¿Han reescrito Michael Hardt y Antonio Negri el Manifiesto Comunista para el Siglo XXI?

Capitalismo no es sólo una época histórica entre otras. En cierto modo, el alguna vez de moda y ahora medio olvidado Francis Fukuyama tenía razón: el capital global es "el fin de la historia." Un cierto exceso que era mantenido bajo control en la historia anterior, percibido como una perversión localizable, como un exceso, una desviación, es en el capitalismo elevado al principio mismo de la vida social, en el movimiento especulativo del dinero que engendra más dinero, de un sistema que sólo puede sobrevivir revolucionando constantemente su propia condición, es decir, en que la cosa sólo puede sobrevivir como su propio exceso, excediendo constantemente sus propios constreñimientos "normales." Y, quizás es sólo hoy, en el capitalismo global en su forma "posindustrial", digitalizada que, para ponerlo en las términos hegelianos, realmente el capitalismo existente está alcanzando el nivel de su noción: quizás, uno debe seguir de nuevo el viejo lema antievolucionista de Marx (a propósito, tomado literalmente de Hegel) de que la anatomía de hombre proporciona la clave de la anatomía del mono - esto es que, para desplegar la estructura nocional inherente de una formación social, uno debe empezar con su más desarrollada forma.

Marx localizó el elemental antagonismo capitalista en la oposición entre el valor-de-uso y el valor-de-cambio: en el capitalismo, se comprenden totalmente los potenciales de esta oposición, el dominio del valor-de-cambio adquiere autonomía, se transfiere en el espectro de la auto-propulsión del capital especulativo que sólo necesita las capacidades productivas y las necesidades de las personas reales como su encarnación temporal dispensable. Marx derivó la misma noción de crisis económica en este hueco: una crisis ocurre cuando la realidad se alcanza con lo ilusorio, el espejismo auto-generador del dinero que engendra más dinero - esta locura especulativa no puede seguir indefinidamente; tiene que explotar siempre en crisis cada vez más fuertes. La última raíz de la crisis es para él, el hueco entre el valor-de-uso y el valor-de-cambio: la lógica del valor-de-cambio sigue su propio camino, su propio baile enfadado, independiente de las necesidades reales de las personas reales. Puede parecer que este análisis es más real hoy, cuando la tensión entre el universo real y lo real está alcanzando proporciones casi palpablemente insufribles: por un lado, nosotros estamos locos, especulaciones solipsistas sobre los futuros, fusiones, y así sucesivamente, que siguen su propia lógica inherente; por otro lado, la realidad está alcanzándome la forma de catástrofes ecológicas, pobreza, enfermedades en el Tercer Mundo, el derrumbamiento de vida social, la enfermedad de las vacas locas.

Esta es la razón por la que los cyber-capitalistas pueden aparecer hoy como los capitalistas paradigmáticos; esta es la razón por la qué Bill Gates puede soñar el ciberespacio como aquello que mantiene el marco de lo que él llama "capitalismo sin fricciones." Lo qué nosotros tenemos aquí es un corto circuito ideológico entre las dos versiones del hueco entre la realidad y la virtualidad: el hueco entre la producción real y el dominio virtual, espectral del Capital, y el hueco entre la realidad de la experiencia y la realidad virtual del ciberespacio. Parece efectivamente que el hueco entre el yo de la pantalla fascinante y la carne miserable que soy "yo" fuera de-pantalla se traduce en la experiencia inmediata como el hueco entre lo Real de la circulación especulativa del capital y la realidad pardusca de masas empobrecidas. Sin embargo, ¿esta es (este recurso a "realidad" que quiere más pronto o después alcanzar el juego virtual) realmente la única manera operacional de una crítica del capitalismo? ¿Y si el problema del capitalismo no es este solipsistico baile enloquecido sino precisamente lo contrario: que continúa repudiando su hueco con la "realidad", qué se presenta como sirviendo a las necesidades reales de las personas reales? La originalidad de Marx es que el jugó con ambas tarjetas simultáneamente: el origen de las crisis capitalistas es el hueco entre el valor-de-uso y el valor-de-cambio, y el capitalismo reprime el libre despliegue de la productividad.

Lo qué todo esto significa es que la tarea más urgente del análisis económico de hoy es, de nuevo, repetir la crítica de Marx de la economía política, sin caer en la tentación de la ideología de las sociedades "posindustriales." Es mi hipótesis que la clave del cambio concierne al estado de la propiedad privada: el último elemento de poder y mando no es ningún más amplio último eslabón en la cadena de las inversiones, las empresas o los individuos que "realmente poseen" los medios de producción. En el capitalista ideal de hoy funciona de una manera totalmente diferente: invirtiendo el dinero prestado, no "poseyendo realmente" nada - incluso es deudor, pero, no obstante, controlando las cosas. Una corporación es poseída por otra corporación, que está pidiendo dinero prestado a los bancos, los cuales pueden últimamente manipular el dinero depositado de las personas ordinarias como nosotros. Con Bill Gates, la "propiedad privada de los medios de producción" se vuelve sin sentido, por lo menos en el significado estándar de la palabra. La paradoja de esta virtualización del capitalismo es finalmente igual a aquello que pasa con el electrón en la física de las partículas elementales. La masa de cada elemento en nuestra realidad está compuesta de su masa en reposo más el sobrante proporcionado por la aceleración de su movimiento; sin embargo, la masa de un electrón en reposo es cero, su masa consiste sólo en el sobrante generado por la aceleración de su movimiento, como si nosotros estuviéramos tratando con una nada que sólo adquiere alguna substancia engañosa hilándose mágicamente con un exceso de sí mismo. ¿No funciona el capitalismo virtual de hoy de una manera homóloga: su "valor neto" es cero, él opera directamente sólo con el sobrante que pide prestado del futuro?

Esto, exactamente, es lo que Michael Hardt y Antonio Negri están intentando hacer en su Imperio (2000), un libro que se pone como meta escribir el Manifiesto Comunista para el siglo XXI. Hardt y Negri describen la globalización como una "deterritorialización" ambigua: la victoria del capitalismos global empuja cada poro de nuestras vidas sociales a la más íntima de las esferas, e instala en un presente siempre dinámico, qué ya no está basado en jerárquicas patriarcales u otras estructuras de dominación. En cambio, causa identidades híbridas. Por otro lado, esta corrosión fundamental de todas las conexiones sociales importantes libera al genio de la botella: libera las fuerzas potencialmente centrífugas que el sistema capitalista no es capaz de controlar. Es exactamente porque triunfo el capitalismo global que el sistema capitalista es más vulnerable que nunca. La vieja formula de Marx aún es válida: el capitalismo cava su propia tumba. Hardt y Negri describen este proceso como la transición del Estado-nación Imperio global, una entidad transnacional comparable a la Roma antigua en que las masas híbridas de identidades esparcidas se desarrollaron. Hardt y Negri merecen un elogio por iluminarnos sobre la naturaleza contradictoria del "turbocapitalismo" de hoy e intentar identificar el potencial revolucionario de su dinámica. Este esfuerzo heroico se pone en sí mismo contra la visión estándar de aquéllos en la izquierda que se esfuerzan por limitar los poderes destructivos de la globalización y rescatar (lo que de la izquierda se puede rescatar) el Estado de bienestar. Esta visión izquierdista estándar se imbuye de una desconfianza profundamente conservadora de la dinámica de la globalización y la digitalización, lo cuál es contrario a la confianza marxista en el poder del progreso.

No obstante, uno inmediatamente intuye los límites del análisis de Hardt y Negri. En su análisis social-económico, la falta de visión concreta es disimulada por la jerga deleuziana de multitud, deterritorialización, etc. No es ninguna sorpresa que las tres "propuestas prácticas" con las que el libro finaliza aparezcan de modo anticlimaticos. Los autores proponen enfocar nuestra lucha política en tres derechos globales: los derechos a la ciudadanía global, un ingreso mínimo, y la re-apropriación de los nuevos medios de producción (es decir el acceso a y el control sobre educación, información y comunicación). Es una paradoja que Hardt y Negri, los poetas de la movilidad, la variedad, la hibridación, y así sucesivamente, formulen tres demandas en la terminología de los derechos humanos universales. El problema con estas demandas es que ellos fluctúan entre el vacío formal y la radicalización imposible. Permítasenos tomar el derecho a la ciudadanía global: teóricamente, este derecho debe aprobarse, por supuesto. Sin embargo, si esta demanda significa ser tomada seriamente como una declaración formal típica de las Naciones Unidas, entonces significaría la abolición de las fronteras estatales; bajo las condiciones del presente, semejante paso activaría una invasión de la mano de obra barata de la India, China y Africa en los Estados Unidos y Europa Occidental, qué produciría una revuelta populista contra inmigrante - un resultado de tales proporciones violentas que harían parecer a figuras como Haider en modelos de tolerancia multicultural. Lo mismo es válido con respecto a las otras dos demandas: por ejemplo, el derecho universal (mundial) a un ingreso mínimo-por supuesto, ¿por qué no? Pero, ¿cómo debe uno crear las condiciones socio-económicas e ideológicas para que estalle semejante transformación?

Esta crítica no sólo apunta a detalles empíricos secundarios. El problema principal con Imperio es que el libro se queda corto en su análisis fundamental de cómo (si en todo) el presente proceso global, socio-económico creará el espacio necesario para tales medidas radicales: ellos no repiten, en las condiciones de hoy, la línea argumentativa de Marx de que la perspectiva de la revolución proletaria surgira fuera de los antagonismos inherentes al modo de producción capitalista. En este aspecto, Imperio sigue siendo un libro del pre-marxista. Sin embargo, quizás la solución es que no es suficiente retornar a Marx, y repetir los análisis de Marx, sino que nosotros debemos y necesitamos retornar a Lenin.

La primera reacción pública a la idea de reactualizar a Lenin es, por supuesto, un estallido de risa sarcástica: ¡Marx esta bien, incluso en Wall Street hay personas que hoy lo aman - el Marx poeta de los artículos que proporcionaron descripciones perfectas de la dinámica capitalista, el Marx de los Estudios Culturales que retrataron la alienación y la reificación de nuestras vidas diarias -, pero Lenin, no, usted no puede ser serio! ¿El movimiento de la clase obrera, el Partido Revolucionario, y los zombie-conceptos similares? ¿No representa precisamente Lenin el fracaso de poner en la práctica al marxismo, porque creo una gran catástrofe que dejó su marca en toda la política mundial del siglo XX, por el experimento del Socialismo Real que culminó en una dictadura económicamente ineficaz? Así que, en la política académica contemporánea, la idea de tratar con Lenin va acompañada de dos requisitos: sí, por que no, vivimos en una democracia liberal, hay libertad de pensamiento... sin embargo, uno debe tratar a Lenin "de una manera objetiva, crítica y científica", no en una actitud de idolatría nostálgica, y, además, desde la perspectiva firmemente arraigada en el orden político democrático, dentro del horizonte de los derechos humanos - en eso reside la dolorosa lección aprendida a través de la experiencia de los totalitarismos del siglo XX.

¿Qué decimos nosotros ante esto? De nuevo, el problema reside en los requisitos implícitos que pueden discernirse fácilmente por el "análisis concreto de la situación concreta", como el propio Lenin lo habría formulado. La "fidelidad al consenso democrático" significa la aceptación del presente consenso liberal-parlamentario, que evita cualquier cuestionamiento serio del orden liberal-democrático, de cómo éste es cómplice de los fenómenos que oficialmente condena, y, claro, evita cualquier esfuerzo serio por imaginar una sociedad cuyo orden socio-político sea diferente. Para abreviar, significa: diga y escriba cualquier cosa que usted quiera - con la condición de que lo que usted haga no cuestione eficazmente o perturbe el consenso político predominante. Así que todo se permite, incluso se piden temas críticos: las perspectivas de una catástrofe ecológica global, las violaciones a los derechos humanos, el sexismo, la homofobia, el antifeminismo, la violencia creciente no sólo en lejanísimos países, sino también en nuestras megalópolis, la separación entre el Primer y el Tercer Mundo, entre ricos y pobres, el impacto de la digitalización que estalla en nuestras vidas diarias... hoy no hay nada más fácil que obtener fondos internacionales, corporativos o de Estados, para una investigación multidisciplinaria de cómo luchar contra las nuevas formas de la violencia étnica, religiosa o sexista. El problema es que todo esto ocurre contra el fondo de un Denkverbot fundamental, una prohibición-para-pensar. La hegemonía liberal-democrática de hoy se sostiene por un tipo de Denkverbot no escrito similar al Berufsverbot infame en la Alemania de los últimos 60s – en el momento en que uno muestra una mínima señal de comprometer un proyecto político que apunte a desafiar el orden existente en serio, la respuesta es inmediatamente: "es bondadoso, ¡pero esto necesariamente acabará en un nuevo Gulag!"

Y es exactamente esta misma cosa lo que la demanda por la "objetividad científica" significa: en el momento en que uno cuestiona seriamente el acuerdo general liberal existente, uno es acusado de abandonar la objetividad científica por posiciones ideológicas anticuadas. En cuanto a nosotros aquí, ninguno de nosotros está envuelto en ninguna actividad inconstitucional. Probablemente todos saben del sarcasmo de De Quincey sobre el "simple asesinato": cuántas personas empezaron con un simple asesinato que a ese punto, no parecía para ellos en nada especial, y ¡terminaron comportándose mal en la mesa! A lo largo de las mismas líneas, no nos gustaría ciertamente seguir en los pasos de aquéllos que empezaron con un par de palizas inocentes a la policía y cócteles Molotov que, en ese momento, aparecía para ellos como algo que no tenía nada especial, y terminaron como ministros alemanes en el extranjero. Hay, sin embargo, un punto en el que nosotros no podemos conceder nada: hoy, la actual libertad real de pensamiento tendría que significar la libertad de cuestionar el predominante consenso liberal-democrático "pos-ideológico" - o no significa nada.

Aunque la mayoría de nosotros probablemente no está de acuerdo con Jürgen Habermas, nosotros vivimos en una era que podría designarse con uno de sus términos neue Undurchsichtlichkeit, la nueva opacidad. Más que nunca, nuestra experiencia diaria está mistificada: la modernización genera nuevos obscurantismos, la reducción de la libertad se presenta ante nosotros como la llegada a nuevas libertades. En estas circunstancias, uno debe tener especial cuidado para no confundir la ideología gobernante con la ideología que PARECE dominar. Más que nunca, uno debe tener presente el recordatorio de Walter Benjamín de que no basta con preguntarse cómo es que una cierta teoría (del arte) se declara a sí misma como legitima teniendo en cuenta las luchas sociales - uno también debe preguntarse cómo funciona eficazmente EN estas mismas luchas. En el sexo, la actitud hegemónica eficaz no es la represión patriarcal, sino la promiscuidad libre; en el arte, las provocaciones en el estilo de las conocidas exhibiciones "Sensation" SON la norma, el ejemplo del arte totalmente integrado en el establishment.

Por consiguiente, uno esta tentado a invertir la tesis XI de Marx. Hoy la primera tarea es precisamente no sucumbir a la tentación de actuar, de intervenir directamente y cambiar las cosas (qué nos conduciría entonces inevitablemente al final de un callejón sin salida, a una debilitadora imposibilidad: "¿qué puede uno hacer contra el capital global? "). Más bien, la tarea es cuestionar las coordenadas ideológicas hegemónicas, o, como Brecht lo puso en su Me Te, "Pensar es algo que precede a la acción y sigue a la experiencia." Si hoy uno sigue directamente el llamado para actuar, este acto no se realizará en un espacio vacío - será un acto dentro de las coordenadas de la hegemonía ideológica: aquellos que "realmente quieren hacer algo para ayudar a la gente" se involucran en (indudablemente honorables) hazañas como el de los Medecins sans frontiere (Médicos sin frontera), Greenpeace, feministas y campañas anti-racistas, todas las cuales no son sólo toleradas, sino incluso apoyadas por los medios, aun cuando ellos entran aparentemente en el territorio económico (diciendo, denunciando y boicoteando a compañías que no respetan las condiciones ecológicas o qué usan mano de obra infantil). Ellos son tolerados y apoyados con tal de que se mantengan dentro de un cierto límite. Permítanme tomar dos temas predominantes de la academia radical americana de hoy: los estudios poscoloniales y los estudios queer (gay). El problema del poscolonialismo es indudablemente crucial; sin embargo, los "estudios poscoloniales" tienden a traducirlo todo a la problemática multiculturalista de las minorías colonizadas y su “derecho para narrar" su experiencia de víctimas, de los mecanismos de poder que reprimen la "diferencia", para que, al final del día, nosotros aprendemos que la raíz de la explotación poscolonial es nuestra intolerancia hacia el Otro, y, además, que esta intolerancia está arraigada en nuestra intolerancia hacia el "extraño en nosotros", en nuestra incapacidad para confrontar lo que nosotros reprimimos en y de nosotros. La lucha político-económica se transforma así imperceptiblemente en un drama pseudo-psicoanalítico del sujeto que es incapaz de confrontar sus traumas internos. La verdadera corrupción de la academia americana no es principalmente financiera, no sólo es que ellos puedan comprar a muchos intelectuales críticos europeos (incluido yo - hasta cierto punto), sino conceptual: imperceptiblemente se traducen nociones de la teoría crítica "europea" al benigno universo chic de los Estudios Culturales. Con respecto a estos radicales chic, el primer gesto hacia los ideólogos y practicantes de la “tercera vía”, esto debe ser una alabanza: por lo menos ellos juegan su juego de un modo recto, y es honrado en su aceptación de las coordenadas capitalistas globales, en contraste con los Izquierdistas académicos pseudo-radicales que adoptan hacia los ideólogos vulgares la actitud de desdén absoluto, mientras su propia radicalidad finalmente equivale a un gesto vacío que no obliga a ninguno de ellos a algo determinado.

"Lenin" no es para nosotros el nombre nostálgico para la vieja certeza dogmática; totalmente lo contrario, para ponerlo en términos de Kierkegaard, EL Lenin que nosotros queremos recuperar es el Lenin-in-becoming, el Lenin cuya experiencia fundamental era arrojar una nueva constelación dentro de la catástrofe, en la que las viejas coordenadas demostraban ser inútiles, y que así fue obligado a reinventar al marxismo - recordemos sus mordaces y oportunos comentarios a propósito de algún nuevo problema: "Sobre esto, Marx y Engels no dijeron una palabra." La idea no es retornar a Lenin, sino repetirlo en el sentido Kierkegaardiano: para recobrar el mismo impulso en la constelación de hoy. El retorno a Lenin no apunta nostálgicamente al renacimiento de los "viejos buenos tiempos revolucionarios", ni al ajuste oportunista-pragmático del viejo programa a las "nuevas condiciones", sino a repetir, en las presentes condiciones mundiales, el gesto Leninista de reinventar el proyecto revolucionario en las condiciones del imperialismo y el colonialismo, más precisamente: después del colapso político-ideológico de la larga era del progresismo en la catástrofe de 1914. Eric Hobsbawn definió el concepto de siglo XX como el tiempo entre 1914, el fin de la larga expansión pacífica del capitalismo, y 1990, la emergencia de la nueva forma de capitalismo global después del derrumbamiento del Socialismo Realmente Existente. Qué hizo Lenin con respecto a 1914, que nosotros debamos hacer con respecto a 1990. "Lenin" representa la libertad forzada para suspender la vieja y agotada existencia de las coordenadas (pos)ideológicas, el debilitante Denkverbot en que nosotros vivimos - simplemente significa que estamos autorizados para pensar de nuevo.

La posición de Lenin contra el economismo así como contra la política pura es crucial hoy, a propósito de la actitud hendida hacia la economía en (lo que queda de) los círculos radicales: de un lado, los antes mencionados "políticos" puros que abandonan la economía como sitio de lucha e intervención; por otro lado, los economistas, fascinados con el funcionando de la economía global de hoy, qué evitan cualquier posibilidad de una intervención política apropiado. Hoy, más que nunca, nosotros debemos retornar a Lenin: sí, la economía es un dominio importante, la batalla se decidirá allí, uno tiene que romper el hechizo del capitalismo global - pero la intervención debe ser propiamente política, no económica.

La batalla a ser luchada es así doble: primero, sí, anticapitalismo. Sin embargo, anticapitalismo sin problematizar la forma política capitalista (la democracia parlamentaria liberal) no es suficiente, no importa cuán "radical" sea. Quizás el señuelo hoy es la creencia de que uno puede minar al capitalismo sin problematizar efectivamente el legado liberal-democrático que - como algunos Izquierdistas afirman - aunque haya sido engendrado por el capitalismo, la autonomía adquirida puede servir para criticar al capitalismo. Este señuelo es estrictamente correlativo a su aparente contrario, la pseudo-deleuziana representación poética fascinante/fascinado de amor-odio del Capital como un monstruo/vampiro rizomatico que desterritorializa y traga a todos, indomable, dinámico, aumentando la vida del muerto, cada crisis lo hace más fuerte, Dionisos-Fénix renaciendo... Es en esta poética referencia (anti)capitalista de Marx que Marx es el realmente muerto: despojado de su aguijón político.

En todo esto, entonces, ¿dónde esta Lenin? Según la doxa predominante, en los años posteriores a la Revolución de octubre, la disminuida fe de Lenin en las capacidades creativas de las masas lo llevaron a enfatizar al papel de la ciencia y los científicos, con la confianza en la autoridad del experto: él aclamo "el principio de ese feliz tiempo cuando la política retrocederá al trasfondo... y los ingenieros y agrónomos tendrán la mayor parte de la palabra." ¿Tecnocracia pos-política? Las ideas de Lenin sobre cómo el camino que el socialismo tiene que recorrer pasa a través del terreno del capitalismo de monopolio pueden parecer gravemente ingenuas hoy:

<> (Lenin 1960-70, 26: 106)

¿No es ésta la expresión más radical de la noción de Marx del intelecto general que regula toda la vida social de una manera transparente, del mundo pos-político en el qué la "administración de las personas" será suplantada por la "administración de las cosas"? Es, por supuesto, fácil jugar contra esta cita la carta de la "crítica la razón instrumental" y el "mundo administrado (verwaltete Welt)": el potencial "totalitario" esta inscrito en esta misma forma de control social total. Es fácil comentar sarcásticamente cómo, en la época estalinista, el aparato de administración social se volvió efectivamente "aun más grande". No obstante, ¿esta visión pos-política no es acaso el opuesto extremo de la noción maoísta de la eternidad de la lucha de la clases ("todo es político")?

Sin embargo, ¿es todo tan inequívoco? ¿Y si uno reemplaza el ejemplo (obviamente anticuado) del banco central con la World Wide Web, el candidato perfecto actual para el papel del Intelecto General? Dorothy Sayers planteaba que la Poética de Aristóteles es efectivamente la teoría de la novelas de detectives avant la lettre - pero como el pobre de Aristóteles no conoció la novela de detectives, tenía que referirse a los únicos ejemplos a su disposición, las tragedias... Siguiendo las mismas líneas, Lenin estaba desarrollando efectivamente la teoría del papel de la World Wide Web, pero, como la WWW era desconocida para él, tenía que referirse a los infortunados bancos centrales. Por consiguiente, ¿podría decir uno que "sin la World Wide Web el socialismo sería imposible... nuestra tarea aquí es sencillamente amputar lo que mutila capitalistamente este excelente aparato, hacerlo aun más grande, aun más democrático, aun más abarcador"? En estas condiciones, uno se siente tentado a resucitar la vieja, abusiva y medio-olvidada, dialéctica marxiana de las fuerzas productivas y las relaciones de producción: ya es un lugar común afirmar que, irónicamente, fue esta misma dialéctica la que enterró al Socialismo Realmente Existente: El socialismo no pudo sostener el pasaje de la economía industrial a la economía pos-industrial. Sin embargo, ¿el capitalismo realmente proporciona el marco "natural" de las relaciones de producción para el universo digital? ¿No hay también un potencial explosivo para el mismo capitalismo en la World Wide Web? ¿No es precisamente la lección del monopolio de Microsoft una lección leninista: en lugar de combatir su monopolio a través del aparato estatal (recordemos la división de la corporación de Microsoft ordenada por la Corte), no sería más "lógico" simplemente socializarlo, haciéndolo accesible libremente?

El antagonismo importante de la llamada nueva industria (digital) es así: ¿cómo mantener la forma de propiedad (privada), que es la única forma en la que puede mantenerse la lógica de la ganancia (veamos también el problema de Napster, la circulación libre de música). ¿Y las complicaciones legales en la biogenética no apuntan hacia la misma dirección? El elemento clave de los nuevos acuerdos internacionales de comercio es la "protección de la propiedad intelectual": siempre que, en una fusión, una gran compañía del Primer Mundo toma a una compañía del Tercer Mundo, la primera cosa que ellos hacen es cerrar el departamento de investigación. (En Eslovenia-Henkel-Zlatorog, nuestra compañía tenía que firmar un acuerdo formal ¡para no hacer ninguna investigación!). Las Paradoja qué involucran a la noción de propiedad con las paradojas dialécticas son extraordinarias: en la India, las comunidades locales descubren de repente que las prácticas médicas y materiales que ellos han estado usando durante siglos son poseídos ahora por compañías norteamericanas, de manera que ahora deben comprárselas a ellos; con los compañías biogenéticas que patentizan genes, todos nosotros estamos descubriendo que partes de nosotros, nuestros componentes genéticos, ya son propiedad registrada, poseída por otros.

Hoy, ya no podemos discernir las señales de un tipo de malestar general - recordemos la serie de eventos normalmente agrupados bajo el nombre de "Seattle." Los 10 años de luna de miel del capitalismo global triunfante han terminado, la largamente-retrasada "comezón del séptimo año" ya está aquí - atestigüemos las reacciones de pánico de los grandes medios de comunicación, - desde la revista Time a CNN - de repente, todos empezaron a advertir sobre la existencia de marxistas que manipulan a la muchedumbre de manifestantes "honestos." El problema ahora es el estrictamente leninista - cómo actualizar las imputaciones de los medios de comunicación: cómo inventar la estructura organizacional que conferirá a esta inquietud la forma de una demanda política universal. De no ser así, el momento, la oportunidad se perderá, y lo que permanecerá será una perturbación marginal, quizás organizada como un nuevo Greenpeace, con cierta eficacia, pero también con metas estrictamente limitadas, con estrategias de marketing, etc. En otros términos, la lección "leninista" clave hoy es: política sin la forma organizacional de partido es política sin política, de modo que la respuesta para aquéllos que simplemente quieren los (atinadamente llamados) "Nuevos Movimientos sociales" es la misma respuesta de los jacobinos a los compromisarios girondinos: "Ustedes quiere la revolución sin revolución!" El obstáculo de hoy es que parece haber sólo dos caminos abiertos para el compromiso socio-político: o jugar el juego del sistema, comprometerse en una "larga marcha a través de las instituciones", o actuar en los nuevos movimientos sociales, desde el feminismo a través de la ecología al anti-racismo. Y, de nuevo, el límite de estos movimientos es que ellos no son políticos en el sentido del Universal Singular: ellos son "un movimientos contra un sólo problema", que carecen de la dimensión de la universalidad, es decir, no se relacionan con la totalidad social.

Aquí, el reproche de Lenin a los liberales es crucial: ellos sólo explotan el descontento de las clases trabajadoras para fortalecer su posición vis-à-vis frente a los conservadores, en lugar de identificarse con ese descontento hasta el final. ¿No es este el caso con los liberales de izquierda de hoy? Les gusta evocar el racismo, la ecología, los agravios a los obreros, etc., para anotar puntos sobre los conservadores sin poner en peligro el sistema. Recordemos cómo, en Seattle, el propio Bill Clinton se refirió diestramente a los manifestantes que estaban afuera, en las calles, recordándoles a los líderes reunidos dentro del palacio sitiado que ellos debían escuchar el mensaje de los manifestantes (el mensaje que, por supuesto, Clinton interpretó, fue privado de su aguijón subversivo atribuido a los extremistas peligrosos que introducen el caos y la violencia en la mayoría de los manifestantes pacíficos). Pasa lo mismo con los todos los Nuevos Movimientos Sociales, hasta con los Zapatistas en Chiapas: la política del sistema esta siempre lista para "escuchar sus demandas", privándolas de su aguijón político apropiado. El sistema es por la definición ecuménico, abierto, tolerante, preparado para "escuchar" a todos - aun cuando uno insista en sus propias demandas, ellos la privan de su aguijón político universal por la misma forma de la negociación. La verdadera Tercera Vía que nosotros tenemos que buscar es esta tercera vía entre la política parlamentaria institucionalizada y los nuevos movimientos sociales.

Repetir a Lenin es así aceptar que "Lenín está muerto"- que su solución particular falló, incluso falló monstruosamente, pero que había una chispa utópica que merece ser salvada. Repetir a Lenin significa que uno tiene que distinguir entre lo que Lenin hizo efectivamente y el campo de posibilidades que él abrió, la tensión entre lo que Lenin hizo efectivamente y otra dimensión, lo que estaba "en Lenin más que en el propio Lenin". Repetir a Lenin no es repetir lo que Lenin hizo sino lo que él no hizo, sus oportunidades erradas.

Referencias

-Hardt, Michael, y Antonio Negri. Empire. 2000. Cambridge,Mass.: Harvard University Press. (Hardt, Michael, y Antonio Negri. Imperio, Buenos Aires, 2002, ed. Paidós)
-Lenin, V.I. 1960-70. Collected Works. 45 vols. Moscow: Foreign Languages Publishing House.

Autor: Slavoj Zizek
Fuente: EGS

Benedetti, el escribidor

Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti nació un 14 de setiembre de hace 80 años. Una vez le escribió un poema al hijo que nunca tuvo en el que prometía colgarle un único, solitario nombre; en lo posible, un monosílabo, "de manera que uno pudiera convocarlo con sólo respirar". Con una lógica que nadie discute y después de un par de batallas contra la burocracia, Mario etcétera Benedetti logró aferrarse a los extremos de su nombre oficial y suprimir todo el resto en documentos y afines. "Eran esas costumbres italianas de meter muchísimos nombres –justifica el escritor uruguayo nacido en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó, uno de los tantos puntos de la geografía que se disputa la cuna de Carlos Gardel–. Yo tenía un tío que tenía los nombres de todos los reyes que reinaban el día que nació. Un disparate."

Las décadas fueron regando otros azares sobre Benedetti. Hoy su rostro luce arrugas de poesía y a veces su mirada dice más que mil historias, aunque él las haya escrito casi a todas: su alma hecha palabra recorre los versos de Inventario y Viento del exilio, acompaña los acordes cotidianos de canciones como Por qué cantamos y El sur también existe; es el novelista de La tregua y La borra del café, el cuentista de Montevideanos y La muerte y otras sorpresas, el dramaturgo de Pedro y el Capitán, el ensayista de Perplejidades de fin de siglo, el intelectual comprometido con causas que la razón no desconoce.

Este Benedetti, que transitó todos los géneros posibles, supo anclar sus textos en la mayoría de los puertos que inquietan a la condición humana: el amor, la muerte, el tiempo, la miseria, la injusticia, la soledad, la esperanza. Y lo hizo de una manera tan simple y directa que miles de lectores lo convirtieron en su cómplice y todo.

Ha publicado tantos títulos como años acarrea sobre su módica estatura, y en medio de esa vastedad de prosa y verso su piel fue acumulando éxitos y afectos, miserias y exilios, errores y utopías. Lo que sigue es apenas una porción de su abultada historia.

Durante su adolescencia, cuando decidió que iba a ser escritor, ¿imaginaba este presente?
No, lo que pasa es que yo vengo de una familia con muchos problemas económicos. Mi padre era químico farmacéutico, pero tuvo muchos contratiempos con la quiebra de una farmacia en la que lo estafaron. Yo tenía cuatro años. Tuvimos que mudarnos de Tacuarembó a Montevideo, y a partir de ahí mi infancia e incluso parte de mi adolescencia fueron muy duras, con muchas privaciones. Vivíamos en un ranchito con techo de chapas de zinc; mi madre tuvo que vender la vajilla, los cubiertos y todas esas cosas que le regalaron para el casamiento. Finalmente mi padre consiguió un empleo público y ahí las cosas empezaron a andar mejor. Yo ya había tenido que dejar el colegio secundario para empezar a trabajar vendiendo repuestos para automóviles. Entonces, con esos problemas económicos que hubo en mi familia, ¿qué me iba a imaginar que iba a ser un autor de éxito y que iba a poder vivir de la literatura? Además, primero me gané la vida de muy distintas formas.

¿Pensaba que iba a ser toda la vida un oficinista?
Tenía la esperanza de un destino que tuviera que ver más con la escritura. Lo que pasa es que en Uruguay era muy difícil que alguien viviera de lo que escribía; ni siquiera Juan Carlos Onetti, que era el mejor, el que estaba en la cumbre, vivía de lo que escribía. Se podía vivir del periodismo, como hice yo, pero eso es otra cosa, no literatura. Recuerdo que de mis dos primeros libros no vendí ni un ejemplar, nada, y las ediciones me las había pagado yo. Mi primer libro de éxito –un éxito relativo, en realidad, porque la edición era muy limitada– fue Poemas de oficina. Ese fue el primer título mío que se vendió más o menos bien.

Acaba de cumplir 80 años. ¿Qué cosas ganó con la edad?
Paciencia, tal vez más serenidad, y madurez por supuesto. Puede ser también que los años le regalen a uno más lucidez, porque las cosas empiezan a verse no sólo con los ojos del presente sino también con los del pasado, y entonces uno puede tener una visión más aproximada del futuro. Pero también, cuando uno se hace más viejo, el cuerpo se va deteriorando y la energía cambia, aunque el cuerpo es la meseta donde se apoyan las cosas del espíritu, ¿no?

El espejo no miente –continúa–; ahí uno va viendo las nuevas arrugas, las bolsas de los ojos... y sin embargo, a veces, a pesar de los años que se tengan, el espíritu de un cuento o de un poema puede seguir siendo joven. Un poema que tiene alegría, que tiene una cosa vital, lo rejuvenece a uno. Lo mismo sucede muchas veces al escribir una historia de amor, aunque sea inventada: uno vuelve a sentir otra vez una cantidad de sentimientos que creía olvidados

Es una forma de mantenerse joven.
Claro, y ésa no es una búsqueda deliberada, es algo que viene solo. Los poemas son casi sanitarios en ese sentido.

Hay un libro suyo que lleva por título La vida ese paréntesis...
Porque creo que la vida es un paréntesis entre dos nadas. Yo soy ateo, no creo en Dios ni nada por el estilo. Hay gente que tiene sus creencias religiosas y tiende a sentir que después de la muerte está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho mérito para ir al Infierno. Yo creo en un dios personal, que es la conciencia: a ella es a la que le debemos rendir cuentas cada día.

Y dentro de su paréntesis personal, ¿hay cosas de las que se arrepienta, algo que hubiera querido hacer de manera diferente?
Y sí, claro que sí, me he equivocado en muchas cosas. A veces me arrepiento de haber publicado un poema, no por cuestiones políticas, sino porque hoy lo veo y no creo que esté bien. Me he equivocado en haber publicado libros que todavía no estaban suficientemente maduros. Y en la vida misma también hay arrepentimientos. Hubiera deseado ser un joven más feliz, menos prejuicioso, menos ensimismado... También me arrepiento bastante de lo que fue mi actividad política, que en un momento fue muy intensa. Yo fui dirigente del Frente Amplio, pero a medida que iba pasando el tiempo advertí que no tenía la menor vocación para dirigente político, sí para militancia independiente, fuera del aparato partidario Finalmente llegué a la conclusión de que podía tener una incidencia política mucho mayor a través de la literatura. Puede ser que me haya equivocado en muchas cosas, pero en lo que no me he equivocado es en mantener cierta coherencia política. A pesar de algunos errores circunstanciales, creo que volvería por el mismo camino aunque tal vez no con los mismos pasos, para no meter la pata.

En Rincón de haikus, un libro de poemas que publicó el año pasado con 224 textos envasados en una rígida métrica japonesa, este uruguayo universal escribió: "Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo". Hasta ese punto llega su afán reproductivo. Además de este volumen, en 1999 terminó otro libro de poemas, Buzón de tiempo, después de haber parido unos meses antes las 272 páginas –en la edición más modesta– de su novela Andamios. No puede decirse que no hay lector que aguante, porque el hombre vende, y sobre todo, se lee, que no siempre son sinónimos. Sin ambición de avergonzar a quienes sufren el síndrome de la página en blanco, Benedetti confiesa que para no indigestar a la gente guarda en un cajón los cien poemas de su próximo libro, El mundo que respiro –dos de ellos se anticipan en exclusiva en esta edición de VIVA–, que amanecerán con el próximo verano. Como los poemas lo agarran desprevenido y sin que los convoque, siempre tiene a tiro una libreta para que su mano dibuje el esqueleto de sus versos, hasta que los borradores no aguantan el peso de tantas tachaduras y remiendos y entonces sí vuelca esa primera versión a la computadora. Allí van a parar, sin escalas de papel, sus cuentos y novelas. Justamente, si no fuera por un percance informático que lo tiene a mal traer, el escribidor infatigable ya estaría a mitad de camino con un nuevo volumen de cuentos.

La verdad es que lleva un ritmo envidiable.
Y mientras pueda y tenga temas... Ahora, con lo que me cuestan los cuentos, justo me acaba de pasar una cosa terrible. Desde hace quince años más o menos, para poder escribir tranquilo, me refugio en un hotelito de Puerto Pollenza, en Mallorca. Ahí la habitación tiene una terraza muy linda, con vista al mar, donde me siento con la computadora; la cuestión es que estaba ahí, trabajando en unos cuentos cortos cuando de repente se me borró todo. ¡Todo! Los siete cuentos que ya tenía terminados, trabajados, corregidos... ¡La bronca que me agarró! De pura suerte tengo en un cuaderno apuntes con la base de cada uno, una versión cruda, porque la prosa siempre la escribo directamente en la computadora. Así que espero volver a construirlos. ¡Qué se le va a hacer!

¿Y no los tenía impresos?
No, porque no había llevado la impresora –aunque es una chiquita– para tener un peso menos en la valija. ¿Se da cuenta qué mala suerte?

¿Sabe que reconstruir la lista de todos los libros que tiene publicados es una empresa bastante compleja? ¿Usted lleva una contabilidad más o menos exacta?
Ochenta, si se tienen en cuenta las antologías. Tengo tantos libros como años. Al que le ha ido mejor es a La tregua, de lejos, que ya tiene 148 ediciones. Después vienen Inventario Uno, Gracias por el fuego y La borra del café, que es el último libro mío que ha caído muy bien, ya debe andar por las cuarenta ediciones en los distintos idiomas y países. Pero no me puedo quejar: en España, Rincón de haikus está desde hace varios meses en la lista de best-sellers.

Hay un dato llamativo en ese ranking. Con el éxito que tienen sus poemas, tres de los cuatro títulos que acaba de mencionar son novelas.
Es que La tregua fue llevada al cine, fue finalista para un Oscar, se hicieron adaptaciones para la televisión, el teatro, la radio... Hubo mucha cosa que ayudó, lo que de todos modos es un misterio para mí, porque tampoco creo que sea mi mejor novela. Para mí La borra del café es mucho mejor, pero ahí entran otros factores: la gente la tomó como una novela de amor, y aunque es también una novela de amor, no es lo principal. En cuanto a Gracias por el fuego, también fue llevada al cine y fue finalista del premio Seix Barral. Pienso que eso le dio un empujoncito extra.

Sin embargo usted siempre se ha sentido más cómodo con la poesía, ¿no?
Siempre digo que soy un poeta que además escribe cuentos y novelas. También me siento cómodo con el cuento, aunque me da mucho más trabajo. Un poema lo puedo escribir en un avión, durante un fin de semana o mientras espero al destino, en cambio un cuento me puede llevar años. El volumen de Montevideanos, por ejemplo, demoré dieciocho años en terminarlo, y sin embargo es un género que me gusta mucho. El cuento no admite fallas, se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su rol, y los finales son muy importantes. Pero a mí las ideas y los temas ya me vienen con la etiqueta del género, aunque a veces me equivoco. Me pasó con El cumpleaños de Juan Angel: empecé a escribirlo en prosa, como todo novelista que se precie, pero a las 50 páginas no podía avanzar más, estaba estancado, cosa que generalmente no me ocurre. Hasta que me di cuenta de que el tema tenía una carga poética muy fuerte y lo retomé como una novela en verso. Ahí cambió todo y la terminé rápidamente. Algo parecido me pasó con Pedro y el Capitán: creí que era una novela y terminó como una obra de teatro que marchó muy bien, se representó en no sé cuántos países. Creo que funcionó porque tiene nada más que dos personajes; yo con tres personajes en teatro no doy.. Es un género muy difícil.

¿Y las novelas?
Me cuestan menos que los cuentos, aunque para escribir una novela se necesita un tiempo libre, porque no se pueden escribir diez páginas hoy y veinte a los dos años. La novela es un mundo que uno inventa y hay que sumergirse en ese mundo, en sus personajes... Si a mí me dejaran tranquilo podría escribir más novelas.

¿Cómo es eso?
Mire, Andamios, que es la última novela que publiqué el año pasado, demoré tanto en terminarla porque he tenido que hacer tantos viajes, cumplir con tantos compromisos y obligaciones, que me costó mucho mantener el ritmo. Hace como cuatro años que quiero tomarme un año sabático y no puedo No me dejan.

Debe haber pocos hispanoamericanos que no sepan de memoria alguna estrofa de Te quiero, Por qué cantamos, Una mujer desnuda y en lo oscuro y tantos otros temas de Benedetti que popularizaron más de cuarenta intérpretes. La poesía hecha canción apuntaló su fama y muchos de estos poemas dispararon sus flechas hacia varios corazones, dejando a su responsable como un Cupido involuntario que no merece quedar libre de culpa y cargo.

¿Usted es consciente de que algunos de sus poemas fueron el puntapié para más de un romance?Bueno, si sirven para el amor me parece una buena empresa. A veces me cuentan que los muchachos copian poemas míos y se los mandan a las novias como si fueran de ellos, y después cuando se casan les cuentan la verdad. Puede que suene cursi, no sé, alguna gente dirá... Pero a mí no me molesta, al contrario. El amor me parece lo mejor de las relaciones humanas.

En otras palabras: usted puede ser el responsable de unas cuantas bodas.
¿Y por qué no? Mire, una de las cosas más lindas que me han pasado en la vida con relación a mi obra me ocurrió en México. Una vez en Guadalajara, donde habíamos dado un recital con Daniel Viglietti, se me acercó una pareja de unos 30 años y el muchacho me dijo: "Mire, nosotros fuimos pareja pero después nos divorciamos. De todas formas queríamos contarle que nos conocimos por Inventario y queremos que nos firme el libro". Al tercer recital se aparecieron otra vez los dos para ponerme al corriente de la relación: "Mire, como el otro día estuvimos con usted y le contamos que nos conocimos con Inventario, queríamos decirle que por Inventario decidimos volvernos a casar". Así son las cosas..

La poesía, por lo general, no tiene tantos lectores como la novela o el cuento, y sin embargo la suya tiene muchos seguidores. ¿Alguna vez se preguntó por qué?
Sí, y para mí es un misterio. Pienso que por un lado puede ser porque mis poemas son bastante sencillos, bastante claros, y eso es algo que se convirtió en una obsesión para mí: la sencillez. Hacia el fin de mi adolescencia, cuando yo sabía que iba a ser poeta, leía a los de más prestigio, y aunque los entendía y los disfrutaba, me parecían muy enigmáticos, con toda una retórica que me parece espantaba a los lectores. Me gustaban, pero me dije que yo así no iba a escribir nunca. Otra de las razones por las que creo que a la gente le gustan mis poemas es porque he escrito mucho sobre el amor. Pero así y todo, no me explico demasiado el éxito que han tenido.

La mayoría de sus obras tiene como protagonista al montevideano de clase media. Usted siempre dijo que no podría escribir sobre otro tipo de personajes.
Es que ésa es mi limitación. Me siento muy inseguro si me salgo del montevideano de clase media. Ese es el territorio que yo conozco. Alguna vez dije, medio en broma medio en serio, que el Uruguay es la única oficina en el mundo que ha alcanzado la categoría de República. Y es así, y yo conozco bien a esta clase media. Muchas veces incluso me reprocharon que no trate a la clase obrera. Pero las veces que lo intenté, me sonaron falsos. Mis obreros nunca hablan como los obreros; entonces no insistí más, ¿para qué? Es una limitación y me atengo a esa limitación.

¿Entonces cómo explica que, siendo la suya una literatura localista, haya tenido tanta trascendencia en otras partes del mundo?
Puede ser que la clase media sea más universal que otras clases. No sé, pero la verdad es que incluso tengo cuentos que transcurren en el exterior, pero siempre de montevideanos que están en España, en Cuba o en México. De todas formas, supongo que para llegar al mundo hay que llegar primero a la comarca, por ahí se empieza. El que quiere empezar por el mundo..

A través de sus textos políticos, usted intentó hacerse escuchar en su comarca. Eso le valió un pasaje al exilio. ¿Cree que el intelectual puede cambiar algo a través de la palabra?
No, no puede cambiar nada. Yo no recuerdo ninguna revolución que se haya ganado con un soneto, por ejemplo. A los dirigentes políticos les gusta mucho adornarse con el arte, sacarse una foto del brazo de un pintor o terminar un discurso con un poema, pero no es que crean en una cosa ni en la otra. Tal vez algún raro personaje de la dirigencia política puede venir un día y decir: "Con estos tres versos me aclaraste este tema", y yo con eso puedo sentirme más que satisfecho.

Suena a batalla perdida.
No, porque uno escribe para esclarecer la mente de un individuo, del ciudadano de a pie. Además, es una cuestión de conciencia. Si yo estoy en contra de la globalización de la economía, de la corrupción y de la hipocresía, lo digo y lo escribo. Justamente las causas en las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tranquilo. No me siento derrotado en cuanto a mis creencias ideológicas y voy a seguir luchando por ellas. Sin éxito, eso sí.

Hay que defender la derrota, dijo el poeta.
Es que la utopía es una cosa que debemos mantener. Por definición, la utopía es algo que nunca se realiza por completo, una cosa que parece imposible y después resulta que se realiza. Siempre digo que los tres grandes utópicos que ha dado este mundo son Jesús, Freud y Marx; gracias a ellos la humanidad ha dado pasos positivos. Aunque de cada utopía se realice un diez por ciento, gracias a ese diez por ciento la humanidad ha mejorado un poco. Yo soy un optimista incorregible.

Su defensa de la utopía lo enfrentó a más de un destierro. Debutó como exiliado en 1983, cuando cruzó el charco y se instaló en Buenos Aires buscando una seguridad incierta. Fue aquí donde inauguró el "llavero de la solidaridad": cuando las cosas comenzaron a ponerse oscuras acudía a ese manojo que le abría la puerta de las casas de cinco o seis amigos. Era la única manera de desorientar los radares nefastos que iban tras su sombra. Hasta que la Triple A le dio 48 horas para seguir respirando en la Argentina y se marchó a Perú, luego a Cuba y finalmente a España, continuando un exilio que le negó su patria durante doce años. Y también a su mujer, Luz, que debió quedarse en Uruguay cuidando a las ancianas madres de ambos. A pesar de todo, Benedetti no escupe reproches; más bien le da palmadas a ese tiempo pasado que pudo ser peor.

¿No siente rencor por ese pedazo de vida que le cambiaron?
La pasé muy mal, me amenazaron de muerte, me separaron de mi ciudad, de mi mujer, y sólo por algún azar me fui salvando, pero no por hacer concesiones. Yo hubiera preferido no tener que recurrir al exilio, y sin embargo, en cierta forma el exilio me ayudó. Por un lado, empezaron a interesarse por mis libros, me hizo ser más conocido y eso hasta me permitió un alivio económico. Además, he aprendido mucho de la gente que fui conociendo en los diferentes países donde tuve que vivir. No de los gobiernos, porque de ellos no se aprende nunca nada, pero de la gente sí. Es como un fenómeno de ósmosis: uno le da a ese pueblo que lo recibe lo mejor que tiene y ese pueblo le devuelve cosas a uno. Esa proximidad, ese intercambio enriquecedor y evidente, me ha cambiado para bien, me ha hecho madurar, me ha quitado cierta tentación de hacer juicios demasiado apresurados sin que las cosas se asienten

Le supo sacar provecho al exilio.
Yo creo que sí. Volví a mi país un poco mejor de lo que me fui, más ecuánime, más tolerante, menos radical, pero sin perder mis obsesiones.

Usted ha inventado una palabra, desexilio, que describe las sensaciones del regreso. ¿Se termina el desexilio alguna vez?
Me parece que no. En uno de mis libros puse como epígrafe una frase de Alvaro Mutis, que dice que uno está condenado a ser siempre un exiliado, y creo que es cierto. Afuera uno se siente herido, ajeno, y cuando regresa también se siente exiliado, porque uno ha cambiado y el país también ha cambiado. Ha cambiado hasta el paisaje, la mirada de la gente... Sigue siendo el país de uno, se lo quiere como el país propio, pero la relación es distinta. Entonces se siente nostalgia por ciertas cosas del exilio, que tienen que ver más que nada con las personas.

¿La patria de uno dónde queda después de ese proceso?
Como decía José Martí, la patria es la humanidad. En todos los países, en los que uno ha estado y en los que no ha estado, hay gente que por lo que piensa, por sus actitudes, por lo que hace, por lo que siente, por su solidaridad, son como compatriotas de uno. La patria de cada uno está formada de esa gente. Porque en el propio país ha habido también torturadores, corruptos, y esos no son compatriotas míos.

Actualmente, Mario Benedetti vive mitad de su tiempo en España y mitad en Uruguay. Esos compromisos de los que a veces se queja pero que tanto disfruta, lo tironean hacia ambos lados del océano. Su residencia en ésta y en aquellas tierras no obedece, aclara, a una necesidad de escaparles a los inviernos ni a las humedades que castigan su asma desde que tenía 25 años, cuando un tifus le dejó como secuela esa angustia por el oxígeno que un par de veces lo acostó en terapia intensiva. Está acostumbrado a convivir con un aparatito que despide vapores salvadores cada vez que le falta el aire, y en sus poemas hasta se ríe de ésta y otras fallas de fábrica que le trajeron las décadas: "...mis cataratas, mis espasmos asmáticos, mi herpes zoster, mi lumbago, mi hernia diafragmática", enumera en Heterónimos.

Sabe que su cuerpo le empezó a confiscar la frescura que mantiene su mente, pero él le pone el pecho al asunto con palabras: su próximo libro de poemas, El mundo que respiro, pone el acento en la cercanía de la muerte.

¿Le preocupa el tema?
Bueno, a todo el mundo le preocupa, ¿no? Pero a los 80 años uno está un poco obligado a pensar en esas cosas. La muerte es una presencia, y la barajo en conexión a lo que es la muerte para otros, no sólo para mí. Pienso que una de las formas de sobrellevar la idea de la muerte es darle la cara, hablar de ella, dialogar con ella. Me parece que es una manera de poder soportar ese fin obligatorio. Admitir la muerte es un modo de restarle importancia, porque si uno está obsesionado con eso..

Por eso escribe sobre la muerte.
Escribo sobre ella para que no me sorprenda, claro. Su cercanía no tiene que aplastarlo a uno, por eso tengo un poema que se llama Como si fuéramos inmortales: hay que vivir como si lo fuéramos.

Terminemos hablando de la vida, entonces. Usted ha recibido muchos premios por su obra, pero cuando hace un par de años la Universidad de Alicante lo nombró doctor honoris causa, fue en reconocimiento a "su fecunda labor creativa y por su condición de hombre de pueblo". Obra, pero también vida. ¿Cómo prefiere ser reconocido?
Son dos cosas que forman el carácter y la condición humana de uno, ¿no? Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie.

Autor: Ezequiel Martinez
Fuente: clarin.com
.

Blanca Varela: Una poeta en carne viva

Blanca Valera, una de las voces más importantes de la poesía peruana, acaba de ser homenajeada con una antología por el INC. El libro, presentado anoche, vuelve a la escena a una mujer de versos desgarrados y vida intensa, que ahora solo quiere estar tranquila

Ningún espíritu puede quedar inmune después de leer a Blanca Varela. Algo se rompe, rasga o tritura dentro de cada nuevo lector. Sus versos son revelaciones que muchos quisieran no tener. Con frecuencia otros autores los toman prestados para, a manera de epígrafes desgarrados, abrir la puerta a las historias más grises. Epígrafes como: "El dolor es una maravillosa cerradura". O tal vez: "Merodean las bestias del amor en esa ruina/ florece la gangrena del amor/ todavía se agitan las tenazas elásticas/ los pliegues insondables laten". Y aun más: "¿De qué balcón hinchado de miseria se arrojó la dicha una mañana?". Todos con su nombre al final. No hay que rebuscar demasiado en sus páginas para encontrar esas frases que parecen alaridos. En el prólogo de una antología que el INC acaba de publicar, la escritora Giovanna Pollarolo advierte: "Para leer a Blanca es preciso disponerse al sobresalto, a la tensión, a la desesperanza y el miedo". Intriga conocer al puño detrás de esas líneas. Es probable que muchos de sus lectores apenas recuerden su voz. A diferencia de otros autores, Blanca Varela no suele dar entrevistas y sus apariciones en público son más bien discretas. Incluso es poco usual verla en lecturas de poetas. La escritora Rocío Silva Santisteban, estudiosa de su obra y amiga cercana, recuerda una de esas pocas ocasiones, a fines de los años ochenta. "Había pasado varios años sin publicar y sin dar un recital, y Cesáreo Martínez la invitó para leer su obra en el Instituto Peruano Soviético. Fue un montón de gente, porque era como muy raro". El pintor Fernando de Szyszlo, quien estuvo casado con ella y con quien hasta ahora mantiene una fuerte amistad, también lo considera un privilegio escaso. "No recuerdo haberla escuchado leer sus poemas más de dos veces", comenta. "Pero cuando la he escuchado ha sido emocionante, porque es muy insegura, conmovida por lo que está leyendo". Son momentos íntimos: se diría que pronuncia sus versos como si estuviera revelando un secreto a la fuerza.

Silencios

La crudeza de sus versos provoca preguntar si hubo épocas felices en quien los escribió. Las hubo. Una amiga de la universidad de San Marcos la recuerda como una joven hermosa, intensa, de respuestas rápidas. También hay huellas de sus pasos por la recordada peña Pancho Fierro junto con Jorge Eduardo Eielson, Augusto Salazar Bondy, Javier Sologuren: el núcleo de la generación del 50. "Teníamos escapadas a la música con Iturriaga, Pinilla y los Arguedas, José María y Celia. Blanca bailaba muy bien, era muy alegre", recuerda Szyszlo. En los años posteriores, la poeta se divirtió bailando en París. Octavio Paz --su padrino literario-- la llamaba La Reina del Mambo: en la casa del poeta mexicano inventaba formas de bailar el ritmo que llegaba ardiendo desde América. "Siempre tuvo muy buen oído para la música tanto como para la poesía", refiere Szyszlo. A la poeta de los versos dramáticos incluso le gustaba cantar. Podía entonar valses acompañada por la guitarra de Arguedas, a cuya casa de Puerto Supe llegaba ella con cierta frecuencia. En alguna época compuso boleros. No hay referencias precisas de cuándo ese espíritu empezó a atardecer. "Entre los veinte y cuarenta años tuvimos una vida social muy activa --recuerda el pintor--. Íbamos mucho al teatro Segura. Veíamos obras como "La vida que te di", de Pirandelo; "Los árboles mueren de pie", de Casona; "Los hermanos Karamazov", de Dostoievski. Éramos de ir a las exposiciones, conciertos". Ella ha ubicado su etapa fundamental en París. Hace cuatro años, en un texto autobiográfico para El Dominical de El Comercio, Blanca Varela describió su gusto por las palabras desde niña, sus dudas de adolescente, sus vivencias universitarias y su estancia esencial en esa ciudad. En ese período se interrumpe su crónica. "Lo que pasó después, lo demás, si no está escondido entre mis poemas, entonces está irremediablemente perdido", escribió. La madurez la empujó a la reserva. Incluso gente que la conoce de varias décadas recuerda que siempre ha tenido una actitud prudente, ajena a los sentimentalismos. "Es una persona que puede mostrarse cariñosa y preocupada, pero no a un punto que se diga maternal", dice la también poeta Rocío Silva Santisteban, quien prepara una importante antología de ensayos sobre Varela. De hecho, cuando apareció la primera edición recopilatoria de "Canto villano" --publicada a fines de los setenta por el Fondo de Cultura Económica de México-- la poeta quedó un tanto decepcionada porque la editorial había puesto una rosa en la carátula. Al parecer en referencia al poema en que ella afirma que esa flor "infesta la poesía/con su arcaico perfume". En una segunda edición, la ilustración de la carátula fue cambiada por el cuadro "Perro semihundido en la arena", de Goya, que sin ser demasiado dramático figura en la serie negra del artista. La poeta quedó encantada. Otro episodio que la retrata ocurrió en los años noventa, cuando, alentada por amigos, accedió a postularse como regidora de Barranco, el distrito donde ha vivido por mucho tiempo. Se acercaba el Día de la Madre y la oficina de cultura organizaba una actividad para las señoras del distrito. "Vinieron a la oficina y dijeron: 'sería bonito poner un poema de la señora Blanca'. Entonces yo le digo: 'Blanca, ¿tendrás un poema por el Día de la Madre?'. Y ella responde: 'Ni pensarlo, no tengo nada. Tengo cosas horribles, todo el mundo se va a asustar'", sonríe Fina Capriata, compañera de esos días en el municipio. Por esos días ocurrió también la tragedia que la marcó irreversiblemente: la muerte de Lorenzo, el segundo hijo que tuvo con Fernando de Szyszlo, en un accidente aéreo.

Penas

Es el Rubicón de su tristeza, la línea de no retorno. Su forma de asumir el luto fue como el presagio de un mayor aislamiento: "Anunció (a sus conocidos) que nadie le comentara nada, que nadie le dijera ni una palabra. Nadie se atrevió a variar aquello", recuerda una amiga cercana. Pero el dolor quebró su salud. "Fue una tragedia tal que ninguno de los dos nos hemos recuperado nunca", sostiene Szyszlo. La familia entera fue abatida a un punto extremo. "Las hijas de Lorenzo, por ejemplo, no pudieron hablar durante los primeros cinco años". El estrecho círculo de personas que la frecuenta en sus almuerzos familiares de los miércoles sabe que su corazón tampoco se reconstruyó del todo. "Ni ella ni yo somos abuelos chochos. Con nosotros ocurre que hemos querido tanto a nuestros hijos, que es como tener una cuenta bancaria que se derrocha. Entonces ha quedado poco para los nietos, aunque los queremos mucho", dice el padre de Lorenzo y Vicente. Alguna vez, en una entrevista, Varela explicó que en su poesía sintetiza los sentimientos sin referencias directas a la realidad. "Incluso cuando murió mi hijo, un momento muy duro para mí, lo que escribo son poemas sobre el dolor pero no hago referencia al suceso", afirmó. En realidad, es un tema casi vedado. Uno de sus autores favoritos, el rumano-francés Paul Celan, tiene un poema que bien puede explicar ese silencio: ¿qué tiempo es éste/en el que una conversación/es casi un crimen/porque incluye/ tantas cosas explícitas? Blanca Varela, cuya vida depende de las palabras, sintetizó su dolor pero quedó disminuida físicamente. Por eso ha reducido sus actividades a lo indispensable. Hace un tiempo la Universidad de Harvad la invitó para una lectura de sus poemas, pero ella declinó. Así ha rechazado otras invitaciones. Parece valorar la tranquilidad por sobre todas las cosas. Es su derecho: ha viajado a los límites del espíritu para traer la belleza. Su obra ha pagado sus silencios.

"El libro de barro y otros poemas"

Anoche llegó a la presentación de su antología y se retiró sin decir palabra. Apenas unas fotos, unos cuantos libros firmados. En el auditorio del Museo Nacional de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre una respetuosa asamblea se había reunido para homenajearla. La poeta Rocío Silva Santisteban abrió la noche con una reseña de su trayectoria. Recordó los días en que Varela ejerció la crítica literaria, su labor al frente de la oficina del Fondo de Cultura Económica en el Perú y como cabeza de la sección local del Pen Club. "En los ochenta, una antología editada por Javier Sologuren hizo que se volviera una autora de culto entre poetas jóvenes", apuntó. El escritor Abelardo Sánchez León, otro de los presentadores, destacó su lenguaje, que parece estar "escavado en su propia alma, en su propia manera de ver el mundo". Luis Guillermo Lumbreras, director del INC --que edita "El libro de barro y otros poemas"--, la elogió como parte de la generación del 50, por que "expresó con su arte parte importante de la historia del Perú". Ella estaba emocionda. Se notaba.

Autor: David Hidalgo Vega
Fuente: El Comercio, Lima 25/06/05
.

Los misterios de Norah

Veinte años después de la misteriosa muerte de Augusta La Torre Carrasco, la primera esposa de Abimael Guzmán, fundadora y dirigenta de Sendero Luminoso, salen a la luz nuevos pasajes de su vida antes de su matrimonio con el hombre que concibió y condujo una guerra que causó miles de muertos en el Perú. La Torre conoció a Guzmán por intermedio de su padre, quien también era comunista. Cuando vio por primera vez al profesor Guzmán, esta hermosa huamanguina apenas tenía 16 años y era una aplicada estudiante de religión. Dos años después se casaron...

El tres de febrero de 1964, Carlos La Torre Córdova y Delia Carrasco Galdós celebraban un especial acontecimiento en su casa del jirón Tres Máscaras Nº 312, a pocos metros de la plaza de Armas de Huamanga. Su hija menor, Augusta La Torre Carrasco, se unía en matrimonio con el catedrático Abimael Guzmán Reinoso. Ignoraban todos los presentes que la unión con ese desconocido profesor de filosofía conduciría a su esposa a una muerte cuyas causas todavía se mantienen en el misterio, veinte años después.

Desde el inicio de la guerra, el 17 de mayo de 1980, hasta poco antes de su fallecimiento, el 14 de noviembre de1988, Augusta La Torre, su marido Abimael Guzmán, y Elena Iparraguirre Revoredo, los tres únicos miembros del Comité Permanente de Sendero Luminoso, fueron los responsables de cientos de directivas que costaron la vida de millares de civiles y de miembros de las fuerzas armadas y policiales.

Sin embargo, a muchos consultados que conocieron a La Torre antes de ingresar en la clandestinidad absoluta, les cuesta creer que ella pudo haber participado en la dirección de aquella descomunal ola de violencia.

Augusta La Torre nació en Huanta en 1946. Sus padres fueron Carlos La Torre Córdova, un reconocido ex militante del Partido Comunista Peruano, y Delia Carrasco Galdós, una profesora de educación primaria. Augusta era la tercera de cuatro hermanos: Carlos, Boris y Gisela. Estudió la primaria y secundaria en el colegio de monjas María Auxiliadora de Huanta. En 1962 se mudó con sus padres a Huamanga para estudiar en la Escuela Normal de Mujeres de Ayacucho, un centro de enseñanza bajo las normas de un internado y al que sólo accedían las jovencitas de familias con dinero o que tenían un excelente nivel académico. Augusta alcanzó el cuarto puesto en el examen de ingreso, lo que le dio derecho a gozar de una beca. De otro modo los magros ingresos de sus padres habrían sido insuficientes para pagarle la escuela.
Sus amigas que compartieron con ella un dormitorio en la Escuela Normal la recuerdan por su aspecto físico y su sencillez. "Lo que llamaba la atención de Augustita era su particular belleza. Sus ojos eran preciosos. Era una chica introvertida, pero muy buena e inteligente", relató una ex compañera que no solamente compartió la misma aula sino también las silenciosas noches en el dormitorio colectivo.

Las jóvenes se preocupaban por verse bonitas y a la moda. A Augusta La Torre, por el contrario, no parecía importarle el maquillaje o resaltar su belleza. "Calzaba 38. Era una chica zapatona", dijo otra amiga íntima, muy ocurrente, por cierto.

CAMBIO RADICAL

En la exigente Escuela Normal la máxima nota era 15 y la desaprobatoria un 11. Augusta la Torre obtuvo el más alto promedio al final del año y, curiosamente, la asignatura en la que obtuvo la mejor calificación fue Religión.

Sin embargo, no pasó más de un año en la Escuela Normal de Huamanga. Un mediodía de marzo de 1963, días previos al inicio de su segundo año en la escuela, una de sus buenas amigas se encontró con Augusta a pocas cuadras del centro de enseñanza. Su aspecto físico estaba cambiado un poco. Había subido de peso.

"Nos abrazamos y besamos con mucha alegría. Le pregunté si ya se había matriculado. Me dijo que no continuaría con nosotras en la Normal. Se había inscrito en el departamento de Educación de la Universidad San Cristóbal de Huamanga", contó la amiga. Nunca le preguntó si fueron sus padres o ella quien tomó esa decisión y por qué, pero recordó bien que aquella vez "Augustita" le mencionó a quien dos años después se convertiría en su esposo. "Fue entonces que me habló por primera vez de Abimael Guzmán y su proyecto de matrimonio con el catedrático", dijo. Eso lo decía todo.

Para sus amigas de la Normal es posible que Augusta lo conociera desde que asistía a las charlas académicas y culturales organizadas por la Universidad San Cristóbal de Huamanga. El centro de estudios había reabierto sus puertas en 1959 luego de casi 100 años de cierre. Las nuevas autoridades tenían serias intenciones de convertirla en un faro intelectual del sur andino y por tal motivo buscaron atraer a lo más destacado de la docencia universitaria del país.

Los primeros encuentros de Augusta La Torre con Abimael Guzmán se remontan a 1962, cuando ella estaba en el internado. Su padre Carlos La Torre mantenía una estrecha amistad con quien sería su profesor en la universidad. Pese a sus iniciales diferencias en la línea ideológica (La Torre defendía una facción comunista liderada por Moscú, mientras que Guzmán era totalmente entregado al pensamiento de Mao), ambos departieron varios fines de semana en tertulias en las que también participaba Augusta La Torre.

Es difícil determinar con precisión si lo que atrajo más a Augusta La Torre fue el trato afectuoso o el lado intelectual de Guzmán. Quienes la conocieron señalan que hubo cierta devoción entre el profesor y la alumna para que ambos decidieran unir sus vidas dos años después del primer encuentro. En el matrimonio de la pareja estuvieron presentes los padres, los tres hermanos y los testigos Delia Cabrera Carrasco y Hugo Carrera Carrasco, quienes eran los propietarios de la casa de Tres Máscaras. Después del casamiento, la Augustita que todos recuerdan quedó atrás, e ingresó en una espiral política de la cual nunca salió.

Eran los años sesenta y la ciudad de Ayacucho vivía un ambiente político extraordinario. La universidad estaba politizada. Fue en medio de esa situación agitada y bajo la influencia de Guzmán que Augusta asumió posiciones políticas que cambiarían poco a poco su apacible vida de muchacha provinciana. "Fue una chica inteligente con mucho ánimo de hacer cosas, aunque era muy reservada. Siendo su familia muy politizada, no me extraña que ella haya asumido posiciones ideológicas radicales", afirma el arqueólogo Luis Guillermo Lumbreras, quien le enseñó en Huamanga. El poeta Antonio Cisneros, quien también trabajó en la universidad como asistente, empieza a recordarla: "Todos asumían una posición de izquierda. Lo más audaz y llamativo habría sido ser de derecha", refiere: "Augusta La Torre era una muchacha bonita, no estoy muy seguro si intelectualmente destacable".

ROJO AMANECER

El profesor Guzmán tuvo un papel activo en la transformación de Augusta. La convirtió en dirigenta del Movimiento Femenino Popular (MFP), un órgano de la facción maoísta del Partido Comunista Peruano. Más tarde, ella partió con Guzmán a China a recibir instrucción política y militar. Como dijo Abimael en algún momento, con Augusta organizaron Sendero Luminoso al mismo tiempo que su vida marital.

Manuel Fajardo Cravera, abogado de Abimael Guzmán y vecino y amigo de Augusta La Torre, recordó que al regresar de China la pareja intervino en las movilizaciones políticas de Huamanga. "En las nutridas asambleas de los estudiantes, en su mayoría hombres, sobresalía Augusta. Ella mostraba mucha serenidad y aplomo en momentos como aquellos", dijo. La investigadora norteamericana Robin Kirk en su libro "Las mujeres de Sendero Luminoso" analizó la relación de La Torre con Guzmán: "Si Abimael hubiera sido médico, ella habría sido su enfermera; si se hubiera dedicado a los negocios, le habría llevado las cuentas. Como era comunista, se convirtió en camarada, seguidora y fiel discípula".

Pero Augusta La Torre no solamente fue una seguidora. Ella terminó convertida en la fundadora y conductora de Sendero Luminoso. Guzmán ha reconocido en la "entrevista del siglo" y ante la Comisión de la Verdad que la dirección central senderista estuvo compuesta por él, Augusta La Torre y Elena Iparraguirre. Guzmán admitió que dicha dirección decidió y planificó la acción militar de la organización. Y fue esa "dirección de a tres" la que ordenó la masacre de 67 personas, hombres, mujeres y niños, en el poblado de Lucanamarca, en venganza por haber dado muerte a una columna senderista liderada por Olegario Curitomay. A quienes conocieron a Augusta La Torre les resulta difícil creer que ella dictó semejante orden.

LA MUERTE PASA FACTURA

En 1991, la policía antiterrorista halló un revelador video. Las imágenes mostraban el cuerpo de una mujer envuelto en una banderola roja con la hoz y el martillo. El cadáver velado por Guzmán y otros dirigentes correspondía a Augusta. Policías y senderistas están de acuerdo en que su muerte se produjo el 14 de noviembre de 1988. En el video Guzmán pronuncia unas palabras mientras contempla a su difunta esposa y levanta el puño derecho golpeando el aire con fuerza. "Ella fue capaz de aniquilar su propia vida para no levantar la mano contra el partido. Ella, en su lamentable confusión, en su enfermedad nerviosa, prefirió aniquilarse antes de golpear al partido". Guzmán se refería claramente a un suicidio.

Al descubrirse documentos internos de la organización terrorista, se halló un acta de marzo de 1989 que consignaba que durante la realización de la tercera sesión del primer congreso los dirigentes aprobaron, a pedido de Guzmán, que La Torre fuera considerada "heroína de la revolución". La directiva se cumplió. Repentinamente, aparecieron cánticos y consignas escritas en paredes de universidades y prisiones presentando a la "camarada Norah", como se hacía llamar Augusta La Torre, como el símbolo de "heroicidad" senderista.

Nadie, sin embargo, supo al interior del partido las causas reales de la muerte de La Torre. Su cuerpo fue colocado en un ataúd y enterrado en el jardín interior de una casa en Comas. Un año después, la desenterraron y trasladaron a un lugar desconocido. Los documentos senderistas incautados y la posterior declaración de Óscar Ramírez Durand (a) "Feliciano" indican que las interrogantes también se sembraron en la dirigencia senderista, al punto que un grupo promovió la formación de una comisión para investigar el fallecimiento de "Norah". Pero nadie se animó a formar parte de la iniciativa.

Carlos Tapia, antiguo dirigente de la izquierda legal y experto en temas de subversión, dice estar de acuerdo con la opinión del coronel PNP (r) Benedicto Jiménez, uno de los hombres que organizaron la captura de Guzmán. Jiménez asegura que La Torre se dejó morir por una enfermedad: "Augusta sufría una enfermedad renal y definitivamente ella necesitaba salir de la clandestinidad para ser tratada, pero eso ponía en peligro a toda la dirección senderista. Habría decidido entonces seguir en la clandestinidad", afirma Tapia.

En su libro "El megajuicio de Sendero", Óscar Ramírez relata que a fines de noviembre de 1988 fue convocado a Lima por la dirección del partido para que ocupara el puesto vacío dejado por Augusta La Torre. Guzmán e Iparraguirre, según "Feliciano", le dijeron inicialmente que "Norah" se había suicidado ahorcándose con una soga. Feliciano no les creyó. Para él "Norah" pudo haber sido asesinada por varias razones. La primera, porque ella no estuvo de acuerdo con la militarización y el aniquilamiento de campesinos, calificados como "mesnadas" por Guzmán. Una segunda razón tiene que ver con el triángulo amoroso que se formó en la dirección senderista con Guzmán, La Torre e Iparraguirre. En todo caso, es sólo una versión que ahonda más el misterio de su muerte y que se mantendrá hasta que Guzmán y Elena Iparraguirre decidan finalmente contar lo que pasó realmente veinte años atrás.

"MAS CHÚCARA QUE UN VENADO"

Poco antes de que Augusta La Torre Carrasco conociera a Abimael Guzmán tuvo un novio adolescente, recuerda una de sus amigas de la infancia en Huanta. Probablemente el único anterior a Guzmán. "El río Cachi dividía la hacienda Iribamba de la familia La Torre de la hacienda Santa Rosa, donde vivía el joven. Recuerdo que todas las mañanas él pasaba a caballo frente a la hacienda y que el tío de Augusta siempre le pedía quedarse un rato para almorzar o tomarse un té. Fue así que se conocieron", relató a La República la amiga de La Torre.
Contó que Augusta le confió que una vez su madre, doña Delia, la reprendió al descubrir la relación. Es que el chico venía a ser tío de Augusta. "Su mamá no quería que saliera con él. Pero ella le dijo: ‘Mamá, me invita al cine, me invita a tomar café’. Su madre le advirtió: ‘Él no es tu primo, él es tu tío. Eres una jarjacha (incestuosa)’.

Ubicamos al antiguo enamorado, pero prefirió mantenerse en el anonimato. "Augustita era más chúcara que un venado. No usaba pantalones, solo faldita. No usaba zapatos sino chaplas, pero ella era linda, ingenua y buena persona hasta que se topó con Abimael Guzmán", dijo el ex novio.
Relató que se molestó al enterarse del matrimonio de Abimael Guzmán con Augusta porque no lo invitaron. "Él era un tipo que andaba siempre con un libro en el sobaco y se vestía con un saco que le quedaba todo el tiempo muy grande. Era un personaje pintoresco. No puedo creer que se trata de la misma persona que hizo todo lo que hizo", expresó.

Autor: Miguel Gutiérrez R.
Fuente: La República

Paisaje después de la batalla: Dije economía política, estúpido.

I

Dos películas inglesas recientes —dos relatos sobre la traumática desintegración de la identidad masculina de la vieja clase obrera— expresan dos versiones opuestas del punto muerto de despolitización en el que estamos. Tocando al viento (Brassed off) se centra en la relación entre la lucha política “real” (la lucha de los mineros contra las amenazas de cierre de minas, legitimadas por el progreso tecnológico) y la expresión simbólica idealizada de la comunidad de los mineros: su banda de música. Al principio, los dos aspectos parecen oponerse: para los mineros, presos en la lucha por la supervivencia económica, la actitud de “¡La música es lo único que importa!” del viejo director de la banda, que está muriéndose de un cáncer de pulmón, equivale a una insistencia vana y fetichizada en la forma simbólica vacía, desprovista de sustancia social. Sin embargo, cuando los mineros pierden la batalla política, la actitud de “La música importa”, su insistencia en tocar y participar de un concurso nacional, se convierte en un gesto simbólico de desafío, un verdadero acto de afirmación de fidelidad a la lucha política. Como dice uno de los personajes: cuando ya no hay esperanza, lo único que queda es ser fiel a los principios... En suma, el acto se produce cuando llegamos a esa encrucijada —o más bien a ese cortocircuito— de niveles, de modo que la insistencia en la forma vacía (no importa lo que pase, seguiremos tocando en nuestra banda...) se convierte en una señal de fidelidad al contenido (a la lucha contra el cierre y por la conservación del estilo de vida de los mineros). La comunidad minera pertenece a una tradición condenada a desaparecer. Y es precisamente aquí donde hay que evitar la trampa de acusar a los mineros de defender el viejo estilo de vida reaccionario, machista y chauvinista de la clase obrera: el principio de una comunidad reconocible es una razón por la que vale la pena luchar, y bajo ningún punto de vista hay que dejarla en manos del enemigo.

Todo o nada (The Full Monthy), nuestro segundo ejemplo, es —como La sociedad de los poetas muertos o Luces de la ciudad— una de esas películas en las que toda la línea narrativa se mueve en dirección a su clímax final; en este caso, el desnudo total que los cinco desocupados hacen en el local de striptease. Ese gesto final —ir “hasta el fondo”, mostrar sus sexos ante una platea abarrotada— implica un acto que, aunque opuesto, en un sentido, al de Tocando al viento, en última instancia equivale a lo mismo: la aceptación de la pérdida. Lo heroico del gesto final de Todo o nada no está en persistir en la forma simbólica (tocar en la banda) cuando su sustancia social se desintegra sino, por el contrario, en aceptar lo que, desde la perspectiva de la ética de la clase obrera masculina, no puede sino aparecer como la última humillación: renunciar a la falsa dignidad masculina. (Recuerden el famoso trozo de diálogo cerca del principio, cuando uno de los héroes, después de ver a unas mujeres orinando de pie, dice que están acabados, que ellos —los hombres— han perdido el tren.) La dimensión tragicómica de la situación reside en el hecho de que el carnavalesco espectáculo (de desnudarse) no está protagonizado por los stripers habituales, bien dotados, sino por hombres comunes, decentes, tímidos, relativamente maduros, que decididamente no son apuestos. Su heroísmo consiste en que deciden llevar a cabo el show aun siendo conscientes de que no tienen el aspecto físico apropiado. Ese desajuste entre el acto y la inconveniencia obvia de los actores le confiere al acto su verdadera dimensión subime: del divertimento vulgar del desnudo, el acto se convierte en una especie de ejercicio espiritual: se trata de renunciar al falso orgullo. (El mayor de los hombres, ex capataz del resto, se entera, poco antes del show, de que ha conseguido un trabajo, pero aun así decide unirse a sus compañeros en el acto de fidelidad: la clave del show no es simplemente ganar el dinero que tanto necesitan: es una cuestión de principios.)

Lo que hay que tener presente, sin embargo, es que ambos actos, el de Tocando al viento y el de Todo o nada, son actos de perdedores. Esto es, dos modos de enfrentarse con la pérdida catastrófica: insistiendo, en un caso, en la forma vacía como fidelidad al contenido perdido; en el otro, renunciando heroicamente a los últimos vestigios de falsa dignidad narcisística y consumando un acto para el cual son grotescamente inapropiados. Y lo triste es que en algún sentido ésa es nuestra situacion hoy. Hoy, después del desmoronamiento de la idea marxista de que es el capitalismo mismo el que, bajo el disfraz del proletariado, genera la fuerza que lo destruirá, ningún crítico del capitalismo, ninguno de los que tan convincentemente describen el vórtice mortal al que está arrastrándonos el así llamado proceso de globalización, tiene ninguna idea clara de cómo podemos librarnos del capitalismo. En suma, no estoy pregonando un simple retorno a las viejas nociones de lucha de clases y revolución socialista. La pregunta de cómo es posible socavar realmente el sistema capitalista global no es una pregunta retórica. Tal vez no sea realmente posible, al menos no en un futuro inmediato.

Hay, pues, dos actitudes: o la izquierda se enrola hoy nostálgicamente en el encantamiento ritual de las viejas fórmulas, ya sean las del comunismo revolucionario o las del Estado de bienestar del reformismo socialdemócrata, desdeñando la nueva sociedad posmoderna como una cháchara vacía y a la moda que vela la dura realidad del capitalismo actual; o acepta el capitalismo global como “el único juego que hay en plaza” y sigue la doble táctica de prometer a los empleados el mantenimiento de un máximo posible de Estado de bienestar, y a los empleadores el pleno respeto de las reglas de juego (del capitalismo global) y la firme censura de las demandas “irracionales” de los empleados. Así, en las políticas de izquierda actuales, nos vemos limitados, en efecto, a elegir entre la actitud ortodoxa de tararear dignamente las viejas canciones comunistas o socialdemócratas (aunque sabemos que ya se les pasó el cuarto de hora) y la actitud centro-radical del neolaborismo, que consiste en hacer un desnudo total, en librarnos de los últimos vestigios del discurso izquierdista...


II

La gran novedad de la era pospolítica actual —la era del “fin de las ideologías”— es la despolitizacion radical de la esfera de la economía: el modo en que la economía funciona (la necesidad de recortar el gasto social, etc.) es aceptado como un simple dato del estado de cosas objetivo. Sin embargo, en la medida en que esta despolitización fundamental de la esfera económica sea aceptada, todas las discusiones sobre la ciudadanía activa y sobre los debates públicos de donde deberían surgir las decisiones colectivas seguirán limitadas a cuestiones “culturales” de diferencias religiosas, sexuales o étnicas —es decir, diferencias de estilos de vida— y no tendrán incidencia real en el nivel donde se toman las decisiones de largo plazo que nos afectan a todos. En suma, la única manera de crear una sociedad donde las decisiones críticas de largo plazo surjan de debates públicos que involucren a todos los interesados es poner algún tipo de límite radical a la libertad del Capital, subordinar el proceso de producción al control social. La repolitización radical de la economía. Esto es: si el problema con la pospolítica actual (la “administración de los asuntos sociales”) es que cada vez socava más la posibilidad de una acción política verdadera, ese socavamiento responde directamente a la despolitización de la economía, a la aceptación común del Capital y de los mecanismos del mercado como herramientas/procedimientos neutros que deben ser explotados.

Ahora podemos comprender por qué la pospolítica actual no puede acceder a la dimensión verdaderamente política de la universalidad: porque impide que silenciosamente la esfera de la economía se politice. El terreno de las relaciones del mercado capitalista global es la Otra Escena de la así llamada repolitización de la sociedad civil pregonada por los partidarios de las “políticas de identidad” y otras formas posmodernas de politización: en la discusión sobre las nuevas formas de política que brotan en todas partes, centradas en cuestiones particulares (derechos gays, ecología, minorías étnicas...), en toda esa actividad incesante de identidades cambiantes y fluidas, en toda esa construcción múltiple de coaliciones ad hoc, hay algo inauténtico, algo que, en última instancia, se parece demasiado a la actitud del neurótico obsesivo, que habla todo el tiempo y despliega una actividad frenética precisamente para garantizar que algo —lo que realmente importa— no sufra perturbación alguna y permanezca inmovilizado. Así, en vez de celebrar las nuevas libertades y responsabilidades proporcionadas por la “segunda modernidad”, es mucho más importante centrarse en aquello que permanece idéntico en medio de esa fluidez y esta reflexividad globales, en lo que funciona como el verdadero motor de esa fluidez: la lógica inexorable del Capital. La presencia espectral del Capital es la figura del Otro que no sólo sigue siendo operativo cuando se desintegran todas las encarnaciones tradicionales del Otro simbólico, sino que directamente provoca esa desintegración: lejos de enfrentarse con el abismo de la libertad —cargado como está con el peso de una responsabilidad que no se alivia recurriendo a la mano auxiliadora de la Tradición o la Naturaleza—, el sujeto actual está preso, ahora quizá más que nunca, en una compulsión inexorable que gobierna efectivamente su vida.


III

La ironía de la historia es que, en los países ex comunistas de Europa del Este, los comunistas “reformados” fueron los primeros que aprendieron la lección. ¿Por qué muchos de ellos volvieron al poder por la vía de elecciones libres a mediados de los años ’90? Ese retorno prueba de manera definitiva que, en efecto, esos estados han entrado en el capitalismo. Lo que equivale a preguntarse: ¿qué es lo que defienden hoy los ex comunistas? Dada su relación privilegiada con los nuevos capitalistas emergentes (la mayoría miembros de la vieja nomenklatura que privatizó las compañías que alguna vez dirigieron), ellos forman, ante todo, el partido del gran Capital; más aún, para borrar los rastros de su breve pero aun así traumática experiencia con una sociedad civil políticamente activa, se fijaron la regla de abogar por una rápida desideologización, se retiraron del compromiso con la sociedad civil activa para refugiarse en el consumismo pasivo y apolítico, las dos rasgos verdaderos que caracterizan al capitalismo contemporáneo. Así, los disidentes se quedan azorados cuando descubren el papel de “mediadores evanescentes” que jugaron en el pasaje del socialismo al capitalismo, y que la clase que gobierna ahora es la misma que la de antes, sólo que con un nuevo disfraz. Es un error, pues, sostener que el retorno de los ex comunistas al poder muestra hasta qué punto la gente, decepcionada por el capitalismo, añora la vieja seguridad socialista; en una suerte de “negación de la negación” hegeliana, el socialismo aparece efectivamente negado sólo cuando los ex comunistas vuelven al poder; esto es, lo que los analistas políticos perciben (equivocados) como “decepción” ante el capitalismo es en realidad decepción ante el entusiasmo ético-político para el cual no hay lugar en el capitalismo “normal”. De modo que habría que reafirmar la vieja crítica marxista de la reificación: hoy, poner el énfasis en la despolitizada lógica económica “objetiva” contra las formas supuestamente “fechadas” de las pasiones ideológicas es la forma ideológica predominante, dado que la ideología siempre es autorreferencial, esto es, se define a sí misma gracias a la distancia que la separa de un Otro rechazado y denunciado como “ideológico”. Por esa razón precisa —porque la economía despolitizada es la “fantasía fundamental”, no reconocida como tal, de la política posmoderna—, un acto verdaderamente político implicaría necesariamente la repolitización de la economía: en el contexto de una situación dada, un gesto cuenta como acto sólo en la medida en que perturba (“atraviesa”) su fantasía fundamental.

Así, a medida que la izquierda moderada, de Blair a Clinton, acepta plenamente esa despolitización, asistimos a una extraña inversión de roles: la única fuerza política seria que sigue poniendo en cuestión las reglas irrestrictas del mercado es la extrema derecha populista (Buchanan en EE.UU., Le Pen en Francia). Cuando Wall Street reaccionó negativamente ante una caída de la tasa de desempleo, Buchanan fue el único que señaló la obviedad de que lo que es bueno para el Capital obviamente no es bueno para la mayoría de la población. Contra la vieja creencia de que la extrema derecha dice abiertamente lo que la derecha moderada piensa en secreto pero no se atreve a decir públicamente (afirmar abiertamente el racismo, la necesidad de una autoridad fuerte y la hegemonía cultural de los valores occidentales, etc.), nos enfrentamos ahora con una situación en la que la extrema derecha dice abiertamente lo que la izquierda moderada piensa en secreto pero no se atreve a decir en público (la necesidad de frenar la libertad del Capital).

Tampoco habría que olvidar que las milicias derechistas remanentes suelen parecerse mucho a una versión caricaturesca de los resquebrajados grupos de militantes de extrema izquierda de los años ’60; en ambos casos se trata de una lógica radical antiinstitucional: el enemigo último es el aparato represivo de Estado (el FBI, el ejército, el sistema judicial) que amenaza la supervivencia misma del grupo, y el grupo se organiza como un cuerpo fuertemente disciplinado para poder hacer frente a la presión. El contrapunto exacto de esto es un izquierdista como Pierre Bourdieu, que defiende la idea de una Europa unificada como un “Estado social” fuerte, capaz de garantizar un mínimo de bienestar y de derechos sociales contra el ataque violento de la globalización: es difícil evitar la ironía ante un izquierdista radical que levanta barreras contra el poder corrosivo global del Capital, tan fervorosamente celebrado por Marx. Así, una vez más, es como si los roles se hubieran invertido. Los izquierdistas apoyan un Estado fuerte como la última garantía de las libertades civiles y sociales contra el Capital, mientras que los derechistas demonizan al Estado y a sus aparatos como si fueran la última máquina terrorista.


IV

Hay que reconocer, por supuesto, el impacto tremendamente liberador de la politización posmoderna de terrenos hasta entonces considerados apolíticos (feminismo, políticas gay y lesbiana, ecología, problemas de minorías étnicas y otras): el hecho de que esos problemas no sólo hayan sido percibidos como intrínsecamente políticos sino que hayan dado a luz a nuevas formas de subjetivación política rediseñó todo nuestro paisaje político y cultural. De modo que no se trata de dejar de lado ese tremendo progreso para reinstaurar alguna versión del así llamado esencialismo económico: el asunto es que la despolitización de la economía genera el populismo de la Nueva Derecha, con su ideología de la Moral de la Mayoría, que hoy es el principal obstáculo para la satisfacción de las numerosas demandas (feministas, ecológicas...) en las que se centran las formas posmodernas de subjetivación política. En suma, predico un “retorno a la primacía de la economía” no en detrimento de los problemas planteados por las formas posmodernas de politización, sino precisamente para crear las condiciones de la más efectiva satisfacción de las demandas feministas, ecológicas, etc.

Un indicador extra de la necesidad de algún tipo de politización de la economía es la perspectiva abiertamente “irracional” de concentración casi monopólica del poder en manos de un solo individuo o corporación, como es el caso de Rupert Murdoch o de Bill Gates. Si la próxima década produce la unificación de los múltiples medios de comunicación en un solo aparato que combine las características de una computadora interactiva, un televisor, un equipo de video y de audio, y si Microsoft realmente consigue convertirse en el dueño casi monopólico de ese nuevo medio universal, controlando no sólo el lenguaje que se emplee en él sino también las condiciones de su aplicación, entonces es obvio que nos enfrentaremos con una situación absurda en la que un solo agente, libre de todo control público, dominará la estructura comunicacional básica de nuestras vidas y será, por lo tanto, más poderoso que cualquier gobierno. Lo que da pie para más de una intriga paranoica. Dado que el lenguaje digital que todos usaremos habrá sido hecho por hombres y construido por programadores, ¿no es posible imaginar a la corporación que lo posea instalando en él un ingrediente de programación secreto que le permita controlarnos, o un virus que ella misma podrá detonar, interrumpiendo nuestra posibilidad de comunicación? Cuando las corporaciones de biogenética afirman su propiedad sobre nuestros genes patentándolos, lo que también hacen es plantear la paradoja de que son dueñas de las partes más íntimas de nuestro cuerpo, de modo que todos, sin ser conscientes de ello, ya somos propiedad de una corporación.

La perspectiva que vislumbramos es que tanto la red comunicacional que usamos como el lenguaje genético del que estamos hechos serán propiedad de y controlados por corporaciones (o por una corporación) libres del control público. Una vez más, el absurdo de esa posibilidad —el control privado de la base propiamente pública de nuestra comunicación y reproducción, de la red misma de nuestro ser social— ¿no impone por sí solo la socialización como única solución? En otras palabras, ¿no es el impacto de la así llamada revolución de la información en el capitalismo la ilustración última de la vieja tesis marxista de que “en cierto estadio de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes, o —según una expresión legal de la misma idea— con las relaciones de propiedad en las que hasta entonces funcionaron”? ¿Acaso los dos fenómenos mencionados (las imprevisibles consecuencias globales de decisiones tomadas por compañías privadas; el evidente absurdo de “ser propietario” del genoma de una persona o de los medios que los individuos usan para la comunicación), a los que hay que sumar al menos el antagonismo implícito en la idea de “ser propietario” del conocimiento científico (dado que el conocimiento es por naturaleza neutral a su propagación, esto es: no lo gastan la dispersión ni el uso universal), no son suficientes para explicar por qué el capitalismo actual debe recurrir a estrategias cada vez más absurdas para mantener la economía de la escasez en la esfera de la información, y por lo tanto para contener, en el marco de la propiedad privada y las relaciones de mercado, el demonio que él mismo liberó (inventando, por ejemplo, nuevos modos de prevenir el copiado libre de información digitalizada)? En pocas palabras, la perspectiva de la “aldea global” de la información, ¿no marca acaso el fin de las relaciones de mercado (que por definición están basadas en la lógica de la escasez), al menos en la esfera de la información digitalizada?


V

Tras la defunción del socialismo, el último temor del capitalismo occidental es que otra nación o grupo étnico derrote a Occidente en sus propios términos capitalistas, combinando la productividad del capitalismo con alguna clase de hábitos sociales extraños a nosotros, occidentales. En los ’70, el objeto de temor y de fascinación era Japón. Ahora, después de un breve interludio de fascinación con el Sudeste asiático, la atención se concentra cada vez más en China por su calidad de próxima superpotencia, en la medida en que combinaría el capitalismo con la estructura política comunista. Esa clase de temores da lugar últimamente a formaciones puramente fantasmáticas, como la imagen que muestra a China superando a Occidente en productividad y conservando al mismo tiempo una estructura sociopolítica autoritaria —difícil resistir la tentación de llamar “modo asiático de producción capitalista” a esa combinación fantasmática—. Habría que enfatizar, contra esos temores, que China, tarde o temprano, pagará el precio de su desenfrenado desarrollo capitalista con nuevas formas de tensión e inestabilidad social: la “fórmula ganadora” —combinar el capitalismo con la ética comunitaria asiática “cerrada”— está condenada a explotar. Ahora más que nunca, se podría reafirmar la vieja fórmula marxista según la cual el límite del capitalismo es el propio Capital; el peligro para el capitalismo occidental no viene de afuera, de los chinos o de algún otro monstruo capaz de derrotarnos en nuestro propio juego, privándonos, al mismo tiempo, del individualismo liberal occidental, sino del límite intrínseco al propio proceso con que coloniza cada nuevo terreno (no sólo geográfico sino también cultural, psíquico, etc.), con que erosiona las últimas esferas de sustancialidad que se resisten a la reflexión. Cuando el Capital ya no encuentre fuera de sí ningún contenido sustancial de que alimentarse, ese proceso desembocará en algún tipo de implosión. Habría que tomar literalmente la metáfora de Marx según la cual el capitalismo es una entidad vampírica. Siempre necesita alguna clase de “productividad natural” prerreflexiva (talentos en distintas áreas del arte, inventores en la ciencia, etc.) para alimentar su propia sangre, y así reproducirse a sí mismo. Pero cuando el círculo se cierra, cuando la reflexividad se vuelve completamente universal, es el sistema entero el que está amenazado.

Autor: Slavoj Zizek
Fuente: página12