.
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¿José María le cantaba? ¿Le hablaba?
-Creo que lo que más nos unía era la conversación. Como la librería se encuentra en pleno centro, cada vez que visitaba Santiago, él pasaba por allí a conversar. En uno de sus viajes me regaló su libro Agua, con una dedicatoria un poco fulminante: "Con amor". Yo dudé porque concibo el amor como un sentimiento amplio, pero los hechos fueron soldando ese cariño, que podía haberse quedado en una excelente amistad. Quizá él mismo se "aventó" -como dicen los peruanos- con un sentimiento que ni él medía bien en ese momento.
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¿Cuál era la manera que él tenía de cortejarla? ¿Por cuánto tiempo duró el cortejo?
-No lo recuerdo como "cortejante"; nos íbamos por asuntos trascendentales. Al final, cuando la marea subió, por uno lleno de vaivenes. Yo sentía responsabilidad en cuanto a que su obra, sus trabajos, estaban constituidos o preñados de la materia viva, la vida de su pueblo. Era su mundo. En cambio, lo que yo hacía podía realizarse tanto en mi tierra como en la suya.
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LA LLEGADA AL PERÚ
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¿Qué fue lo más difícil de decidir venirse a Lima con José María? ¿Cómo la convenció él a dar ese paso?
-José María me advertía con frecuencia que la sociedad peruana era terrible. Yo viajé a Lima antes de tomar una decisión y, como una confirmación de esto, me tocó vivir la situación de aquel partido de fútbol, en la década de 1960 si mal no recuerdo, en que murieron muchas personas asfixiadas, cuando la policía lanzó gases lacrimógenos en el estadio en que se realizaba un partido de fútbol, sin medir las consecuencias tremendas que tenía ese acto. Pero pensé que ese hecho también era factible que sucediera en Chile.
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¿Cómo realizó el viaje al Perú? Sé que se vino con sus dos hijos...
-Nos fuimos en barco al Perú, con mis hijos y algunas "camas y petacas". Fue un bonito viaje, no muy largo. Aún andan fotos por ahí, en que se nos ve gozar del mar y el viento. José María nos esperaba en el Callao.
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¿Pasaron algunas peripecias entonces? ¿Podría contarlas?
-Anécdotas hay muchas. Por ejemplo, en la Aduana del Callao los agentes querían cobrarnos derechos para entrar nuestras "camas y petacas", que eran las que teníamos de uso cotidiano en Santiago. A mí me dio mucha ira y no se me ocurrió defenderme más que poniendo entre la espada y la pared al agente -en realidad él había medido el volumen del container, de madera, que probablemente lo había impresionado- y radicalmente le propuse: "Bueno, si usted me cobra derechos de aduana, puede botar todo esto al mar. Todo es de uso personal; todo está usado y no se va a comerciar". Él ordenó abrir un tablón del armatoste y cuando el carpintero lo desclavó y empujó, salió una especie de géiser de polvo. Con el viaje, nuestro viejo sillón había sido tan removido y sacudido que ese polvo, de años, de su cuerpo ancho, forrado y generoso, salió disparado a defendernos. El agente gritó aceleradamente: "¡Cierre eso, me asfixio!".
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¿Dónde fueron a vivir cuando llegan a Lima?
-A Pueblo Libre, a un pequeño departamento en que nos acomodamos bien los cuatro. Nuestro viejo sofá era el mueble más importante y acogedor, una vez que le acomodamos una nueva piel; aún vive.
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¿Cómo fue la vida en común los primeros años?
-Para mí la vida en común no implicó muchos cambios. Era necesario conocer, observar, adecuarse a la nueva situación en un país diferente. pero no tanto. Buscar trabajo, colegios, aprender la ciudad, la moneda, las comidas. usos y costumbres. Cuando se es joven, todo es más fácil y hay que partir de lo positivo y ver cómo paliar lo que es negativo. La consigna venía a ser: No temer, confiar en José María y solucionar los problemas nuevos. A los pocos días apareció él con Berta, de Lincha, para ayudarnos en las tareas cotidianas. ¡Todo era tan nuevo! La eligió porque era quechuahablante -más tarde ella gentilmente sirvió de informante al lingüista Alfredo Torero, para el estudio del quechua de su zona-. Era otro mundo, otro vocabulario, otra cocina, otros alimentos, otras jerarquías sociales.
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¿Cómo se comportaron sus hijos frente a José María?
-Carolina y Sebastián, mis hijos, deben recordar su frase que con tanto agrado celebró José María: "Viene a buscarte un caballero negro". Se trataba de un buen cantante moreno de música huancaína, "El Gavilán Negro". A nosotros nos sonaba perfectamente formal y clara la expresión. Pero en Lima aún no se usaba. Otra anécdota: Les pedimos a mis hijos, recién llegados, ir a la bodega de la esquina a comprar. Retornaron pronto, y no recuerdo cuál de ellos dijo: "No pudimos comprar porque el señor que atiende sólo habla quechua". Algo intrigado de que esto sucediera en Pueblo Libre, José María salió con ellos a averiguar qué pasaba. El dueño de la bodega resultó ser japonés y hablar muy mal el castellano. Los chicos hicieron su interpretación del hecho de acuerdo con su información teórica sobre las lenguas del Perú.
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LA VIDA SOCIAL
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¿A qué amigos de José María conoció primero, ya llegada a Lima?
-José María tenía buenos amigos. No recuerdo a quiénes conocí primero. Quizá fuera a José Matos Mar y a su esposa, la señora Rosalía.
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¿Hacían reuniones? ¿Usted lo acompañaba a otros lugares? ¿Cómo se portaba José María entonces?
-En su casa se reunían muchos intelectuales, especialmente antropólogos. Allí debieron estar varios: Abelardo Oquendo y su esposa, Godi Szyszlo y Blanca Varela, Ramiro Matos y su señora, Federico Schwab y su esposa chilena, la señora Chepa. Después los conocí más, ya uno por uno. Recuerdo mucho a Emilio Choy; solíamos ir a comer con él a un chifa de la calle Capón. José María le tenía una gran estima como amigo y como estudioso. Otra familia a la que queríamos mucho era a la de Emilio Adolfo Westphalen, su esposa Judith, muy buena pintora, creo que nacida en Piura; por esa época recuerdo que usaba hermosamente la técnica del batik. Y a sus hijas Inés y Silvia, niñas aún por aquel tiempo.
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Cuánta gente interesante.
-También estaban los libreros como Juan Mejía Baca, Francisco Moncloa, el mismo Federico Schwab. Antes de ir a vivir a Lima conocí a su tía Rosa Pozo, tía y buena amiga de José María, con quien solía compartir sus penas; se quejaba él de que su relación de confianza y cariño ya no podía llevarla como antes porque le habían regalado a ella un televisor y le gustaron tanto las telenovelas que a él lo había pasado a segundo plano.
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¿Y por parte de la familia?
-Compartíamos con Nelly, su hermana, y toda su familia; con Arístides, uno de sus hermanos, que vivía en Surco, y su familia; Máximo Damián e Isabel y sus tres hijos; Jaime Guardia y Lidia, cuando sus hijos eran pequeñitos; Racila Ramírez y toda esa numerosa y querida familia Ferrel; el padre de José María y la mamá de Racila fueron compadres en Puquio. En fin, podría seguir pero la memoria a través del tiempo ilumina dispareja el transcurso de la vida.
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¿A qué lugares la llevó Arguedas para que viera el Perú cotidiano?
-Cuando llegamos, una de las primeras visitas que hicimos fue a La Parada, más exactamente a una plaza principal de La Victoria (El Porvenir), donde se celebraban las Fiestas Patrias con una feria muy grande. En esa época y en esos días, se producía allí un desborde de artesanos, comerciantes y productores que traían sus trabajos y mercaderías de todo el país, o se concentraban en esta plaza productores emigrados a Lima desde la sierra, la selva, de diversas regiones, que tenían una oportunidad de vender obras hechas por ellos, que con frecuencia venían a complementar económicamente su trabajo de asalariados en construcción, en mercados, en guardianías, etcétera. ¡Qué maravilla! Era una ola de arte. Voces de Huancayo, Satipo, Ayacucho, Cuzco, Cajamarca; rostros de viejos, mujeres, jóvenes y pequeños de distintas zonas del país.
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MIRANDO AL ESCRITOR
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En esos primeros años, ¿qué estaba escribiendo José María?
-José María acababa de publicar Todas las sangres, que ya había levantado polvo de polémicas. Más tarde, sobre eso, me comentaba: "¿Cómo pueden decir que Demetrio Rendón Willka es un personaje ficticio? ¡Si yo lo conozco!". Me lo nombró y más tarde, en alguna reunión pública, donde recuerdo haber asistido con Rosina Valcárcel, yo también lo conocí. Su vida había trascurrido ¡vaya usted a saber cómo! Había tenido la ocasión de viajar a la Unión Soviética y en alguna festividad llegó a departir con Yuri Gagarin, el primer cosmonauta, menudo y sonriente.
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¿Arguedas le dejaba ver lo que iba escribiendo? ¿Dónde lo hacía, cómo?
-Escribía con frecuencia, tomaba apuntes -como un dibujante que recoge esbozos- en algunas situaciones especiales que quería recordar, en cualquier papelito. De eso concretaba artículos, comentarios sobre diversos temas. Trabajaba en cuestiones de acuerdo con simposios o congresos a los que era invitado. Sí, le apoyaba yo, situación que después me sirve para concretar las Obras Completas, que "por gracia de los diablos" aún se encuentra "en prensa". desde el siglo pasado. Editorial Horizonte tuvo la valentía y el apoyo internacional para publicar los cinco primeros tomos en la década de 1980. La recopilación de los siguientes, terminada en la década de 1990 aproximadamente, sigue en proceso de "estar en prensa".
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¿Tenia horarios para escribir?
-No tenía horario para escribir. A veces cogía sus papelitos y proseguía llenando cuartillas. Recuerdo el proceso de traducción de Dioses y hombres de Huarochirí y más tarde El zorro de arriba y el zorro de abajo; ambos constituyeron una labor larga, tanto de ciencia como de creación.
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¿Escribía a mano o a máquina?
-Por esa época incorpora el uso de la máquina de escribir, a la que era un tanto reacio. Para la traducción, recuerdo que consultaba mucho con Alfredo Torero; coincidían también en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Agraria, junto con Javier Sologuren, Alberto Ratto, Francisco Carrillo.
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¿Alguien más le ayudaba en esa tarea?
-Para apoyarnos económicamente -él debía pasar una especie de pensión a la señora Celia Bustamante, su primera esposa, y yo estaba con mis dos hijos-, en un comienzo entré a trabajar a la librería y editorial de Francisco Moncloa y Humberto Damonte. José María trabajaba en el Museo de Historia y allí consigue, como había sido antes en la Casa de la Cultura, el apoyo desinteresado y gustoso de algunas secretarias que lo ayudan en la mecanografía, situación frecuente, porque era apasionante participar en el nacimiento de su obra, fuera en sus artículos, sus novelas, investigaciones o informes.
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¿Quiénes diría usted que eran sus mejores amigos del ambiente de la literatura?
-¿Quiénes? Alberto Escobar, Emilio Adolfo Westphalen, Emilio Choy, Alfredo Torero, Racila Ramírez, Máximo Damián, Francisco Carrillo, Francisco Miró Quesada, Fernando Silva Santisteban, Mildred Merino. Amigos anteriores de haberlo conocido yo, puedo nombrar a Manuel Moreno Jimeno, Moisés Sáenz, el Dr. Gastiaburú, Walter Peñaloza, Héctor Araujo, porque siempre los nombraba o los recordaba con mucho afecto o cariño. De su juventud en Huancayo, alcancé a conocer, en el barrio de El Tambo, al Sr. Efraín Rojas. Posiblemente yo omita nombres porque recordaba a personas de cada lugar en que había vivido y de épocas diferentes de su vida. Amigos músicos eran: Jaime Guardia y los otros componentes de la "Lira Pausina", Jacinto Pebe y el Chino Nakayama; Enrique Iturriaga, Rosa Alarco, María Rosa Salas. Y sus alumnos: Alejandro Ortiz, Toño Cisneros, Hernando Núñez, Rodrigo Montoya, Edmundo Murrugarra.
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¿Qué le conversaba José María del ambiente literario peruano de esa época? ¿Se molestaba, se alegraba de algo?
-No éramos de comentar mucho la vida ajena y en cuanto a sus opiniones literarias u otras sobre tópicos parecidos, están expuestas con mucha sinceridad en sus artículos y diversos trabajos. Todo eso va en los próximos cinco o seis tomos de las Obras Completas que están listas para publicarse. Hay múltiples estudios sobre la obra de José María, y los especialistas de literatura, sociología, antropología o etnología, principalmente, reclaman ese material para profundizar más en Arguedas y el Perú; desconocerlo es como si se mirara sólo unas pocas caras de un poliedro o una única cara de la Luna.
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¿A qué escritores respetaba más?
-En El zorro de arriba y el zorro de abajo hace una pequeña disquisición sobre algunos escritores de esos años. Admiraba mucho a Juan Rulfo y esa relación era mutua; también a Guimaraes Rosa, de Brasil. Cuando llegué, en 1965, me pidió que leyera a Mariátegui, González Prada, Cieza de León. Él leía pero sin ansiedad; consultaba textos según la necesidad de sus trabajos. Leyó con gusto Cien años de soledad. Seguía lo que publicaba Oswaldo Reynoso, entre los jóvenes; quizá había sido su alumno en La Cantuta o sus temas le parecían pertinentes. Le inquietaba la suerte de la juventud en el país.
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UN RETRATO ÍNTIMO
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Muchos creen que José María era un hombre muy melancólico. ¿Qué tanto así? ¿Quiénes lo alegraban?
-José María tenía una seriedad de alma y una alegría de espíritu. Orgánicamente sufría de una atracción hacia la muerte, sin embargo de joven -contaba él- fue campeón escolar de salto largo.
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¿Qué lo alegraba?
-Relataba alborozado un paseo en el campo realizado con Manuel Moreno. Debían atravesar un charco de agua y él, alegremente, dio un salto y llegó al otro lado; pero Manuel, también ilusionado, hizo lo mismo y cayó en medio del charco. Pero eso no le quitaba el recuerdo de contento y optimismo que recogió de esos paseos. Con mis hijos salíamos con frecuencia remontando el Rímac, o caminando por Bujama, León Dormido, por el Callejón de Huaylas en nuestro carrito. Subía los cerros o las rocas con delicia, al contacto con la naturaleza desafiaba con frecuencia hasta la gravedad. No era melancólico, traía dolor y felicidad de su infancia: "A los comuneros y lacayos, con quienes temblé de frío en los regadíos nocturnos y bailé en carnavales, borracho de alegría.". Era número uno en lanzar wikuyo. y piedras ¡a quién más lejos!
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¿Cuál era su diversión más frecuente? ¿Tiene anécdotas? Cuéntelas por favor.
-Asistía, en Lima, a las fiestas patronales de los pueblos, especialmente de los pueblos de la zona de Lucanas. No teníamos televisión; de vez en cuando íbamos al cine, solamente cuando pensábamos que valía la pena. La parte que le gustó más de Un hombre y una mujer, de Truffaut, fue la toma del perrito saltando y corriendo junto al mar por una playa solitaria. Ponía talento y placer en contar chistes, mejor si eran en quechua. A veces yo sentía o pensaba que era una hermosa máscara social, pero era parte de su alma literaria.
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¿Recuerda alguno particularmente?
-Uno de sus últimos artículos fue un pequeño trabajo sobre las competencias de insultos en la sierra. Hay sarcasmo, ironía, burla con un trasfondo de análisis de la expresión de cierta lidia que suele darse en cuestiones de desafío poético. Con Jaime Guardia se informaba de ese asunto, para agrado de ambos.
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Se ha hablado mucho de la relación del Ande con José María. En términos personales, ¿cómo llevaba él esa relación?
-La relación con el Ande o los Andes o la sierra o Ayacucho o Lucanas es asunto obvio pero complejo, partiendo de la lengua, el quechua, y de las contradicciones que tiene que sufrir y resolver desde la infancia. "No por las puras" -su expresión- envía una carta a un amigo, que termina: " S. [lo dice por mí] formidable y cada día más cholificada". Esto quería decir, en setiembre de 1968, que yo estaba embebiéndome de ese aire tan especial que se siente, se capta, se escucha, se aprende en contacto con la tierra, su gente, su canto, su danza, su música, sus goces y sus sufrimientos.
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¿Extrañaba mucho Ayacucho o alguna otra provincia peruana?
-José María extrañaba y temía esa relación tan visceral con la sierra. Subir a Yauyos, caminar buscando quechuahablantes en Cajamarca, seguir la danza de un toril en la sierra rimense, celebrar un encuentro con mineros del tungsteno en una fiesta con música de la banda del pueblo más cercano, era alegría, felicidad pero también responsabilidad. "El mundo de abajo", Chimbote, fue un desafío o el encuentro con un "margen de silencio a gritos", un segundo mural intenso a iluminar -el primero fue Yawar fiesta- para dibujarlo dificultosamente con la lengua hirviente del lugar.
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ANTES DEL FINAL
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¿Usted notó que se iba poniendo triste con el transcurrir del tiempo? ¿Vio algún cambio en él ya para llegar a sus últimos años?
-No era tristeza lo que expresaba con el transcurrir del tiempo. ¿Sería atracción por la muerte, la nada? ¿Era lo que ahora especifican como 'depresión'? A veces pienso que la mucha vida, muy intensa, llevaba a José María a algo así como a un abrumamiento cósmico ¿o le faltaba una gotita de algo?, ¿un agua aún no descubierta, quizá?
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¿Qué cree que desencadenó las circunstancias de su desaparición?
-¿Qué desencadenó el suicidio? Llamémosle cansancio cósmico. ¿Serían acaso contradicciones que no pudo resolver? No lo sé.
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¿Qué le contaba entonces? ¿Qué le preocupaba?
-Compartíamos el trabajo de revisión de El zorro. Nos fuimos a Lunahuaná, nos prestaron un escritorio junto a la iglesia del pueblo y lo revisamos de punta a punta, salvo los "Trozos seleccionados. ¿Último diario?", para dejarlo preparado para la edición. Era vivir y morir; era vida y literatura; era nacimiento y desaparición, pero yo no concebía en ese momento, en los hechos, ese torbellino. Trabajó intensamente hasta el final para dejar testimonio, romper el silencio y compartir la vida y la muerte. En noviembre de 1969 le mandó una tarjeta a Pedro Lastra, amigo entrañable, donde escribió: "Envía una copia de los dos documentos (.) y no me olviden ¡recuérdenme con alegría! Fui feliz. J. M.".
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Fuente: El Comercio
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Por Enrique Sánchez Hernani
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Sybila, ¿cómo y dónde conoció a José María Arguedas?
-Quizá lo vi por primera vez donde yo trabajaba en esos años, en la librería-editorial de la Universidad de Chile. Pero lo "descubrí" cuando lo oí cantar a capella en casa de Pablo Neruda, quien ofrecía un almuerzo a escritores latinoamericanos que habían asistido a un encuentro, en 1962, organizado en la Universidad de Concepción -al sur de Chile- por el poeta Gonzalo Rojas.
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¿Dónde se realizó aquel almuerzo, lo recuerda?
-Fue al aire libre en su casa "La Chascona", al pie del Cerro San Cristóbal de Santiago. Era una mesa larga, rústica, armada con caballetes, en un jardín muy agradable de árboles añosos que daban sombra, lo que combinaba bien con la alegría que daba el sol.
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¿Qué es lo que le llamó la atención de él?
-Le escuché canciones en quechua, de "su repertorio", entre ellas el Carnaval de Tambobamba y Alverjas Saruy, que años más tarde grabó para la Editorial Universitaria, en Santiago.
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¿Quién se lo presentó, en qué circunstancias?
-No hubo necesidad de que nos presentaran "oficialmente". La vida nos presentó.
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¿En los inicios de su relación José María era muy tímido?
-Como éramos personas "relativamente" maduras, partimos del suceder del mundo. de esas buenas condiciones existentes. No recuerdo timidez en él, más bien curiosidad amistosa; y de mi parte, interés en lo que escribía. Ya me había conseguido en los anaqueles de una librería el único título que teníamos de José María, Los ríos profundos.
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Arguedas iba mucho por Chile, ¿no?
-Solía ir a Chile porque ya tenía amigos allí; lo invitaban para reuniones, a dar conferencias sobre antropología, etnología. En algún momento, parte de Todas las sangres la escribió en Chile; si mal no recuerdo, en el Instituto de Literatura Chilena, donde en esa época trabajaba Pedro Lastra.
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¿José María le cantaba? ¿Le hablaba?
-Creo que lo que más nos unía era la conversación. Como la librería se encuentra en pleno centro, cada vez que visitaba Santiago, él pasaba por allí a conversar. En uno de sus viajes me regaló su libro Agua, con una dedicatoria un poco fulminante: "Con amor". Yo dudé porque concibo el amor como un sentimiento amplio, pero los hechos fueron soldando ese cariño, que podía haberse quedado en una excelente amistad. Quizá él mismo se "aventó" -como dicen los peruanos- con un sentimiento que ni él medía bien en ese momento.
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¿Cuál era la manera que él tenía de cortejarla? ¿Por cuánto tiempo duró el cortejo?
-No lo recuerdo como "cortejante"; nos íbamos por asuntos trascendentales. Al final, cuando la marea subió, por uno lleno de vaivenes. Yo sentía responsabilidad en cuanto a que su obra, sus trabajos, estaban constituidos o preñados de la materia viva, la vida de su pueblo. Era su mundo. En cambio, lo que yo hacía podía realizarse tanto en mi tierra como en la suya.
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LA LLEGADA AL PERÚ
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¿Qué fue lo más difícil de decidir venirse a Lima con José María? ¿Cómo la convenció él a dar ese paso?
-José María me advertía con frecuencia que la sociedad peruana era terrible. Yo viajé a Lima antes de tomar una decisión y, como una confirmación de esto, me tocó vivir la situación de aquel partido de fútbol, en la década de 1960 si mal no recuerdo, en que murieron muchas personas asfixiadas, cuando la policía lanzó gases lacrimógenos en el estadio en que se realizaba un partido de fútbol, sin medir las consecuencias tremendas que tenía ese acto. Pero pensé que ese hecho también era factible que sucediera en Chile.
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¿Cómo realizó el viaje al Perú? Sé que se vino con sus dos hijos...
-Nos fuimos en barco al Perú, con mis hijos y algunas "camas y petacas". Fue un bonito viaje, no muy largo. Aún andan fotos por ahí, en que se nos ve gozar del mar y el viento. José María nos esperaba en el Callao.
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¿Pasaron algunas peripecias entonces? ¿Podría contarlas?
-Anécdotas hay muchas. Por ejemplo, en la Aduana del Callao los agentes querían cobrarnos derechos para entrar nuestras "camas y petacas", que eran las que teníamos de uso cotidiano en Santiago. A mí me dio mucha ira y no se me ocurrió defenderme más que poniendo entre la espada y la pared al agente -en realidad él había medido el volumen del container, de madera, que probablemente lo había impresionado- y radicalmente le propuse: "Bueno, si usted me cobra derechos de aduana, puede botar todo esto al mar. Todo es de uso personal; todo está usado y no se va a comerciar". Él ordenó abrir un tablón del armatoste y cuando el carpintero lo desclavó y empujó, salió una especie de géiser de polvo. Con el viaje, nuestro viejo sillón había sido tan removido y sacudido que ese polvo, de años, de su cuerpo ancho, forrado y generoso, salió disparado a defendernos. El agente gritó aceleradamente: "¡Cierre eso, me asfixio!".
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¿Dónde fueron a vivir cuando llegan a Lima?
-A Pueblo Libre, a un pequeño departamento en que nos acomodamos bien los cuatro. Nuestro viejo sofá era el mueble más importante y acogedor, una vez que le acomodamos una nueva piel; aún vive.
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¿Cómo fue la vida en común los primeros años?
-Para mí la vida en común no implicó muchos cambios. Era necesario conocer, observar, adecuarse a la nueva situación en un país diferente. pero no tanto. Buscar trabajo, colegios, aprender la ciudad, la moneda, las comidas. usos y costumbres. Cuando se es joven, todo es más fácil y hay que partir de lo positivo y ver cómo paliar lo que es negativo. La consigna venía a ser: No temer, confiar en José María y solucionar los problemas nuevos. A los pocos días apareció él con Berta, de Lincha, para ayudarnos en las tareas cotidianas. ¡Todo era tan nuevo! La eligió porque era quechuahablante -más tarde ella gentilmente sirvió de informante al lingüista Alfredo Torero, para el estudio del quechua de su zona-. Era otro mundo, otro vocabulario, otra cocina, otros alimentos, otras jerarquías sociales.
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¿Cómo se comportaron sus hijos frente a José María?
-Carolina y Sebastián, mis hijos, deben recordar su frase que con tanto agrado celebró José María: "Viene a buscarte un caballero negro". Se trataba de un buen cantante moreno de música huancaína, "El Gavilán Negro". A nosotros nos sonaba perfectamente formal y clara la expresión. Pero en Lima aún no se usaba. Otra anécdota: Les pedimos a mis hijos, recién llegados, ir a la bodega de la esquina a comprar. Retornaron pronto, y no recuerdo cuál de ellos dijo: "No pudimos comprar porque el señor que atiende sólo habla quechua". Algo intrigado de que esto sucediera en Pueblo Libre, José María salió con ellos a averiguar qué pasaba. El dueño de la bodega resultó ser japonés y hablar muy mal el castellano. Los chicos hicieron su interpretación del hecho de acuerdo con su información teórica sobre las lenguas del Perú.
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LA VIDA SOCIAL
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¿A qué amigos de José María conoció primero, ya llegada a Lima?
-José María tenía buenos amigos. No recuerdo a quiénes conocí primero. Quizá fuera a José Matos Mar y a su esposa, la señora Rosalía.
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¿Hacían reuniones? ¿Usted lo acompañaba a otros lugares? ¿Cómo se portaba José María entonces?
-En su casa se reunían muchos intelectuales, especialmente antropólogos. Allí debieron estar varios: Abelardo Oquendo y su esposa, Godi Szyszlo y Blanca Varela, Ramiro Matos y su señora, Federico Schwab y su esposa chilena, la señora Chepa. Después los conocí más, ya uno por uno. Recuerdo mucho a Emilio Choy; solíamos ir a comer con él a un chifa de la calle Capón. José María le tenía una gran estima como amigo y como estudioso. Otra familia a la que queríamos mucho era a la de Emilio Adolfo Westphalen, su esposa Judith, muy buena pintora, creo que nacida en Piura; por esa época recuerdo que usaba hermosamente la técnica del batik. Y a sus hijas Inés y Silvia, niñas aún por aquel tiempo.
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Cuánta gente interesante.
-También estaban los libreros como Juan Mejía Baca, Francisco Moncloa, el mismo Federico Schwab. Antes de ir a vivir a Lima conocí a su tía Rosa Pozo, tía y buena amiga de José María, con quien solía compartir sus penas; se quejaba él de que su relación de confianza y cariño ya no podía llevarla como antes porque le habían regalado a ella un televisor y le gustaron tanto las telenovelas que a él lo había pasado a segundo plano.
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¿Y por parte de la familia?
-Compartíamos con Nelly, su hermana, y toda su familia; con Arístides, uno de sus hermanos, que vivía en Surco, y su familia; Máximo Damián e Isabel y sus tres hijos; Jaime Guardia y Lidia, cuando sus hijos eran pequeñitos; Racila Ramírez y toda esa numerosa y querida familia Ferrel; el padre de José María y la mamá de Racila fueron compadres en Puquio. En fin, podría seguir pero la memoria a través del tiempo ilumina dispareja el transcurso de la vida.
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¿A qué lugares la llevó Arguedas para que viera el Perú cotidiano?
-Cuando llegamos, una de las primeras visitas que hicimos fue a La Parada, más exactamente a una plaza principal de La Victoria (El Porvenir), donde se celebraban las Fiestas Patrias con una feria muy grande. En esa época y en esos días, se producía allí un desborde de artesanos, comerciantes y productores que traían sus trabajos y mercaderías de todo el país, o se concentraban en esta plaza productores emigrados a Lima desde la sierra, la selva, de diversas regiones, que tenían una oportunidad de vender obras hechas por ellos, que con frecuencia venían a complementar económicamente su trabajo de asalariados en construcción, en mercados, en guardianías, etcétera. ¡Qué maravilla! Era una ola de arte. Voces de Huancayo, Satipo, Ayacucho, Cuzco, Cajamarca; rostros de viejos, mujeres, jóvenes y pequeños de distintas zonas del país.
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MIRANDO AL ESCRITOR
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En esos primeros años, ¿qué estaba escribiendo José María?
-José María acababa de publicar Todas las sangres, que ya había levantado polvo de polémicas. Más tarde, sobre eso, me comentaba: "¿Cómo pueden decir que Demetrio Rendón Willka es un personaje ficticio? ¡Si yo lo conozco!". Me lo nombró y más tarde, en alguna reunión pública, donde recuerdo haber asistido con Rosina Valcárcel, yo también lo conocí. Su vida había trascurrido ¡vaya usted a saber cómo! Había tenido la ocasión de viajar a la Unión Soviética y en alguna festividad llegó a departir con Yuri Gagarin, el primer cosmonauta, menudo y sonriente.
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¿Arguedas le dejaba ver lo que iba escribiendo? ¿Dónde lo hacía, cómo?
-Escribía con frecuencia, tomaba apuntes -como un dibujante que recoge esbozos- en algunas situaciones especiales que quería recordar, en cualquier papelito. De eso concretaba artículos, comentarios sobre diversos temas. Trabajaba en cuestiones de acuerdo con simposios o congresos a los que era invitado. Sí, le apoyaba yo, situación que después me sirve para concretar las Obras Completas, que "por gracia de los diablos" aún se encuentra "en prensa". desde el siglo pasado. Editorial Horizonte tuvo la valentía y el apoyo internacional para publicar los cinco primeros tomos en la década de 1980. La recopilación de los siguientes, terminada en la década de 1990 aproximadamente, sigue en proceso de "estar en prensa".
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¿Tenia horarios para escribir?
-No tenía horario para escribir. A veces cogía sus papelitos y proseguía llenando cuartillas. Recuerdo el proceso de traducción de Dioses y hombres de Huarochirí y más tarde El zorro de arriba y el zorro de abajo; ambos constituyeron una labor larga, tanto de ciencia como de creación.
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¿Escribía a mano o a máquina?
-Por esa época incorpora el uso de la máquina de escribir, a la que era un tanto reacio. Para la traducción, recuerdo que consultaba mucho con Alfredo Torero; coincidían también en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Agraria, junto con Javier Sologuren, Alberto Ratto, Francisco Carrillo.
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¿Alguien más le ayudaba en esa tarea?
-Para apoyarnos económicamente -él debía pasar una especie de pensión a la señora Celia Bustamante, su primera esposa, y yo estaba con mis dos hijos-, en un comienzo entré a trabajar a la librería y editorial de Francisco Moncloa y Humberto Damonte. José María trabajaba en el Museo de Historia y allí consigue, como había sido antes en la Casa de la Cultura, el apoyo desinteresado y gustoso de algunas secretarias que lo ayudan en la mecanografía, situación frecuente, porque era apasionante participar en el nacimiento de su obra, fuera en sus artículos, sus novelas, investigaciones o informes.
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¿Quiénes diría usted que eran sus mejores amigos del ambiente de la literatura?
-¿Quiénes? Alberto Escobar, Emilio Adolfo Westphalen, Emilio Choy, Alfredo Torero, Racila Ramírez, Máximo Damián, Francisco Carrillo, Francisco Miró Quesada, Fernando Silva Santisteban, Mildred Merino. Amigos anteriores de haberlo conocido yo, puedo nombrar a Manuel Moreno Jimeno, Moisés Sáenz, el Dr. Gastiaburú, Walter Peñaloza, Héctor Araujo, porque siempre los nombraba o los recordaba con mucho afecto o cariño. De su juventud en Huancayo, alcancé a conocer, en el barrio de El Tambo, al Sr. Efraín Rojas. Posiblemente yo omita nombres porque recordaba a personas de cada lugar en que había vivido y de épocas diferentes de su vida. Amigos músicos eran: Jaime Guardia y los otros componentes de la "Lira Pausina", Jacinto Pebe y el Chino Nakayama; Enrique Iturriaga, Rosa Alarco, María Rosa Salas. Y sus alumnos: Alejandro Ortiz, Toño Cisneros, Hernando Núñez, Rodrigo Montoya, Edmundo Murrugarra.
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¿Qué le conversaba José María del ambiente literario peruano de esa época? ¿Se molestaba, se alegraba de algo?
-No éramos de comentar mucho la vida ajena y en cuanto a sus opiniones literarias u otras sobre tópicos parecidos, están expuestas con mucha sinceridad en sus artículos y diversos trabajos. Todo eso va en los próximos cinco o seis tomos de las Obras Completas que están listas para publicarse. Hay múltiples estudios sobre la obra de José María, y los especialistas de literatura, sociología, antropología o etnología, principalmente, reclaman ese material para profundizar más en Arguedas y el Perú; desconocerlo es como si se mirara sólo unas pocas caras de un poliedro o una única cara de la Luna.
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¿A qué escritores respetaba más?
-En El zorro de arriba y el zorro de abajo hace una pequeña disquisición sobre algunos escritores de esos años. Admiraba mucho a Juan Rulfo y esa relación era mutua; también a Guimaraes Rosa, de Brasil. Cuando llegué, en 1965, me pidió que leyera a Mariátegui, González Prada, Cieza de León. Él leía pero sin ansiedad; consultaba textos según la necesidad de sus trabajos. Leyó con gusto Cien años de soledad. Seguía lo que publicaba Oswaldo Reynoso, entre los jóvenes; quizá había sido su alumno en La Cantuta o sus temas le parecían pertinentes. Le inquietaba la suerte de la juventud en el país.
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UN RETRATO ÍNTIMO
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Muchos creen que José María era un hombre muy melancólico. ¿Qué tanto así? ¿Quiénes lo alegraban?
-José María tenía una seriedad de alma y una alegría de espíritu. Orgánicamente sufría de una atracción hacia la muerte, sin embargo de joven -contaba él- fue campeón escolar de salto largo.
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¿Qué lo alegraba?
-Relataba alborozado un paseo en el campo realizado con Manuel Moreno. Debían atravesar un charco de agua y él, alegremente, dio un salto y llegó al otro lado; pero Manuel, también ilusionado, hizo lo mismo y cayó en medio del charco. Pero eso no le quitaba el recuerdo de contento y optimismo que recogió de esos paseos. Con mis hijos salíamos con frecuencia remontando el Rímac, o caminando por Bujama, León Dormido, por el Callejón de Huaylas en nuestro carrito. Subía los cerros o las rocas con delicia, al contacto con la naturaleza desafiaba con frecuencia hasta la gravedad. No era melancólico, traía dolor y felicidad de su infancia: "A los comuneros y lacayos, con quienes temblé de frío en los regadíos nocturnos y bailé en carnavales, borracho de alegría.". Era número uno en lanzar wikuyo. y piedras ¡a quién más lejos!
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¿Cuál era su diversión más frecuente? ¿Tiene anécdotas? Cuéntelas por favor.
-Asistía, en Lima, a las fiestas patronales de los pueblos, especialmente de los pueblos de la zona de Lucanas. No teníamos televisión; de vez en cuando íbamos al cine, solamente cuando pensábamos que valía la pena. La parte que le gustó más de Un hombre y una mujer, de Truffaut, fue la toma del perrito saltando y corriendo junto al mar por una playa solitaria. Ponía talento y placer en contar chistes, mejor si eran en quechua. A veces yo sentía o pensaba que era una hermosa máscara social, pero era parte de su alma literaria.
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¿Recuerda alguno particularmente?
-Uno de sus últimos artículos fue un pequeño trabajo sobre las competencias de insultos en la sierra. Hay sarcasmo, ironía, burla con un trasfondo de análisis de la expresión de cierta lidia que suele darse en cuestiones de desafío poético. Con Jaime Guardia se informaba de ese asunto, para agrado de ambos.
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Se ha hablado mucho de la relación del Ande con José María. En términos personales, ¿cómo llevaba él esa relación?
-La relación con el Ande o los Andes o la sierra o Ayacucho o Lucanas es asunto obvio pero complejo, partiendo de la lengua, el quechua, y de las contradicciones que tiene que sufrir y resolver desde la infancia. "No por las puras" -su expresión- envía una carta a un amigo, que termina: " S. [lo dice por mí] formidable y cada día más cholificada". Esto quería decir, en setiembre de 1968, que yo estaba embebiéndome de ese aire tan especial que se siente, se capta, se escucha, se aprende en contacto con la tierra, su gente, su canto, su danza, su música, sus goces y sus sufrimientos.
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¿Extrañaba mucho Ayacucho o alguna otra provincia peruana?
-José María extrañaba y temía esa relación tan visceral con la sierra. Subir a Yauyos, caminar buscando quechuahablantes en Cajamarca, seguir la danza de un toril en la sierra rimense, celebrar un encuentro con mineros del tungsteno en una fiesta con música de la banda del pueblo más cercano, era alegría, felicidad pero también responsabilidad. "El mundo de abajo", Chimbote, fue un desafío o el encuentro con un "margen de silencio a gritos", un segundo mural intenso a iluminar -el primero fue Yawar fiesta- para dibujarlo dificultosamente con la lengua hirviente del lugar.
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ANTES DEL FINAL
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¿Usted notó que se iba poniendo triste con el transcurrir del tiempo? ¿Vio algún cambio en él ya para llegar a sus últimos años?
-No era tristeza lo que expresaba con el transcurrir del tiempo. ¿Sería atracción por la muerte, la nada? ¿Era lo que ahora especifican como 'depresión'? A veces pienso que la mucha vida, muy intensa, llevaba a José María a algo así como a un abrumamiento cósmico ¿o le faltaba una gotita de algo?, ¿un agua aún no descubierta, quizá?
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¿Qué cree que desencadenó las circunstancias de su desaparición?
-¿Qué desencadenó el suicidio? Llamémosle cansancio cósmico. ¿Serían acaso contradicciones que no pudo resolver? No lo sé.
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¿Qué le contaba entonces? ¿Qué le preocupaba?
-Compartíamos el trabajo de revisión de El zorro. Nos fuimos a Lunahuaná, nos prestaron un escritorio junto a la iglesia del pueblo y lo revisamos de punta a punta, salvo los "Trozos seleccionados. ¿Último diario?", para dejarlo preparado para la edición. Era vivir y morir; era vida y literatura; era nacimiento y desaparición, pero yo no concebía en ese momento, en los hechos, ese torbellino. Trabajó intensamente hasta el final para dejar testimonio, romper el silencio y compartir la vida y la muerte. En noviembre de 1969 le mandó una tarjeta a Pedro Lastra, amigo entrañable, donde escribió: "Envía una copia de los dos documentos (.) y no me olviden ¡recuérdenme con alegría! Fui feliz. J. M.".
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Fuente: El Comercio
Arguedas: la próxima modernidad
El debate sobre los modelos de la modernidad, sus agentes y programas en un país multinacional y desigual como el Perú, tuvo en la obra de José María Arguedas una lección creativa que es hoy más actual y, contra todas las apariencias, más universal. Ese debate se produjo en torno a dos ejes: las representaciones del país, debidas a las ciencias sociales; y las interpretaciones culturales, cuyos relatos elaboraron la cultura política de la época. Veinte años después, en la crisis del modelo globalizador dominante, nos falta elaborar el debate del relevo. El país siguió su propia modernización popular (como previeron Anibal Quijano y Carlos Franco); remontó la crisis de la violencia terrorista y la represión militar (que hay que condenar por igual para no repetir); y se debe, otra vez, a su propia versión de lo moderno (heterogénea pero dialogante, jerarquizada pero diversa), que es ahora más mestiza y compleja. A tal punto que este mestizaje nuevo se ha hecho universal (migratorio, transfronterizo) y es parte hoy de un movimiento que reconstruye su espacio cultural operativo entre redes de estrategia asociativa y fuerza renovadora.
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El mercado es una de las representaciones de las que Arguedas buscó reapropiarse desde la función humanizadora del diálogo. Aun si el Perú se define en su obra como el raro lugar donde un hombre no puede hablar libremente con otro; no se limita a las evidencias y trabaja las opciones: convocar la fuerza del diálogo, ampliar los límites de la comunicación son las propuestas más creativas de su trabajo.
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En Los ríos profundos el mercado es reconstruido como uno de los pocos espacios de diálogo y reafirmación. El mercadillo de las "chicheras" representa las posibilidades asociadas al mercado como espacio cultural: el intercambio, la individualización, la comunicación horizontal. Estas vendedoras de comida y bebida son agentes mediadoras entre clases y etnias y, como tales, propiciadoras de la música y las voces regionales, de ágape y el banquete. Son ellas las que se rebelan contra el Estado en protesta contra el monopolio de la sal, y resultan por eso perseguidas por el ejército. Si el pueblo confirma su carácter de espacio cerrado (está dentro de una gran hacienda), el mercado se abre dentro de esa clausura como su desmontaje.
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En cambio, El zorro de arriba y el zorro de abajo un lenguaje profundamente dividido encarna el habla del tartamudo, del pescador envilecido, del burdel degradante, del loco místico. Pero también aparece en el habla de Maxwell, el joven norteamericano que ha cruzado a la otra orilla y ha asumido la cultura andina, como un mestizo cultural, que oscila entre los extremos del puerto pero que anuncia al sujeto mediador. Y esta división se ilustra en las hablas de la migración, formidable agencia del distinto grado de negociación cultural. El lenguaje es oral, y la oralidad es la forma del mundo reciente.
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La prostitución es otro "mercado" desnaturalizado, y uno de los ejes de vaciamiento del sentido. La novela encuentra su mejor mecanismo en las voces mismas de los sujetos, en la conversación que reconstruye sus historias, sus heridas, horrores y agonía. El lenguaje no es una conciencia analítica sino una zozobra confesional, una gestualidad dramática, de emotividad cruda e incierta. "Lloraba y hablaba; lloraba y hablaba", se dice de una prostituta.
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Pero en esta novela uno de los substratos orales más persuasivos, junto al quechua, es el lenguaje epifánico, esa forma revelada del diálogo, cuya celebración del mundo, postulación dialógica, sentido redentor del sacrificio, comunidad oficiante y comunión ritual, me parece que dan forma interior a las muchas hablas de esta historia de vidas errantes en busca de una morada en el mundo, de un lenguaje de afincamiento. Me ha parecido advertir que ese lenguaje epifánico es lo que en esta novela prevalece del encuentro entre el quechua y el discurso litúrgico. Este mestizaje (conflictivo, nunca armónico) es una redefenición de la cultura política. Es, digamos, la alianza incongruente y magnifica de San Pablo y el Danzarín de Tijeras.
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Del burdel al mercado sigue la novela, en los pasos del loco Moncada, hacia el cementerio. La escena dantesca de los pobres de una barriada trasladando las cruces de las tumbas de sus muertos, dramatiza la reorganización del espacio de la ciudad desde la perspectiva de la muerte. Esta escena fantasmática es conjurada por el rezo de tres mujeres: "Dios, agua, milagro, santa estrella matutina...". Esa oración suma motivos de la novela (la hierba que resiste en el abismo, el río Santa que retorna caudaloso), pero también funde algunos de sus lenguajes: el animismo quechua, el salmo católico, el castellano reciente. El imaginario de la migración se construye desde el habla como el trayecto de una subjetividad desarraiga. No demasiado distinta fue la lengua de Dante como metáfora del exilio (peregrinaje) y la intemperie (la caída).
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En los documentos que escenifican el suicidio se puede advertir que Arguedas encontró albergue entre los personajes de su novela. Se asumió como parte del peregrinaje peruano (que es una forma mayor de la migración); y lo hizo desde la conciencia trágica, y también paradójica, del suicida que se despide protestando su fe en nosotros, sus lectores.
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La Biblia, fragmentos del libro de Isaías y al final una epístola de San Pablo, alimentan a partir de este capítulo, con citas y alusiones, esta inquietante persuasión cristiana. En primer lugar, este plano de alusiones parece darle sentido sacrificial al padecimiento sin discurso de las víctimas de la modernización. En segundo lugar, la vehemencia enunciativa de Isaías, que resuena también tras algunos poemas de Vallejo, se aviene a esta lengua desasida y tremebunda de la novela. Pero, lo que es quizá más importante, este lenguaje bíblico posibilita una mediación entre la vida sin sentido y la muerte sin discurso. Ya que la representación social se agota en su propia explicación, en las evidencias; y ya que el mundo es percibido desde la subjetividad alterada por la violencia social, esta dimensión mítico-religiosa, esta persuasión cristiano-primitiva, posibilita articular la diáspora andina en la modernización como un sacrificio patente y un renacer latente.
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"Con el Señor hablo bien, derecho", anuncia don Esteban, declarando su independencia de la práctica religiosa pero afirmando su estirpe cristiana. En su ojo, dice, hay candela que ataja a la muerte. El habla se levanta "contra la muerte", a la que ha jurado vencer.
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Los otros interlocutores son el cura Cardozo y Maxwell, el joven norteamericano que se ha mestizado en el mundo indígena. Esta figura de rebeldía y sacrificio parece aludir a la teología de la liberación, que por entonces Arguedas ha empezado a apreciar a partir de su diálogo con el padre Gustavo Gutiérrez. Cardoso cierra el capítulo con la epístola de Pablo: "Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena.".
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Por un lado se levantan los mercados de la muerte, por otro los discursos de linaje sacro y mágico, que confrontan a la modernización desnaturalizadora con su fuerza regenerativa y su utopía comunitaria. Una utopía capaz de recuperar para lo humano el espacio revertido, el desierto tan peruano del desvalor mutuo, acrecentado por el mutuo hacer y bien decir.
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Autor: Julio Ortega
Fuente: El Comercio
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El mercado es una de las representaciones de las que Arguedas buscó reapropiarse desde la función humanizadora del diálogo. Aun si el Perú se define en su obra como el raro lugar donde un hombre no puede hablar libremente con otro; no se limita a las evidencias y trabaja las opciones: convocar la fuerza del diálogo, ampliar los límites de la comunicación son las propuestas más creativas de su trabajo.
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En Los ríos profundos el mercado es reconstruido como uno de los pocos espacios de diálogo y reafirmación. El mercadillo de las "chicheras" representa las posibilidades asociadas al mercado como espacio cultural: el intercambio, la individualización, la comunicación horizontal. Estas vendedoras de comida y bebida son agentes mediadoras entre clases y etnias y, como tales, propiciadoras de la música y las voces regionales, de ágape y el banquete. Son ellas las que se rebelan contra el Estado en protesta contra el monopolio de la sal, y resultan por eso perseguidas por el ejército. Si el pueblo confirma su carácter de espacio cerrado (está dentro de una gran hacienda), el mercado se abre dentro de esa clausura como su desmontaje.
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En cambio, El zorro de arriba y el zorro de abajo un lenguaje profundamente dividido encarna el habla del tartamudo, del pescador envilecido, del burdel degradante, del loco místico. Pero también aparece en el habla de Maxwell, el joven norteamericano que ha cruzado a la otra orilla y ha asumido la cultura andina, como un mestizo cultural, que oscila entre los extremos del puerto pero que anuncia al sujeto mediador. Y esta división se ilustra en las hablas de la migración, formidable agencia del distinto grado de negociación cultural. El lenguaje es oral, y la oralidad es la forma del mundo reciente.
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La prostitución es otro "mercado" desnaturalizado, y uno de los ejes de vaciamiento del sentido. La novela encuentra su mejor mecanismo en las voces mismas de los sujetos, en la conversación que reconstruye sus historias, sus heridas, horrores y agonía. El lenguaje no es una conciencia analítica sino una zozobra confesional, una gestualidad dramática, de emotividad cruda e incierta. "Lloraba y hablaba; lloraba y hablaba", se dice de una prostituta.
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Pero en esta novela uno de los substratos orales más persuasivos, junto al quechua, es el lenguaje epifánico, esa forma revelada del diálogo, cuya celebración del mundo, postulación dialógica, sentido redentor del sacrificio, comunidad oficiante y comunión ritual, me parece que dan forma interior a las muchas hablas de esta historia de vidas errantes en busca de una morada en el mundo, de un lenguaje de afincamiento. Me ha parecido advertir que ese lenguaje epifánico es lo que en esta novela prevalece del encuentro entre el quechua y el discurso litúrgico. Este mestizaje (conflictivo, nunca armónico) es una redefenición de la cultura política. Es, digamos, la alianza incongruente y magnifica de San Pablo y el Danzarín de Tijeras.
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Del burdel al mercado sigue la novela, en los pasos del loco Moncada, hacia el cementerio. La escena dantesca de los pobres de una barriada trasladando las cruces de las tumbas de sus muertos, dramatiza la reorganización del espacio de la ciudad desde la perspectiva de la muerte. Esta escena fantasmática es conjurada por el rezo de tres mujeres: "Dios, agua, milagro, santa estrella matutina...". Esa oración suma motivos de la novela (la hierba que resiste en el abismo, el río Santa que retorna caudaloso), pero también funde algunos de sus lenguajes: el animismo quechua, el salmo católico, el castellano reciente. El imaginario de la migración se construye desde el habla como el trayecto de una subjetividad desarraiga. No demasiado distinta fue la lengua de Dante como metáfora del exilio (peregrinaje) y la intemperie (la caída).
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En los documentos que escenifican el suicidio se puede advertir que Arguedas encontró albergue entre los personajes de su novela. Se asumió como parte del peregrinaje peruano (que es una forma mayor de la migración); y lo hizo desde la conciencia trágica, y también paradójica, del suicida que se despide protestando su fe en nosotros, sus lectores.
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La Biblia, fragmentos del libro de Isaías y al final una epístola de San Pablo, alimentan a partir de este capítulo, con citas y alusiones, esta inquietante persuasión cristiana. En primer lugar, este plano de alusiones parece darle sentido sacrificial al padecimiento sin discurso de las víctimas de la modernización. En segundo lugar, la vehemencia enunciativa de Isaías, que resuena también tras algunos poemas de Vallejo, se aviene a esta lengua desasida y tremebunda de la novela. Pero, lo que es quizá más importante, este lenguaje bíblico posibilita una mediación entre la vida sin sentido y la muerte sin discurso. Ya que la representación social se agota en su propia explicación, en las evidencias; y ya que el mundo es percibido desde la subjetividad alterada por la violencia social, esta dimensión mítico-religiosa, esta persuasión cristiano-primitiva, posibilita articular la diáspora andina en la modernización como un sacrificio patente y un renacer latente.
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"Con el Señor hablo bien, derecho", anuncia don Esteban, declarando su independencia de la práctica religiosa pero afirmando su estirpe cristiana. En su ojo, dice, hay candela que ataja a la muerte. El habla se levanta "contra la muerte", a la que ha jurado vencer.
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Los otros interlocutores son el cura Cardozo y Maxwell, el joven norteamericano que se ha mestizado en el mundo indígena. Esta figura de rebeldía y sacrificio parece aludir a la teología de la liberación, que por entonces Arguedas ha empezado a apreciar a partir de su diálogo con el padre Gustavo Gutiérrez. Cardoso cierra el capítulo con la epístola de Pablo: "Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena.".
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Por un lado se levantan los mercados de la muerte, por otro los discursos de linaje sacro y mágico, que confrontan a la modernización desnaturalizadora con su fuerza regenerativa y su utopía comunitaria. Una utopía capaz de recuperar para lo humano el espacio revertido, el desierto tan peruano del desvalor mutuo, acrecentado por el mutuo hacer y bien decir.
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Autor: Julio Ortega
Fuente: El Comercio
Medio Ambiente. Derecho a discrepar en la minería
17 personas entre alcaldes, dirigentes de comunidades y miembros de ONG han sido acusados de terrorismo en el marco del conflicto existente alrededor del Proyecto Río Blanco antes Majaz en Huancabamba en Piura.
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El derecho a discrepar se ha puesto en cuestión. Estas acusaciones lo único que consiguen es desviar la atención del debate principal respecto a cuáles son las condiciones favorables para que se produzcan inversiones mineras.
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Las posibilidades de una solución dialogada al conflicto se alejan, la mesa de diálogo organizada para tal fin puede terminar deslegitimándose y la creación de mecanismos independientes creíbles y consensuados para evaluar la viabilidad de inversiones mineras en la zona queda, por el momento descartada si se insiste en esta innecesaria amenaza.
El derecho a discrepar se ha puesto en cuestión. Estas acusaciones lo único que consiguen es desviar la atención del debate principal respecto a cuáles son las condiciones favorables para que se produzcan inversiones mineras.
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Las posibilidades de una solución dialogada al conflicto se alejan, la mesa de diálogo organizada para tal fin puede terminar deslegitimándose y la creación de mecanismos independientes creíbles y consensuados para evaluar la viabilidad de inversiones mineras en la zona queda, por el momento descartada si se insiste en esta innecesaria amenaza.
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El no respeto a los derechos humanos básicos perjudica directamente a quienes quieren demostrar que sus inversiones protegen el medio ambiente y promueven el desarrollo. A diferencia de años anteriores, hoy no vivimos condiciones políticas y sociales que permitían imponer violentamente una inversión si ésta no era aceptada por la población local. En este punto, es clave, saber distinguir orden de autoritarismo, y entender que la legalidad en el Perú siempre debe ir acompañada de la legitimidad.
El no respeto a los derechos humanos básicos perjudica directamente a quienes quieren demostrar que sus inversiones protegen el medio ambiente y promueven el desarrollo. A diferencia de años anteriores, hoy no vivimos condiciones políticas y sociales que permitían imponer violentamente una inversión si ésta no era aceptada por la población local. En este punto, es clave, saber distinguir orden de autoritarismo, y entender que la legalidad en el Perú siempre debe ir acompañada de la legitimidad.
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Las empresas modernas, aquellas que practican con convicción corporativa la responsabilidad social, no deberían permitir, con su silencio, que los otros sectores de la ciudadanía, terminen convenciéndose que respaldan prácticas antidemocráticas y que no creen en el diálogo y la consulta informada.
Las empresas modernas, aquellas que practican con convicción corporativa la responsabilidad social, no deberían permitir, con su silencio, que los otros sectores de la ciudadanía, terminen convenciéndose que respaldan prácticas antidemocráticas y que no creen en el diálogo y la consulta informada.
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Muchos empresarios se ilusionaron en el pasado, con gobiernos autoritarios en la fatal creencia que esto es lo que convenía a sociedades como la nuestra para crear un clima de estabilidad que permitiera las inversiones y por ende el desarrollo. Democracia y desarrollo deben ir siempre de la mano si deseamos procesos sostenidos y equitativos de crecimiento. Persistir en una dirección contraria solo permitirá que resurja el autoritarismo, no tanto el de derecha sino en especial el de izquierda.
Muchos empresarios se ilusionaron en el pasado, con gobiernos autoritarios en la fatal creencia que esto es lo que convenía a sociedades como la nuestra para crear un clima de estabilidad que permitiera las inversiones y por ende el desarrollo. Democracia y desarrollo deben ir siempre de la mano si deseamos procesos sostenidos y equitativos de crecimiento. Persistir en una dirección contraria solo permitirá que resurja el autoritarismo, no tanto el de derecha sino en especial el de izquierda.
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Una empresa moderna y socialmente responsable, debe ser una tenaz defensora de la democracia y no solo de la legalidad en cualquier país donde opere. La abstención no es rentable. Por ejemplo, en el caso de la iniciativa de transparencia en las industrias extractivas (EITI) en donde se propone que las empresas informen sobre sus ingresos y tributos, se formó para tal efecto un consejo en donde participaban representantes de las empresas y de la sociedad civil con el auspicio del Estado, lamentablemente ello ha quedado frustrado por la resistencia empresarial a brindar informes que ellos consideran confidenciales. Sin embargo, hay empresas que manifiestan no tener ningún problema con prestar este tipo de información, pero, sucede que con su silencio permiten que la ciudadanía extraiga inconvenientes generalizaciones.
Una empresa moderna y socialmente responsable, debe ser una tenaz defensora de la democracia y no solo de la legalidad en cualquier país donde opere. La abstención no es rentable. Por ejemplo, en el caso de la iniciativa de transparencia en las industrias extractivas (EITI) en donde se propone que las empresas informen sobre sus ingresos y tributos, se formó para tal efecto un consejo en donde participaban representantes de las empresas y de la sociedad civil con el auspicio del Estado, lamentablemente ello ha quedado frustrado por la resistencia empresarial a brindar informes que ellos consideran confidenciales. Sin embargo, hay empresas que manifiestan no tener ningún problema con prestar este tipo de información, pero, sucede que con su silencio permiten que la ciudadanía extraiga inconvenientes generalizaciones.
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Esperamos que la cordura y el buen sentido se impongan y que las nubes negras de la antidemocracia y la violación del estado de derecho terminen disipándose.
Esperamos que la cordura y el buen sentido se impongan y que las nubes negras de la antidemocracia y la violación del estado de derecho terminen disipándose.
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Autor: José Luis López Follegatti
Fuente: La República
Sucedió. La fuga de Prado
El 5 de abril de 1879 Chile declaró la guerra al Perú; entre tanto acontecimiento revelador presente en este conflicto paradigmático destaca el más vergonzoso. Muchas veces se prefiere ocultar lo que trae deshonra, pero en esta ocasión hilvana el argumento histórico con naturalidad. Se trata del viaje al exterior del entonces presidente Mariano Ignacio Prado. En los colegios, este suceso se interpreta como una traición. Además, se dice que huyó robándose la colecta nacional para comprar barcos de guerra. Cada vez que un escolar escucha este relato se deprime y le asaltan enormes dudas sobre la idea misma de patria peruana. Felizmente, no todo es tan cierto.
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Mariano Ignacio Prado no robó ningún dinero. Por el contrario, los fondos de la colecta llegaron a Europa a través de otras manos y sirvieron para el propósito original. Es decir, se compró un buque, que llegó al Perú después de la guerra y sirvió para reconstruir a nuestra marina post conflicto. No llegó durante la guerra porque los tenedores de bonos de la impaga deuda externa interpusieron un embargo y el barco estuvo retenido. Así, Prado no tuvo nada que ver con el dinero. Pero, queda pendiente la más seria de las imputaciones: fuga ante el enemigo. Sobre este tema se ha escrito mucho libelo y, entre los pocos textos de calidad al respecto, se encuentra un ensayo de Jorge Basadre sobre el perfil sicológico de Prado antes de su controvertido viaje al exterior.
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Sostiene Basadre que Prado era un buen conocedor de Chile porque tenía experiencia exitosa como dueño de minas en ese país. Sabía las razones de los chilenos para hacernos la guerra y tenía conocimiento de su superioridad material. Estaba al corriente de su preparación para guerrear contra la Argentina y, como consecuencia, que al cancelar ese frente y volverse al norte, eran más fuertes que Bolivia y el Perú juntos. Nunca tuvo fe en la guerra. Sin embargo, se sobrepuso. Fue el único presidente de los tres contendientes que se trasladó al frente, instalándose en Arica y diseñando un plan que funcionó al comenzar el conflicto. La epopeya de Grau fue cuando Prado dirigía al Perú. Aprovechando ese breve lapso, se desplegó un ejército en Tarapacá. Esas tropas no estaban ahí al comenzar la guerra. Su plan de concentración y batalla era bueno y falló por error humano, que estuvo más allá de la capacidad de Prado. Pero, cuando Chile nos eliminó del mar y luego nos arrebató Tarapacá con facilidad, el presidente se derrumbó. Supo que se habían consumado sus negros presagios y se le ocurrió una idea desesperada y peregrina: salir al exterior a comprar armas.
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Era la fuga hacia delante. Cuando algo asusta demasiado, algunos individuos huyen buscando una frenética actividad externa que sirva como pretexto. Al consumar su viaje, Prado no creyó estar traicionando al país. Dejó a su esposa y tiernos hijos en Lima; era su bienamada familia de clase alta. Asimismo, quedaron en el ejército peruano del sur sus hijos mayores, Leoncio y Grocio, que eran fruto de amores juveniles con distintas madres, una chola huanuqueña y la otra zamba chinchana. Mariano Ignacio Prado sentía que iba y venía. Pero, sin saberlo completamente, estaba desertando; abandonaba a sus hijos simbólicos como presas del enemigo exterior. Por ello surge el fratricidio como respuesta política, porque el padre falla en el momento decisivo. En ese momento, el estado peruano se desmoronó y un hermano enemigo se apoderó del puesto vacío. Era Piérola, quien fue tan resistido que algunos peruanos preferían la llegada de los chilenos.
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Terminado el conflicto, Prado retornó al Perú y sus contemporáneos no lo juzgaron como traidor ni fue enjuiciado. El presidente era Andrés Avelino Cáceres, que envió su edecán a recibirlo. La gente de entonces lo miró con pena, era una sombra de sí mismo. Contribuyó a la conmiseración general el heroico destino de sus dos hijos mayores, ambos fallecidos en combate, uno en Tacna y el otro en Huamachuco. Sobre todo Leoncio, que peleó hasta el final y fue fusilado por los chilenos estando herido después de la última batalla. A veces, un hijo valiente salva a un padre ausente.
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Autor: Antonio Zapata Velasco
Fuente: La República
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Mariano Ignacio Prado no robó ningún dinero. Por el contrario, los fondos de la colecta llegaron a Europa a través de otras manos y sirvieron para el propósito original. Es decir, se compró un buque, que llegó al Perú después de la guerra y sirvió para reconstruir a nuestra marina post conflicto. No llegó durante la guerra porque los tenedores de bonos de la impaga deuda externa interpusieron un embargo y el barco estuvo retenido. Así, Prado no tuvo nada que ver con el dinero. Pero, queda pendiente la más seria de las imputaciones: fuga ante el enemigo. Sobre este tema se ha escrito mucho libelo y, entre los pocos textos de calidad al respecto, se encuentra un ensayo de Jorge Basadre sobre el perfil sicológico de Prado antes de su controvertido viaje al exterior.
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Sostiene Basadre que Prado era un buen conocedor de Chile porque tenía experiencia exitosa como dueño de minas en ese país. Sabía las razones de los chilenos para hacernos la guerra y tenía conocimiento de su superioridad material. Estaba al corriente de su preparación para guerrear contra la Argentina y, como consecuencia, que al cancelar ese frente y volverse al norte, eran más fuertes que Bolivia y el Perú juntos. Nunca tuvo fe en la guerra. Sin embargo, se sobrepuso. Fue el único presidente de los tres contendientes que se trasladó al frente, instalándose en Arica y diseñando un plan que funcionó al comenzar el conflicto. La epopeya de Grau fue cuando Prado dirigía al Perú. Aprovechando ese breve lapso, se desplegó un ejército en Tarapacá. Esas tropas no estaban ahí al comenzar la guerra. Su plan de concentración y batalla era bueno y falló por error humano, que estuvo más allá de la capacidad de Prado. Pero, cuando Chile nos eliminó del mar y luego nos arrebató Tarapacá con facilidad, el presidente se derrumbó. Supo que se habían consumado sus negros presagios y se le ocurrió una idea desesperada y peregrina: salir al exterior a comprar armas.
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Era la fuga hacia delante. Cuando algo asusta demasiado, algunos individuos huyen buscando una frenética actividad externa que sirva como pretexto. Al consumar su viaje, Prado no creyó estar traicionando al país. Dejó a su esposa y tiernos hijos en Lima; era su bienamada familia de clase alta. Asimismo, quedaron en el ejército peruano del sur sus hijos mayores, Leoncio y Grocio, que eran fruto de amores juveniles con distintas madres, una chola huanuqueña y la otra zamba chinchana. Mariano Ignacio Prado sentía que iba y venía. Pero, sin saberlo completamente, estaba desertando; abandonaba a sus hijos simbólicos como presas del enemigo exterior. Por ello surge el fratricidio como respuesta política, porque el padre falla en el momento decisivo. En ese momento, el estado peruano se desmoronó y un hermano enemigo se apoderó del puesto vacío. Era Piérola, quien fue tan resistido que algunos peruanos preferían la llegada de los chilenos.
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Terminado el conflicto, Prado retornó al Perú y sus contemporáneos no lo juzgaron como traidor ni fue enjuiciado. El presidente era Andrés Avelino Cáceres, que envió su edecán a recibirlo. La gente de entonces lo miró con pena, era una sombra de sí mismo. Contribuyó a la conmiseración general el heroico destino de sus dos hijos mayores, ambos fallecidos en combate, uno en Tacna y el otro en Huamachuco. Sobre todo Leoncio, que peleó hasta el final y fue fusilado por los chilenos estando herido después de la última batalla. A veces, un hijo valiente salva a un padre ausente.
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Autor: Antonio Zapata Velasco
Fuente: La República
Haya visto por García
Acaba de aparecer La revolución constructiva del aprismo. Teoría y práctica de la modernidad (sic), publicado por el presidente Alan García. El propósito del libro podría resumirse en este párrafo: "La historia demuestra que el aprismo ha sido siempre señalado como derechista por el extremismo comunista. Los apristas no deben caer en el complejo de quienes esperan la aprobación comunista para sentir que de verdad son apristas, que no son derechistas, ni caer tampoco en errores como los que se explican en el capítulo III al hacerse la sincera autocrítica del primer gobierno aprista, cuando se asumió, como si fuera del APRA, el modelo estatal velasquista" (p. 18). En otras palabras, García parece querer justificar la 'derechización' de su gobierno apelando a la autoridad de Haya, enfrentando a quienes reclaman "consecuencia" con la doctrina aprista; todo esto en un tono un tanto macartista, innecesario y extemporáneo.
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García se esfuerza en demostrar que en los escritos de Haya se registra una evolución "dialéctica" desde lo que podríamos llamar el nacionalismo revolucionario, marxista y antiimperialista de los orígenes en la década de los años 20, hacia lo que podríamos llamar una posición socialdemócrata en la de los años 70.
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Me parece un ejercicio plausible; más interesante, sin embargo, creo que hubiera sido contrastar la evolución del pensamiento de Haya con sus opciones tácticas del momento. Porque, si bien desde la década de los 40 puede encontrarse en los escritos de Haya la tesis del "interamericanismo democrático sin imperio", así como la de "crear la riqueza para el que no la tiene", uno ve al APRA entorpeciendo al gobierno reformista de Bustamante y Rivero (1945-48) desde posiciones radicales. Más adelante, cabe reflexionar sobre el error, reconocido por el propio Haya en algunas entrevistas, de sobrestimar el poder de la oligarquía y buscar un entendimiento con ella precisamente cuando el mundo viraba hacia la izquierda y se incubaba la revolución velasquista. Probablemente Haya debió buscar un entendimiento político no con el odriismo, sino con el reformismo belaundista entre 1962 y 1968, y otra habría sido la historia.
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A favor de Haya habría que decir que manejar las tensiones entre las alas izquierda y derecha, inevitables en un partido populista, es extremadamente difícil. Perón en Argentina, por ejemplo, cultivó hasta su vuelta al poder, en 1973, la coexistencia de un ala nacionalista conservadora y de una marxista antiimperialista insurreccional, que después se expresarían en la Alianza Anticomunista Argentina y en los montoneros. Haya, por el contrario, optó por deshacerse del "APRA rebelde", que dará lugar después al desarrollo de la izquierda en la década de los 70. (Continuará).
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Autor: Martín Tanaka
Fuente: Perú21
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García se esfuerza en demostrar que en los escritos de Haya se registra una evolución "dialéctica" desde lo que podríamos llamar el nacionalismo revolucionario, marxista y antiimperialista de los orígenes en la década de los años 20, hacia lo que podríamos llamar una posición socialdemócrata en la de los años 70.
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Me parece un ejercicio plausible; más interesante, sin embargo, creo que hubiera sido contrastar la evolución del pensamiento de Haya con sus opciones tácticas del momento. Porque, si bien desde la década de los 40 puede encontrarse en los escritos de Haya la tesis del "interamericanismo democrático sin imperio", así como la de "crear la riqueza para el que no la tiene", uno ve al APRA entorpeciendo al gobierno reformista de Bustamante y Rivero (1945-48) desde posiciones radicales. Más adelante, cabe reflexionar sobre el error, reconocido por el propio Haya en algunas entrevistas, de sobrestimar el poder de la oligarquía y buscar un entendimiento con ella precisamente cuando el mundo viraba hacia la izquierda y se incubaba la revolución velasquista. Probablemente Haya debió buscar un entendimiento político no con el odriismo, sino con el reformismo belaundista entre 1962 y 1968, y otra habría sido la historia.
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A favor de Haya habría que decir que manejar las tensiones entre las alas izquierda y derecha, inevitables en un partido populista, es extremadamente difícil. Perón en Argentina, por ejemplo, cultivó hasta su vuelta al poder, en 1973, la coexistencia de un ala nacionalista conservadora y de una marxista antiimperialista insurreccional, que después se expresarían en la Alianza Anticomunista Argentina y en los montoneros. Haya, por el contrario, optó por deshacerse del "APRA rebelde", que dará lugar después al desarrollo de la izquierda en la década de los 70. (Continuará).
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Autor: Martín Tanaka
Fuente: Perú21
Haya de la Torre y Velasco Alvarado, según García
En su libro La revolución constructiva del aprismo. Teoría y práctica de la modernidad (Lima, 2008), Alan García busca demostrar que su viraje hacia el neoliberalismo constituye un retorno hacia las verdaderas posiciones de Haya de la Torre.
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Argumenta García que Haya de la Torre era un abierto enemigo de las reformas de Velasco Alvarado, mientras que los apristas -en primera línea Alan García- cometieron el error de leer la revolución militar como la "realización de lo que había propuesto el Apra desde 1931".
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Esto habría llevado a que "adoptaran como propias las estatizaciones, el modelo colectivista en la agricultura y el manejo estatal del comercio de muchos servicios y bienes" (104-105). El resultado fue que se compraron el proyecto de Velasco Alvarado, un modelo y conceptos que eran "totalmente ajenos a la ideología de Haya y su trabajo dialéctico". Así, el primer gobierno de Alan García "resultó más velasquista que hayista" (108). García reniega hoy de su apostasía y enmienda rumbos virando hacia el sano neoliberalismo.
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En verdad, Haya de la Torre sostuvo públicamente posiciones contrarias a lo que afirma Alan García. En febrero de 1970, en el Día de la Fraternidad, reclamó la paternidad intelectual de las reformas que realizaban los militares, protestando porque estos no reconocían la deuda intelectual que le tenían: "Debemos estar insatisfechos porque no es manera, aceleradamente y furtivamente, de llevar esas ideas adelante y de esconderlas, sobre todo ocultando su origen y procedencia ("75 años en la vida de un líder". Diario La Prensa. 7 Días del Perú y del Mundo. Nº 609, 22 de febrero de 1970). Lo mismo sostenía un año después: "nosotros estamos de acuerdo con una sana transformación del Perú, con un cambio que preconizamos siempre y por el cual fuimos perseguidos y se nos dijo extremistas, desleales y hasta antiperuanos" ("Por pedir lo que ahora se hace, fuimos perseguidos y acosados, afirma Haya". Última Hora. Suplemento Político Sábado, 20 de febrero de 1971). Siguiendo su propio razonamiento, Alan García, al ser "velasquista" durante su primer gobierno, era pues ortodoxamente hayista.
Argumenta García que Haya de la Torre era un abierto enemigo de las reformas de Velasco Alvarado, mientras que los apristas -en primera línea Alan García- cometieron el error de leer la revolución militar como la "realización de lo que había propuesto el Apra desde 1931".
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Esto habría llevado a que "adoptaran como propias las estatizaciones, el modelo colectivista en la agricultura y el manejo estatal del comercio de muchos servicios y bienes" (104-105). El resultado fue que se compraron el proyecto de Velasco Alvarado, un modelo y conceptos que eran "totalmente ajenos a la ideología de Haya y su trabajo dialéctico". Así, el primer gobierno de Alan García "resultó más velasquista que hayista" (108). García reniega hoy de su apostasía y enmienda rumbos virando hacia el sano neoliberalismo.
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En verdad, Haya de la Torre sostuvo públicamente posiciones contrarias a lo que afirma Alan García. En febrero de 1970, en el Día de la Fraternidad, reclamó la paternidad intelectual de las reformas que realizaban los militares, protestando porque estos no reconocían la deuda intelectual que le tenían: "Debemos estar insatisfechos porque no es manera, aceleradamente y furtivamente, de llevar esas ideas adelante y de esconderlas, sobre todo ocultando su origen y procedencia ("75 años en la vida de un líder". Diario La Prensa. 7 Días del Perú y del Mundo. Nº 609, 22 de febrero de 1970). Lo mismo sostenía un año después: "nosotros estamos de acuerdo con una sana transformación del Perú, con un cambio que preconizamos siempre y por el cual fuimos perseguidos y se nos dijo extremistas, desleales y hasta antiperuanos" ("Por pedir lo que ahora se hace, fuimos perseguidos y acosados, afirma Haya". Última Hora. Suplemento Político Sábado, 20 de febrero de 1971). Siguiendo su propio razonamiento, Alan García, al ser "velasquista" durante su primer gobierno, era pues ortodoxamente hayista.
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Alan García presenta hoy a Haya, además de profeta, como un precursor del entreguismo neoliberal. Pero es injusto endilgar a Haya claudicaciones de las que solo él debería responder: "Seamos sinceros -declaraba Haya-: todo esto va en transición hacia un futuro de socialismo; pero mientras tanto los capitalistas tienen derechos" ("Lo que no dijo Haya de la Torre (Primera Parte)". Caretas. Nº 431, marzo 3 de diciembre de 1971). (Continuaremos).
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Alan García presenta hoy a Haya, además de profeta, como un precursor del entreguismo neoliberal. Pero es injusto endilgar a Haya claudicaciones de las que solo él debería responder: "Seamos sinceros -declaraba Haya-: todo esto va en transición hacia un futuro de socialismo; pero mientras tanto los capitalistas tienen derechos" ("Lo que no dijo Haya de la Torre (Primera Parte)". Caretas. Nº 431, marzo 3 de diciembre de 1971). (Continuaremos).
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Autor: Nelson Manrique
Fuente: Perú21
El orden social es siempre frágil.
Desafortunado ministro de Información de Irak, pero uno de los "héroes" de la guerra con los Estados Unidos, Mohammad Said Al-Sahat, hoy olvidado, negaba enfáticamente en sus diarias conferencias de prensa los hechos más evidentes: se ceñía a la línea política de su patrón. Así, mientras los carros de asalto estadounidenses llegaban a las proximidades de su despacho, continuaba afirmando que las imágenes de la televisión norteamericana no eran más que efectos especiales pergeñados en Hollywood. A veces enunciaba extrañas verdades y, a las afirmaciones sobre el control de ciertos barrios de Bagdad por el Ejército estadounidense, respondía: "No controlan nada de nada, ¡ni siquiera se controlan ellos mismos!"
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Con el naufragio de Nueva Orleans, la réplica cómica de Al-Sahaf se ha vuelto trágica. Las autoridades estadounidenses perdieron el control de una parte de la metrópoli. Durante algunos días, Nueva Orleans retrocedió hasta convertirse en una reserva salvaje, librada al saqueo, el asesinato y la violación.
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Habría mucho que decir sobre el miedo que se infiltra en nuestras vidas a causa de un accidente natural o tecnológico (corte de electricidad, terremoto...), el miedo de ver desintegrarse nuestro tejido social. Este sentimiento de fragilidad de nuestro vínculo social es, en sí mismo, un síntoma: en el preciso lugar donde uno esperaría un impulso de solidaridad frente a una catástrofe semejante, lo que estalla es el egoísmo más despiadado.
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Desde lo racional, sabíamos que esto podía ocurrir pero no queríamos creerlo. Sin embargo, esto ya ha sucedido en los Estados Unidos: en Hollywood, en el cine, con las dos películas de ciencia ficción de John Carpenter, "Escape from New York 1997" y "Escape from Los Angeles 2013", en los cuales una megalópolis, aislada del mundo del orden, cae bajo el dominio de bandas criminales. En este aspecto, "The Trigger Effect" (1996), filme de David Koepp, es aún más interesante. Al producirse un corte de energía en una gran ciudad, la sociedad comienza a desmoronarse. Con gran imaginación, la película trata las relaciones raciales y nuestros prejuicios hacia los extranjeros. "Cuando nada anda, todo sucede", dice el trailer.
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Una atmósfera extraña se cierne sobre Nueva Orleans, especie de ciudad de vampiros, de muertos-vivos y del vudú. Un tenebroso poder sobrenatural amenaza sin tregua con hacer estallar el tejido social. Una vez más, como el 11 de septiembre, la sorpresa no proviene del hecho de que la torre de marfil de la vida estadounidense haya sido destruida por la intrusión de la realidad del Tercer Mundo, hecha de caos social, violencia y hambre. La verdadera sorpresa proviene del hecho de que una cosa no perteneciente a nuestra realidad ha entrado brutalmente en ella.
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¿Cuál fue entonces la catástrofe de Nueva Orleans? Lo primero que observamos es su extraño carácter temporal, suerte de reacción retardada. Inmediatamente después del paso del ciclón, hubo un alivio momentáneo: el ojo había pasado a unos 40 kilómetros de la ciudad, sólo se registraba una decena de muertos. Se había evitado lo peor. Luego todo se echó a perder: una parte de los diques de protección se derrumbó; la ciudad fue invadida por las aguas y el orden social se desintegró. El desastre natural sirvió de "revelador social".
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En primer lugar, tenemos buenas razones para pensar que Estados Unidos está expuesto más que de costumbre a ciclones a causa del calentamiento terrestre, del cual es responsable el hombre. Segundo, el efecto catastrófico inmediato del ciclón se debió, en gran parte, a negligencias humanas: las autoridades no estaban preparadas para dar respuesta a necesidades humanitarias fácilmente previsibles. Pero la verdadera conmoción —la desintegración del orden social— se produjo más tarde. Por una especie de acción diferida, la catástrofe natural se repitió bajo la forma de una catástrofe social.
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¿Cómo se debe interpretar este derrumbe social? La primera reacción fue conservadora, como de costumbre. Los acontecimientos de Nueva Orleans confirman, una vez más, la fragilidad del orden social, la necesidad de hacer respetar la ley con severidad y la necesidad de la presión moral para impedir la explosión violenta de las pasiones.
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En realidad, el caos de Nueva Orleans puso en evidencia la brecha racial que perdura en los Estados Unidos: el 68% de negros pobres y postergados que habitan la ciudad no tuvieron los medios necesarios para abandonarla a tiempo, fueron abandonados sin alimentos y sin asistencia. Por eso, no tiene nada de sorprendente que hayan "explotado". Se debe considerar su violencia como una repetición de los disturbios ocurridos en Los Angeles luego del caso Rodney King, o incluso de las manifestaciones de Detroit y Newark de fines de los 60.
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¿Y si, de manera más fundamental, la tensión que llevó a la explosión de violencia no fuera una tensión entre la "naturaleza humana" y la fuerza de la civilización que la controla sino una tensión entre dos aspectos de nuestra civilización? ¿Y si, al esforzarse por dominar explosiones como la de Nueva Orleans, las fuerzas del orden se vieran por el contrario enfrentadas a la "naturaleza" del capitalismo en su forma más pura, a la lógica de la competencia individualista, de la afirmación despiadada del yo, una "naturaleza" mucho más amenazante y violenta que todos los ciclones y los terremotos?
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Autor: Slavoj Zizek
Fuente: Žižek en español
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Con el naufragio de Nueva Orleans, la réplica cómica de Al-Sahaf se ha vuelto trágica. Las autoridades estadounidenses perdieron el control de una parte de la metrópoli. Durante algunos días, Nueva Orleans retrocedió hasta convertirse en una reserva salvaje, librada al saqueo, el asesinato y la violación.
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Habría mucho que decir sobre el miedo que se infiltra en nuestras vidas a causa de un accidente natural o tecnológico (corte de electricidad, terremoto...), el miedo de ver desintegrarse nuestro tejido social. Este sentimiento de fragilidad de nuestro vínculo social es, en sí mismo, un síntoma: en el preciso lugar donde uno esperaría un impulso de solidaridad frente a una catástrofe semejante, lo que estalla es el egoísmo más despiadado.
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Desde lo racional, sabíamos que esto podía ocurrir pero no queríamos creerlo. Sin embargo, esto ya ha sucedido en los Estados Unidos: en Hollywood, en el cine, con las dos películas de ciencia ficción de John Carpenter, "Escape from New York 1997" y "Escape from Los Angeles 2013", en los cuales una megalópolis, aislada del mundo del orden, cae bajo el dominio de bandas criminales. En este aspecto, "The Trigger Effect" (1996), filme de David Koepp, es aún más interesante. Al producirse un corte de energía en una gran ciudad, la sociedad comienza a desmoronarse. Con gran imaginación, la película trata las relaciones raciales y nuestros prejuicios hacia los extranjeros. "Cuando nada anda, todo sucede", dice el trailer.
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Una atmósfera extraña se cierne sobre Nueva Orleans, especie de ciudad de vampiros, de muertos-vivos y del vudú. Un tenebroso poder sobrenatural amenaza sin tregua con hacer estallar el tejido social. Una vez más, como el 11 de septiembre, la sorpresa no proviene del hecho de que la torre de marfil de la vida estadounidense haya sido destruida por la intrusión de la realidad del Tercer Mundo, hecha de caos social, violencia y hambre. La verdadera sorpresa proviene del hecho de que una cosa no perteneciente a nuestra realidad ha entrado brutalmente en ella.
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¿Cuál fue entonces la catástrofe de Nueva Orleans? Lo primero que observamos es su extraño carácter temporal, suerte de reacción retardada. Inmediatamente después del paso del ciclón, hubo un alivio momentáneo: el ojo había pasado a unos 40 kilómetros de la ciudad, sólo se registraba una decena de muertos. Se había evitado lo peor. Luego todo se echó a perder: una parte de los diques de protección se derrumbó; la ciudad fue invadida por las aguas y el orden social se desintegró. El desastre natural sirvió de "revelador social".
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En primer lugar, tenemos buenas razones para pensar que Estados Unidos está expuesto más que de costumbre a ciclones a causa del calentamiento terrestre, del cual es responsable el hombre. Segundo, el efecto catastrófico inmediato del ciclón se debió, en gran parte, a negligencias humanas: las autoridades no estaban preparadas para dar respuesta a necesidades humanitarias fácilmente previsibles. Pero la verdadera conmoción —la desintegración del orden social— se produjo más tarde. Por una especie de acción diferida, la catástrofe natural se repitió bajo la forma de una catástrofe social.
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¿Cómo se debe interpretar este derrumbe social? La primera reacción fue conservadora, como de costumbre. Los acontecimientos de Nueva Orleans confirman, una vez más, la fragilidad del orden social, la necesidad de hacer respetar la ley con severidad y la necesidad de la presión moral para impedir la explosión violenta de las pasiones.
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En realidad, el caos de Nueva Orleans puso en evidencia la brecha racial que perdura en los Estados Unidos: el 68% de negros pobres y postergados que habitan la ciudad no tuvieron los medios necesarios para abandonarla a tiempo, fueron abandonados sin alimentos y sin asistencia. Por eso, no tiene nada de sorprendente que hayan "explotado". Se debe considerar su violencia como una repetición de los disturbios ocurridos en Los Angeles luego del caso Rodney King, o incluso de las manifestaciones de Detroit y Newark de fines de los 60.
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¿Y si, de manera más fundamental, la tensión que llevó a la explosión de violencia no fuera una tensión entre la "naturaleza humana" y la fuerza de la civilización que la controla sino una tensión entre dos aspectos de nuestra civilización? ¿Y si, al esforzarse por dominar explosiones como la de Nueva Orleans, las fuerzas del orden se vieran por el contrario enfrentadas a la "naturaleza" del capitalismo en su forma más pura, a la lógica de la competencia individualista, de la afirmación despiadada del yo, una "naturaleza" mucho más amenazante y violenta que todos los ciclones y los terremotos?
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Autor: Slavoj Zizek
Fuente: Žižek en español
Liberalismo, Sí; Necroliberalismo, No
Alguien tiene que estar muy equivocado o, simplemente, todos hemos perdido un tornillo. En Rosario, mi querida ciudad natal, se reunió la flor y nata de la derecha neoliberal. Nombres que para los bien informados producen escalofríos, como Noriega, Aznar o López Murphy, entonaron loas al actual orden económico y la emprendieron contra los enemigos de siempre: Chávez, Evo, Correa.
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Según Mario Vargas Llosa, que tengo entendido presidió la reunión, Aznar "fue un extraordinario jefe de Gobierno". Y por ahí se encamina mi sospecha de que algo anda muy mal en la cabeza de este grupo o en nuestra capacidad de tolerancia.
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¡Aznar, ese desequilibrado que metió a España en una guerra absurda, "un extraordinario jefe de gobierno"! ¿El tipo que legitimó la invasión a Irak y por cuya culpa se produjo la masacre del 11-M y, además, mintió atribuyendo el atentado a ETA, "un extraordinario jefe de gobierno"? Esa sí que es buena. Para colmo, el mismo Aznar, luego de declarar que América Latina "forma parte de la civilización occidental" (sería maravilloso saber qué quiere decir con esto) y de reivindicar su decisión de mandar tropas a Irak en apoyo a su buen amigo Bush, contra la voluntad del 90% de los españoles, dijo, con esa incapacidad de autocrítica propia de quien está al servicio de intereses inconfesables: "No van a escuchar de mí palabras de perdón ni de arrepentimiento. Estoy orgulloso de pertenecer a una civilización occidental y, si me apuran, estoy dispuesto a defenderlos y los defendí cuando fue necesario".
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¿Estará enterado de que en Irak han muerto más de un millón de seres humanos, que 4 millones y medio han sido desplazados, que el patrimonio genético de los iraquíes ha sido prácticamente destruido por el uranio empobrecido que contienen las bombas, que el petróleo ha pasado de costar 35 a 105 dólares el barril, etc.? Sabrá que sus socios están empantanados y que los 4 mil muchachos estadounidenses muertos, y los 25 mil heridos, y los 52 mil necesitados de tratamiento psiquiátrico, solo sirvieron para asegurar mayores ganancias a empresas privadas ligadas a los intereses de los grupos de poder estadounidenses?
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¿Esa es la cultura occidental de la que está orgulloso? ¿Es esa la cultura occidental? ¿Lo es ese zurrarse en el derecho internacional de Aznar, quien agregó: "Quiero expresar mi respaldo a Uribe en su lucha por la libertad"? En esa lucha, para Aznar, como para Bush, no hay matices: "los buenos deben ganar siempre" aunque el precio de su triunfo tenga un altísimo costo en vidas humanas y en respeto a los valores que hemos establecido para lograr comportamientos más civilizados.
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Para quienes creemos que ese necroliberalismo favorece la desigualdad y acelera la destrucción de la vida en el planeta fue una satisfacción saber que a Noriega (ex subsecretario de Asuntos Hemisféricos de EE.UU.) y a Carlos Alberto Montaner, el cuerpo de regidores de Rosario, por unanimidad, los declaró visitantes no gratos por sus antecedentes como defensores de la teoría de Seguridad Nacional, que tantos crímenes generó en Argentina.
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Autor: Guillermo Giacosa
Fuente: Perú21
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Según Mario Vargas Llosa, que tengo entendido presidió la reunión, Aznar "fue un extraordinario jefe de Gobierno". Y por ahí se encamina mi sospecha de que algo anda muy mal en la cabeza de este grupo o en nuestra capacidad de tolerancia.
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¡Aznar, ese desequilibrado que metió a España en una guerra absurda, "un extraordinario jefe de gobierno"! ¿El tipo que legitimó la invasión a Irak y por cuya culpa se produjo la masacre del 11-M y, además, mintió atribuyendo el atentado a ETA, "un extraordinario jefe de gobierno"? Esa sí que es buena. Para colmo, el mismo Aznar, luego de declarar que América Latina "forma parte de la civilización occidental" (sería maravilloso saber qué quiere decir con esto) y de reivindicar su decisión de mandar tropas a Irak en apoyo a su buen amigo Bush, contra la voluntad del 90% de los españoles, dijo, con esa incapacidad de autocrítica propia de quien está al servicio de intereses inconfesables: "No van a escuchar de mí palabras de perdón ni de arrepentimiento. Estoy orgulloso de pertenecer a una civilización occidental y, si me apuran, estoy dispuesto a defenderlos y los defendí cuando fue necesario".
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¿Estará enterado de que en Irak han muerto más de un millón de seres humanos, que 4 millones y medio han sido desplazados, que el patrimonio genético de los iraquíes ha sido prácticamente destruido por el uranio empobrecido que contienen las bombas, que el petróleo ha pasado de costar 35 a 105 dólares el barril, etc.? Sabrá que sus socios están empantanados y que los 4 mil muchachos estadounidenses muertos, y los 25 mil heridos, y los 52 mil necesitados de tratamiento psiquiátrico, solo sirvieron para asegurar mayores ganancias a empresas privadas ligadas a los intereses de los grupos de poder estadounidenses?
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¿Esa es la cultura occidental de la que está orgulloso? ¿Es esa la cultura occidental? ¿Lo es ese zurrarse en el derecho internacional de Aznar, quien agregó: "Quiero expresar mi respaldo a Uribe en su lucha por la libertad"? En esa lucha, para Aznar, como para Bush, no hay matices: "los buenos deben ganar siempre" aunque el precio de su triunfo tenga un altísimo costo en vidas humanas y en respeto a los valores que hemos establecido para lograr comportamientos más civilizados.
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Para quienes creemos que ese necroliberalismo favorece la desigualdad y acelera la destrucción de la vida en el planeta fue una satisfacción saber que a Noriega (ex subsecretario de Asuntos Hemisféricos de EE.UU.) y a Carlos Alberto Montaner, el cuerpo de regidores de Rosario, por unanimidad, los declaró visitantes no gratos por sus antecedentes como defensores de la teoría de Seguridad Nacional, que tantos crímenes generó en Argentina.
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Autor: Guillermo Giacosa
Fuente: Perú21
El Canal 7 y la discriminación ideológica
Los 'mails' y las llamadas recibidas desde el sábado pasado a raíz de mi salida de canal 7 me obligan a volver al tema. Creo que una empresa o una entidad del Estado está en su derecho cuando elige lo que más le cree convenir. En este caso concreto, yo debo agradecer a quienes se han solidarizado conmigo, pero también debo agradecer, como ya lo he hecho en el primer artículo, al canal del Estado por haberme permitido ocho años de trabajo periodístico ejercido con plena y absoluta libertad, tal como ocurre en la actualidad con Perú.21.
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Debo sí insistir en que, para mí, trabajar en el canal del Estado no significó nunca trabajar en el canal del Gobierno. Jamás he sido oficialista, tampoco crítico implacable, ese no es mi estilo. Mi praxis periodística pasa por el campo pedagógico. Trato de explicarme a mí mismo y de explicar a quienes me leen o escuchan las razones que existen detrás de los hechos que se producen y, si es posible, cómo estos hechos repercuten en nuestra vida cotidiana. Estoy convencido de que no hay democracia que pueda funcionar como tal dentro de un país cuya población se deja guiar por los titulares de la prensa. Las interpretaciones ligeras a las que son afectos muchos colegas impiden el desarrollo de una conciencia crítica, que es la palanca indispensable para que los ciudadanos de una nación democrática crezcan como tales. La democracia es una cultura, un estilo de vida. No llega solo de las urnas, llega de una práctica que incluye permanentemente al prójimo como sujeto de los mismos derechos, respetos y posibilidades que gozamos nosotros. Es cierto que en un mundo donde la política ha sido transformada en espectáculo, mi estilo carece de espectacularidad. Y no lo voy a cambiar, simplemente, porque no puedo y porque no corresponde a los principios que sustentan mi existencia y mi labor profesional.
.
En la televisión estatal he dedicado mis esfuerzos a despertar conciencia sobre las catástrofes naturales que se avecinan debido al cambio climático. Se trata de un tema científico del que vengo hablando hace 30 años que, indudablemente, tiene un fuerte contenido político. Los TLC y las leyes pueden acelerar o disminuir su velocidad.
.
El crecimiento económico, alegremente entregado a la sabiduría del mercado, es una variable que también jugará un papel importante en la prolongación de la vida sobre el planeta. Anticipar las consecuencias o simplemente explicar el fenómeno es poner en duda el saber oficial que se engola hablando de crecimiento. Es poner en duda, sin necesidad de expresarlo, el valor de la dirección adoptada.
.
Nada de eso, a mi entender, es considerado inocente o gratuito por quienes hoy dirigen el canal del Estado. Por ello señalo mi apartamiento como una expresión de discriminación ideológica que nada tiene que ver con el costo de producción de dicho programa que, tengo las cifras, debe ser uno de los más baratos de la TV.
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Mi caso es solo uno más frente a la vocación antidemocrática de instalar la unanimidad coral que caracteriza hoy a gran parte de la prensa nacional.
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Autor: Guillermo Giacosa
Fuente: Peru21
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Debo sí insistir en que, para mí, trabajar en el canal del Estado no significó nunca trabajar en el canal del Gobierno. Jamás he sido oficialista, tampoco crítico implacable, ese no es mi estilo. Mi praxis periodística pasa por el campo pedagógico. Trato de explicarme a mí mismo y de explicar a quienes me leen o escuchan las razones que existen detrás de los hechos que se producen y, si es posible, cómo estos hechos repercuten en nuestra vida cotidiana. Estoy convencido de que no hay democracia que pueda funcionar como tal dentro de un país cuya población se deja guiar por los titulares de la prensa. Las interpretaciones ligeras a las que son afectos muchos colegas impiden el desarrollo de una conciencia crítica, que es la palanca indispensable para que los ciudadanos de una nación democrática crezcan como tales. La democracia es una cultura, un estilo de vida. No llega solo de las urnas, llega de una práctica que incluye permanentemente al prójimo como sujeto de los mismos derechos, respetos y posibilidades que gozamos nosotros. Es cierto que en un mundo donde la política ha sido transformada en espectáculo, mi estilo carece de espectacularidad. Y no lo voy a cambiar, simplemente, porque no puedo y porque no corresponde a los principios que sustentan mi existencia y mi labor profesional.
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En la televisión estatal he dedicado mis esfuerzos a despertar conciencia sobre las catástrofes naturales que se avecinan debido al cambio climático. Se trata de un tema científico del que vengo hablando hace 30 años que, indudablemente, tiene un fuerte contenido político. Los TLC y las leyes pueden acelerar o disminuir su velocidad.
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El crecimiento económico, alegremente entregado a la sabiduría del mercado, es una variable que también jugará un papel importante en la prolongación de la vida sobre el planeta. Anticipar las consecuencias o simplemente explicar el fenómeno es poner en duda el saber oficial que se engola hablando de crecimiento. Es poner en duda, sin necesidad de expresarlo, el valor de la dirección adoptada.
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Nada de eso, a mi entender, es considerado inocente o gratuito por quienes hoy dirigen el canal del Estado. Por ello señalo mi apartamiento como una expresión de discriminación ideológica que nada tiene que ver con el costo de producción de dicho programa que, tengo las cifras, debe ser uno de los más baratos de la TV.
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Mi caso es solo uno más frente a la vocación antidemocrática de instalar la unanimidad coral que caracteriza hoy a gran parte de la prensa nacional.
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Autor: Guillermo Giacosa
Fuente: Peru21
Tongo en Asia: ¿acercamiento cultural o extravío irremediable?
¿El hecho de que Tongo ofreciera un concierto en el local Juanito’s del bulevar de Asia es sinónimo de que la exclusión en nuestro país esta disminuyendo?, ¿acaso la cumbia ha logrado traspasar la barrera, al parecer infranqueable, que separa a los peruanos? El último 17 de febrero en el diario correo de Huancayo apareció un artículo de Walter Salazar Pérez titulado “Tongo en Asia”. Es obvio que el autor del artículo no gusta de las canciones de Abelardo Gutiérrez – Tongo, ya que no ahorra insultos para referirse al artista huancaíno. Sin embargo, al margen de los insultos de grueso calibre, Salazar Pérez, plantea que en el Perú cada día es mas evidente “la paulatina y creciente mixtificación de las clases sociales, su acercamiento cultural y aquello que los sociólogos veían como una utopía: la integración”.
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Es fácil dejarse engañar por las formas y no lograr percibir el fondo. Sugerir que la participación de Tongo en Asia es muestra de un acercamiento cultural, en efecto, es dejarse guiar por las formas y descuidar el fondo. Pienso que para entender este problema es básico encontrar las respuestas en los actores mismos, por ejemplo; cuando Salazar Pérez en su artículo se refiere a Tongo lo hace de la siguiente manera: “En primer lugar, ver al susodicho espécimen (se refiere a Tongo), en una festiva fotografía, rodeado de bellas muchachas de las clases mas acomodadas del país…”. Con estas palabras Salazar Pérez rompe con su propia hipótesis, ya que hace gala de una actitud altamente excluyente. Para Salazar es inimaginable que alguien ajeno a la “high life” pueda pasarla bien en una discoteca como Juanito’s. Considera dicha aseveración como una broma de mal gusto.
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Por otro lado, el hecho de que casi todas las entrevistas a Tongo giraran entorno a que si Tongo fue o no discriminado, si se burlaron de él o si lo aplaudieron, si lo miraron de reojo o no, nos muestra que la discriminación está vigente y se ha consolidado mas que nunca. Pero ¿la música, al margen de quien la cante, si ha logrado traspasar esta barrera? Considero que no, y para sustentarlo nuevamente me baso en el artículo de Salazar Pérez
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Cuando en su artículo afirma que “esa curiosa comunidad de gustos que hermana a todos los sectores sociales, sin importar el tipo de educación recibido, la formación académica (…) pues a la hora de la verdad todos mueven sus ávidas anatomías al ritmo del mismo puñado de cancioncillas” como el “engendro musical llamado la pituca”, nos esta diciendo también la poca tolerancia respecto al otro. Cuando hablamos de integración nos estamos refiriendo a entender al Otro como es, con sus gustos y costumbre. Al afirmar los gustos del Otro como malos, incultos e inaceptables estamos haciendo gala de una intolerancia que muestra la poca integración social. Además en el mismo articulo se afirma “que alguien desprovisto de todo sentido de gusto, cometa tal despropósito, (escuchar la pituca por ejemplo) puede ser explicable; pero que haya en todas las capas sociales gente que lo aliente, lo siga y lo tome en serio, eso ya me parece el paroxismo de la más insulsa huachafería”.
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Actitudes y palabras como las de Salazar Pérez nos ayuda a aclarar que la situación de exclusión en nuestro país esta lejos de ser solucionada. La integración es pues, aceptarnos con nuestras diferencias en tolerancia, no discriminando al Otro, sino aceptándolo como es.
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Autor: José Luis López Huaynate
Fuente: Barracones
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Es fácil dejarse engañar por las formas y no lograr percibir el fondo. Sugerir que la participación de Tongo en Asia es muestra de un acercamiento cultural, en efecto, es dejarse guiar por las formas y descuidar el fondo. Pienso que para entender este problema es básico encontrar las respuestas en los actores mismos, por ejemplo; cuando Salazar Pérez en su artículo se refiere a Tongo lo hace de la siguiente manera: “En primer lugar, ver al susodicho espécimen (se refiere a Tongo), en una festiva fotografía, rodeado de bellas muchachas de las clases mas acomodadas del país…”. Con estas palabras Salazar Pérez rompe con su propia hipótesis, ya que hace gala de una actitud altamente excluyente. Para Salazar es inimaginable que alguien ajeno a la “high life” pueda pasarla bien en una discoteca como Juanito’s. Considera dicha aseveración como una broma de mal gusto.
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Por otro lado, el hecho de que casi todas las entrevistas a Tongo giraran entorno a que si Tongo fue o no discriminado, si se burlaron de él o si lo aplaudieron, si lo miraron de reojo o no, nos muestra que la discriminación está vigente y se ha consolidado mas que nunca. Pero ¿la música, al margen de quien la cante, si ha logrado traspasar esta barrera? Considero que no, y para sustentarlo nuevamente me baso en el artículo de Salazar Pérez
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Cuando en su artículo afirma que “esa curiosa comunidad de gustos que hermana a todos los sectores sociales, sin importar el tipo de educación recibido, la formación académica (…) pues a la hora de la verdad todos mueven sus ávidas anatomías al ritmo del mismo puñado de cancioncillas” como el “engendro musical llamado la pituca”, nos esta diciendo también la poca tolerancia respecto al otro. Cuando hablamos de integración nos estamos refiriendo a entender al Otro como es, con sus gustos y costumbre. Al afirmar los gustos del Otro como malos, incultos e inaceptables estamos haciendo gala de una intolerancia que muestra la poca integración social. Además en el mismo articulo se afirma “que alguien desprovisto de todo sentido de gusto, cometa tal despropósito, (escuchar la pituca por ejemplo) puede ser explicable; pero que haya en todas las capas sociales gente que lo aliente, lo siga y lo tome en serio, eso ya me parece el paroxismo de la más insulsa huachafería”.
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Actitudes y palabras como las de Salazar Pérez nos ayuda a aclarar que la situación de exclusión en nuestro país esta lejos de ser solucionada. La integración es pues, aceptarnos con nuestras diferencias en tolerancia, no discriminando al Otro, sino aceptándolo como es.
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Autor: José Luis López Huaynate
Fuente: Barracones
Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce
Ha sido publicado recientemente Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo (Lima, Universidad de San Martín de Porres, 2007), de Jorge Bruce. Se trata de un libro muy importante, continuador de una insigne tradición de estudios sociales desde el psicoanálisis. Este libro se convertirá en una referencia obligatoria para ocuparse del tema de lo cholo en el Perú.
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El libro postula la permanencia y centralidad de la discriminación racial como forma de relación social en el país, a través del análisis del choleo; revisa críticamente las maneras según las cuales tanto las ciencias sociales como el psicoanálisis han abordado este asunto, y fundamenta sus argumentos tomando como referencia los estereotipos que utiliza la publicidad comercial, y algunos casos de su práctica profesional como terapeuta.
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Reconociendo los muchos méritos del libro, quiero aquí plantear dos objeciones para seguir con un debate planteado por Bruce con este servidor.
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La primera concierne, en general, a toda la literatura del psicoanálisis que incursiona en el análisis social: ella tiende a mirar la realidad desde la patología, desde la experiencia clínica. ¿Es esta la mejor entrada? Cuando menos, implica algunos sesgos, que me parece llevan a enfatizar en demasía la continuidad de las prácticas racistas, y dificultan valorar suficientemente los profundos cambios democratizadores ocurridos en las últimas décadas en el país.
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La segunda objeción se refiere a otro sesgo, que ayuda a entender el primero. La sociología del conocimiento nos dice que todo saber está socialmente situado: es decir, miramos el mundo desde un punto, y este, necesariamente, implica algún sesgo.
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Creo que Bruce mira el mundo fundamentalmente desde ciertos espacios de clases altas, "blancas", desde la cúspide de la pirámide de la discriminación.
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Para estos sectores, en efecto, "la gente" ya no "se ubica", no respeta, se ha "igualado". La ideología de mercado, la derrota de la izquierda, de Sendero Luminoso, el crecimiento económico, les da a estos sectores más confianza para darse "licencias" discriminadoras que no se daban antes. Visto el Perú desde aquí, efectivamente, la persistencia del racismo es lo más llamativo.
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Pero, si asumimos el punto de vista de la inmensa mayoría de los peruanos, creo que podemos tener una mirada que entiende mejor lo que ha ocurrido en el país, y nos permite tener una mirada más optimista. ¿Y qué es lo que ha ocurrido? Que una minoría puede querer seguir discriminando, pero la gran mayoría no acepta más una posición subordinada, y en la práctica la cuestiona, la irrespeta, la niega, en la medida de sus posibilidades. De lo que se trata es de darle más herramientas a la gente para poder defenderse de aquellos que no aceptan que el país es otro.
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Autor: Martín Tanaka
Fuente: Perú21
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El libro postula la permanencia y centralidad de la discriminación racial como forma de relación social en el país, a través del análisis del choleo; revisa críticamente las maneras según las cuales tanto las ciencias sociales como el psicoanálisis han abordado este asunto, y fundamenta sus argumentos tomando como referencia los estereotipos que utiliza la publicidad comercial, y algunos casos de su práctica profesional como terapeuta.
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Reconociendo los muchos méritos del libro, quiero aquí plantear dos objeciones para seguir con un debate planteado por Bruce con este servidor.
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La primera concierne, en general, a toda la literatura del psicoanálisis que incursiona en el análisis social: ella tiende a mirar la realidad desde la patología, desde la experiencia clínica. ¿Es esta la mejor entrada? Cuando menos, implica algunos sesgos, que me parece llevan a enfatizar en demasía la continuidad de las prácticas racistas, y dificultan valorar suficientemente los profundos cambios democratizadores ocurridos en las últimas décadas en el país.
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La segunda objeción se refiere a otro sesgo, que ayuda a entender el primero. La sociología del conocimiento nos dice que todo saber está socialmente situado: es decir, miramos el mundo desde un punto, y este, necesariamente, implica algún sesgo.
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Creo que Bruce mira el mundo fundamentalmente desde ciertos espacios de clases altas, "blancas", desde la cúspide de la pirámide de la discriminación.
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Para estos sectores, en efecto, "la gente" ya no "se ubica", no respeta, se ha "igualado". La ideología de mercado, la derrota de la izquierda, de Sendero Luminoso, el crecimiento económico, les da a estos sectores más confianza para darse "licencias" discriminadoras que no se daban antes. Visto el Perú desde aquí, efectivamente, la persistencia del racismo es lo más llamativo.
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Pero, si asumimos el punto de vista de la inmensa mayoría de los peruanos, creo que podemos tener una mirada que entiende mejor lo que ha ocurrido en el país, y nos permite tener una mirada más optimista. ¿Y qué es lo que ha ocurrido? Que una minoría puede querer seguir discriminando, pero la gran mayoría no acepta más una posición subordinada, y en la práctica la cuestiona, la irrespeta, la niega, en la medida de sus posibilidades. De lo que se trata es de darle más herramientas a la gente para poder defenderse de aquellos que no aceptan que el país es otro.
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Autor: Martín Tanaka
Fuente: Perú21
Chambi revisitado
Aunque fechada en 1928, en el Cusco, esta es una imagen de innegable vigencia. Es una foto de Martín Chambi, nuestro gran fotógrafo modernista, y me serviré de ella como punto de partida para una reflexión sobre el racismo y la polémica que dos brillantes intelectuales peruanos sostienen sobre el tema desde hace unas semanas. No es que la foto me parezca racista, sino que me permite ilustrar un relato de base a las consideraciones que expondré muy someramente.
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Hay un primer momento, totalmente descriptivo, en la observación de esta imagen: la foto muestra una novia al pie de una gran escalera de una lujosa mansión cusqueña. Enteramente de blanco y con el velo levantado, la damisela mira lánguidamente al objetivo sosteniendo un enorme bouquet. La ostentación arquitectónica es descomunal: dos esculturas de tamaño natural, de inspiración renacentista, flanquean la entrada a los alfombrados peldaños. En el techo, una enorme claraboya recrea motivos en vidrio catedral. El reloj de péndulo, en la pared del fondo, marca quince minutos para las once, lo que indica que la foto ha sido tomada pocas horas antes de la celebración del rito matrimonial católico (dado lo rudimentario del servicio de luz eléctrica en la época –estamos en los años 20– y la rígida vida social de la clase alta cusqueña, los matrimonios tenían lugar en horas del mediodía).
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Pero al lado derecho de la foto percibimos súbitamente una figura humana, diametralmente opuesta. La inquietante presencia de una "otra" persona, visible a nuestros ojos, pero oculta en la penumbra: una anciana de rasgos indígenas, ataviada con ropas modestas, sentada sin apoyar la espalda, mira de frente a la cámara. Si pensamos en la puesta en escena previa a la toma de la foto debemos concluir que la anciana no debía aparecer en la imagen. De otra manera, se le hubiese pedido que se coloque al lado izquierdo, zona iluminada por las bombillas de luz del segundo piso que, observen bien, están apagadas del lado derecho. La presencia de esa "otra" persona es, pues, fortuita. Me detendré acá por el momento y haré dos reflexiones.
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En los últimos meses, a raíz de diversas manifestaciones, conscientes o no, del viejo racismo atávico peruano (que van desde los dislates de una agencia de publicidad de pretensiones "inclusivas" hasta la discriminación pura y dura de algunos establecimientos que bajo el rótulo del "derecho de admisión" ejercen el apartheid), se ha reavivado la discusión sempiterna sobre el racismo en nuestra vida cotidiana. Dos libros recientes, Racismo y mestizaje de Gonzalo Portocarrero y Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce (que se suman a otros, no tan recientes pero perfectamente vigentes, como La piel y la pluma, de Nelson Manrique, y Visión, raza y modernidad, de Deborah Poole) han arriesgado, cada cual con instrumentos de análisis irreprochables, nuevos diagnósticos de aquello que Bruce llama, certeramente, una "peste nacional".
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Hay dos peligros aquí que es preciso conjurar antes de abordar el tema del racismo en el Perú: la inútil reiteración, que algunos medios practican hasta el hastío, de "sondear" si hay o no racismo en el Perú. No porque la opinión de la gente no me parezca importante, sino porque toda encuesta involucra la posibilidad de la negación. El peligro radica justamente en la posibilidad de negar el racismo. En la medida que sigamos "encuestando" acerca de la posible existencia o no de una peste que nos asalta tanto en la vida pública como en la privada, estas prácticas se perpetuarán amparadas bajo el manto ambiguo de una existencia puesta en duda. Y el otro peligro es aquel que implica perder de vista los distintos niveles de ejercicio del racismo, las formas sutiles, casi imperceptibles, pero siempre eficaces en que muchos de nuestros ciudadanos son conminados diariamente "a ubicarse".
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En cuanto a la polémica Jorge Bruce vs. Martín Tanaka, si bien la lectura del libro de Bruce me ha resultado decepcionante, no puedo sino fustigar el argumento de Tanaka, que pretende deslegitimar a Bruce con el endeble argumento de que este miraría el asunto desde una posición "blanca". Eso equivale a exigir de esa mirada algo que esa mirada no se propone. Ni podría proponerse. Pregunto: ¿es que Bruce podría escribir desde otra posición que no sea la suya sin caer en la demagogia intelectual? ¿Querría Tanaka que Bruce vaya a dormir una noche en un asentamiento humano, a la manera de un político de ingrata recordación, para sustentar a partir de esa vivencia postiza su derecho a opinar sobre una lacra que todos reconocemos como tal? De otro lado, las mismas objeciones que Tanaka hace a Bruce podrían ser aplicables al propio Tanaka, instalado en ese templo de la élite intelectual que es el IEP. Por su parte, Tanaka no parece percibir que las estructuras sociales pueden mutar manteniendo intactas las mentalidades y da por sentado que las migraciones del sur andino hacia Lima, iniciadas hace más de cuarenta años, han modificado necesariamente la convivencia entre limeños y provincianos. Bastaría constatar lo que algunos llaman racismo intercomunitario (es decir, aquel que se practica dentro de una comunidad más o menos homogénea) o el racismo reactivo, para concluir que tal aseveración es falaz y que muchos de los recién llegados, lejos de modificar los prejuicios y los viejos vicios de su nuevo hábitat, terminaron por adaptarse a ellos y adoptarlos como suyos.
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Y si la lectura de Nos habíamos choleado tanto me deja insatisfecho no es tanto por la posición desde la que escribe Bruce (que, repito, no puede ser otra más que la suya), sino por la ausencia de una profundización en el tema del lenguaje como agente del racismo. Vehículo de comunicación, el lenguaje es también instrumento de violencia. Y es en la articulación del lenguaje que la peste racista se reproduce y contagia. Dos ejemplos: tenía un compañero del colegio primario, hijo de huancaínos, extremadamente grande y fuerte en comparación a todo el resto de alumnos. En las peleas, este muchacho podía pulverizar fácilmente a cualquiera que lo retara a los puños, pero lo he visto desmoronarse, casi literalmente, cuando su ocasional adversario pronunciaba "serrano de mierda". Como si la sola frase lanzara sobre él flechas invisibles que lo debilitaban, como si él reconociese en esa frase (sin duda muchas veces escuchada) la condición de una inferioridad a priori. Por otro lado, he asistido a ocasiones en que un bebé acababa de nacer. Una frase constante, expresada con júbilo y no sin cierto alivio, aun en personas cultivadas y bien pensantes, es "ha salido blanquito" o "tiene ojos claros", lo que revela una suerte de eugenismo fuertemente arraigado en el subconsciente social de los peruanos.
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Vuelvo a Chambi: José Carlos Huayhuaca me indica que existen dos fotografías de este mismo retrato. Aparentemente, alguien se dio cuenta del "error" de esa presencia y una segunda foto fue hecha. Es, sin embargo, esta la que se incluye en todos los catálogos del fotógrafo. Y es este el segundo momento, interpretativo, de la imagen: el personaje de la anciana, sirvienta de la mansión, sostiene toda la imagen. Todo adquiere un sentido con esa presencia, un orden. Su presencia hace posible el relato histórico y social de ese momento determinado. Sin ella, la mansión toda, novia incluida, se desmorona. Esta presencia es el signo de la crisis de una nación desarticulada, pero también la utopía de una urgente integración. Obviamente esta presencia se puede leer en términos de explotación, pero una lectura valorativa es también posible. La anciana, nana indígena, está donde debe estar, con su carga de trabajo y sabiduría. Es la utopía de una sociedad que debe urgentemente integrar a los constructores, cotidianos y anónimos, de esa "dorada ciudad" de la que hablaba Bertolt Brecht. Y acaso si somos capaces de iluminar ese rostro que es a la vez imagen semejante y si somos capaces de articular un lenguaje de cuyas grietas no emerja violencia, la endémica peste racista podrá finalmente ser erradicada del último resquicio de nuestra alma nacional.
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Fuente: La República
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Hay un primer momento, totalmente descriptivo, en la observación de esta imagen: la foto muestra una novia al pie de una gran escalera de una lujosa mansión cusqueña. Enteramente de blanco y con el velo levantado, la damisela mira lánguidamente al objetivo sosteniendo un enorme bouquet. La ostentación arquitectónica es descomunal: dos esculturas de tamaño natural, de inspiración renacentista, flanquean la entrada a los alfombrados peldaños. En el techo, una enorme claraboya recrea motivos en vidrio catedral. El reloj de péndulo, en la pared del fondo, marca quince minutos para las once, lo que indica que la foto ha sido tomada pocas horas antes de la celebración del rito matrimonial católico (dado lo rudimentario del servicio de luz eléctrica en la época –estamos en los años 20– y la rígida vida social de la clase alta cusqueña, los matrimonios tenían lugar en horas del mediodía).
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Pero al lado derecho de la foto percibimos súbitamente una figura humana, diametralmente opuesta. La inquietante presencia de una "otra" persona, visible a nuestros ojos, pero oculta en la penumbra: una anciana de rasgos indígenas, ataviada con ropas modestas, sentada sin apoyar la espalda, mira de frente a la cámara. Si pensamos en la puesta en escena previa a la toma de la foto debemos concluir que la anciana no debía aparecer en la imagen. De otra manera, se le hubiese pedido que se coloque al lado izquierdo, zona iluminada por las bombillas de luz del segundo piso que, observen bien, están apagadas del lado derecho. La presencia de esa "otra" persona es, pues, fortuita. Me detendré acá por el momento y haré dos reflexiones.
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En los últimos meses, a raíz de diversas manifestaciones, conscientes o no, del viejo racismo atávico peruano (que van desde los dislates de una agencia de publicidad de pretensiones "inclusivas" hasta la discriminación pura y dura de algunos establecimientos que bajo el rótulo del "derecho de admisión" ejercen el apartheid), se ha reavivado la discusión sempiterna sobre el racismo en nuestra vida cotidiana. Dos libros recientes, Racismo y mestizaje de Gonzalo Portocarrero y Nos habíamos choleado tanto, de Jorge Bruce (que se suman a otros, no tan recientes pero perfectamente vigentes, como La piel y la pluma, de Nelson Manrique, y Visión, raza y modernidad, de Deborah Poole) han arriesgado, cada cual con instrumentos de análisis irreprochables, nuevos diagnósticos de aquello que Bruce llama, certeramente, una "peste nacional".
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Hay dos peligros aquí que es preciso conjurar antes de abordar el tema del racismo en el Perú: la inútil reiteración, que algunos medios practican hasta el hastío, de "sondear" si hay o no racismo en el Perú. No porque la opinión de la gente no me parezca importante, sino porque toda encuesta involucra la posibilidad de la negación. El peligro radica justamente en la posibilidad de negar el racismo. En la medida que sigamos "encuestando" acerca de la posible existencia o no de una peste que nos asalta tanto en la vida pública como en la privada, estas prácticas se perpetuarán amparadas bajo el manto ambiguo de una existencia puesta en duda. Y el otro peligro es aquel que implica perder de vista los distintos niveles de ejercicio del racismo, las formas sutiles, casi imperceptibles, pero siempre eficaces en que muchos de nuestros ciudadanos son conminados diariamente "a ubicarse".
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En cuanto a la polémica Jorge Bruce vs. Martín Tanaka, si bien la lectura del libro de Bruce me ha resultado decepcionante, no puedo sino fustigar el argumento de Tanaka, que pretende deslegitimar a Bruce con el endeble argumento de que este miraría el asunto desde una posición "blanca". Eso equivale a exigir de esa mirada algo que esa mirada no se propone. Ni podría proponerse. Pregunto: ¿es que Bruce podría escribir desde otra posición que no sea la suya sin caer en la demagogia intelectual? ¿Querría Tanaka que Bruce vaya a dormir una noche en un asentamiento humano, a la manera de un político de ingrata recordación, para sustentar a partir de esa vivencia postiza su derecho a opinar sobre una lacra que todos reconocemos como tal? De otro lado, las mismas objeciones que Tanaka hace a Bruce podrían ser aplicables al propio Tanaka, instalado en ese templo de la élite intelectual que es el IEP. Por su parte, Tanaka no parece percibir que las estructuras sociales pueden mutar manteniendo intactas las mentalidades y da por sentado que las migraciones del sur andino hacia Lima, iniciadas hace más de cuarenta años, han modificado necesariamente la convivencia entre limeños y provincianos. Bastaría constatar lo que algunos llaman racismo intercomunitario (es decir, aquel que se practica dentro de una comunidad más o menos homogénea) o el racismo reactivo, para concluir que tal aseveración es falaz y que muchos de los recién llegados, lejos de modificar los prejuicios y los viejos vicios de su nuevo hábitat, terminaron por adaptarse a ellos y adoptarlos como suyos.
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Y si la lectura de Nos habíamos choleado tanto me deja insatisfecho no es tanto por la posición desde la que escribe Bruce (que, repito, no puede ser otra más que la suya), sino por la ausencia de una profundización en el tema del lenguaje como agente del racismo. Vehículo de comunicación, el lenguaje es también instrumento de violencia. Y es en la articulación del lenguaje que la peste racista se reproduce y contagia. Dos ejemplos: tenía un compañero del colegio primario, hijo de huancaínos, extremadamente grande y fuerte en comparación a todo el resto de alumnos. En las peleas, este muchacho podía pulverizar fácilmente a cualquiera que lo retara a los puños, pero lo he visto desmoronarse, casi literalmente, cuando su ocasional adversario pronunciaba "serrano de mierda". Como si la sola frase lanzara sobre él flechas invisibles que lo debilitaban, como si él reconociese en esa frase (sin duda muchas veces escuchada) la condición de una inferioridad a priori. Por otro lado, he asistido a ocasiones en que un bebé acababa de nacer. Una frase constante, expresada con júbilo y no sin cierto alivio, aun en personas cultivadas y bien pensantes, es "ha salido blanquito" o "tiene ojos claros", lo que revela una suerte de eugenismo fuertemente arraigado en el subconsciente social de los peruanos.
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Vuelvo a Chambi: José Carlos Huayhuaca me indica que existen dos fotografías de este mismo retrato. Aparentemente, alguien se dio cuenta del "error" de esa presencia y una segunda foto fue hecha. Es, sin embargo, esta la que se incluye en todos los catálogos del fotógrafo. Y es este el segundo momento, interpretativo, de la imagen: el personaje de la anciana, sirvienta de la mansión, sostiene toda la imagen. Todo adquiere un sentido con esa presencia, un orden. Su presencia hace posible el relato histórico y social de ese momento determinado. Sin ella, la mansión toda, novia incluida, se desmorona. Esta presencia es el signo de la crisis de una nación desarticulada, pero también la utopía de una urgente integración. Obviamente esta presencia se puede leer en términos de explotación, pero una lectura valorativa es también posible. La anciana, nana indígena, está donde debe estar, con su carga de trabajo y sabiduría. Es la utopía de una sociedad que debe urgentemente integrar a los constructores, cotidianos y anónimos, de esa "dorada ciudad" de la que hablaba Bertolt Brecht. Y acaso si somos capaces de iluminar ese rostro que es a la vez imagen semejante y si somos capaces de articular un lenguaje de cuyas grietas no emerja violencia, la endémica peste racista podrá finalmente ser erradicada del último resquicio de nuestra alma nacional.
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Fuente: La República
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