Julio Cotler: “Áncash es la manifestación del peligro que existe en el Perú”

Presentar a Julio Cotler es casi un ejercicio ocioso. Son de sobra conocidos sus méritos intelectuales, académicos. Además, es una persona de profundas convicciones democráticas. Dos ejemplos: partió expulsado a México durante el velasquismo por cuestionar la pretensión militar de llevar adelante la democratización de la sociedad por la  vía autoritaria, y ha sido –siempre– un feroz crítico del fujimorismo, expresión política que, asegura, va en contra de sus principios. Niega ser un pesimista. Prefiere definirse a sí mismo como alguien realista. En la siguiente entrevista habla de la violencia en Áncash, de Ollanta Humala, de Nadine Heredia, de las nuevas tecnologías, de sus yerros, de sus años mozos de estudiante en San Marcos. Vale la pena leerlo, como siempre. 

En el prefacio de la nueva edición de “Clases, Estado y Nación en el Perú” usted cita al español Manuel Azaña: “cuando el Estado desaparece, aparecen las tribus”. Como que la frase define un poco lo que vemos que ocurre en Áncash, ¿no?  

Es eso. Digámoslo así: nunca tuvimos un Estado fuerte. En las últimas décadas hemos tenido todo un proceso de movilidad geográfica, asociada con una movilidad social, con luchas permanentes. Y Chimbote siempre fue una ciudad caótica, con extorsión. Una ciudad en la que grupos fácticos desarrollaban poder, como en toda ciudad-puerto. Encima, el gobierno de Áncash tiene los ingresos que tiene y no hay control estatal. Y mire el Vraem, Puno, Tumbes. La otra vez me contaban que los exterrucos en las alturas de Ayacucho están dominando terrenos a la fuerza, haciendo justicia por su propio lado. Estado significa capacidad de regular, de controlar y de hacer que la gente respete las normas y se convenza de la necesidad de respetarlas. Conseguir la legitimidad no es algo tan fácil.
 
¿Es Áncash un reflejo del fracaso del Estado peruano? 

Para que algo fracase, significa que en determinado momento estuvo bien. No, la palabra que usa no me gusta. Áncash es la manifestación del peligro que existe en el Perú. El Estado central está inhabilitado para ejercer el poder que debería tener. El poder en el Perú no está centralizado, nunca lo estuvo.

¿Es un poder muy disperso? 

Muy delegado a poderes locales. El Perú es central en las decisiones del gobierno, no en la capacidad de ejecutar esas decisiones. Se habla de la descentralización. Yo siempre pregunto, ¿qué cosa vas a descentralizar si no estás centralizado? Y eso es lo que ha sucedido: se le ha dado poderes a las regiones sin que haya élites regionales, o capacidad en esas regiones para ejecutar decisiones. Y ocurre lo que ocurre. El Perú es un país que necesita un Estado central fuerte, en el buen sentido de la palabra, para que se le reconozcan sus atribuciones. Mire cómo maneja la gente en Lima. No se tienen por qué hacer juicios muy abstractos. Mientras la gente no interiorice normas, se pueden poner los policías y las papeletas que usted quiera, y no se va a solucionar.  

En ese mismo prefacio, usted señala que si no se resuelven la debilidad estatal, la capacidad institucional para atender demandas y la frivolidad e improvisación de la clase política, se pueden terminar “desgarrando los tejidos sociales que dan sentido de pertenencia y referencia a los peruanos”. Es una premonición tremenda.

La historia es lo que es y sin embargo tomamos café y salimos a la calle con un cierto grado de seguridad. Mal que bien las cosas continúan. Eso es lo sorprendente. En el año 81 le hacía una entrevista a Nick Asheshov (periodista) y yo le preguntaba por el Perú y él me decía que era una maravilla, porque haces ‘click’ y se prende la luz, o abres el caño y sale agua. Hoy en día puedes decir exactamente lo mismo. Yo, a estas alturas de mi vida, pienso que de repente tenemos referencias normativas muy elevadas, ¿no? Quisiéramos ser Chile, los peruanos vivimos pensando en por qué no somos como Chile.

Obsesionados, ¿no?

Claro, es un poco como preguntarse por qué no somos ingleses. Sin embargo, la historia da cuenta de la lentitud de los procesos sociales, de las formaciones institucionales, y si hay algo definitivo es que las instituciones, para asentarse, requieren tiempo.

Pero ya llevamos un buen tiempo como país.

Bueno, pero las transformaciones que el Perú viene sufriendo en los últimos años son inenarrables. Son transformaciones súbitas, abruptas. Un ejemplo: en el año 59 había 18 mil estudiantes universitarios, al final de los sesenta eran medio millón. Mire esa violencia en los cambios.  Ahora, otra cosa: sí hay sicarios y todo eso, aunque tampoco es como para decir que ya estamos dominados como en Michoacán o Tamaulipas. La percepción de los peruanos es que estamos en una situación peor que en México, Brasil, Argentina o Venezuela.

En “Clases, Estado y Nación” usted dice que una de las causas por las que no somos un estado-nación es por los rezagos de la sociedad colonial. ¿Percibe esos rezagos en la actualidad?

A ver, obviamente que en el Perú hay racismo, como en todas partes del mundo, pero hoy no es dable expresar ese racismo porque sería algo muy criticado. No quiero decir que no haya comportamientos racistas, pero son vergonzantes. Del otro lado, una serie de procesos dan cuenta de la movilidad de representantes de los grupos discriminados.  Queda mucho, desde luego, pero hay mucho que ha cambiado.

¿Para bien?

Desde luego, y eso desde que te encuentras con cerca de un millón de estudiantes universitarios.

¿Ha moderado su pesimismo, o me equivoco?

No es que lo haya moderado. No soy pesimista. Esa es una de las cosas que me cargan. Yo soy realista y por eso me dicen pesimista. Por ejemplo, decir que la economía anda muy bien cuando el 80% de los jóvenes es informal, eso es algo que no lo entiendo. ¿Cómo se puede decir que anda bien la economía?

¿Porque crece el PBI?

Ojo, en la medida en que crezca más el producto y haya menos posibilidad de acceder al sector formal, la crisis social se va a agudizar. ¿Cómo va a desembocar ello? No creo que en formas tranquilas, necesariamente. Perú es uno de los países del mundo con un sector informal más grande. En América Latina solo Paraguay y El Salvador están en iguales condiciones. Y por el otro lado, me hablan de este famoso “emprendedurismo”…

Claro, el que se la juega sola y trata de salir adelante.

Es gente que vive de cachuelos, o de formas muy marginales. ¿Hasta dónde la gente puede tolerar eso, sobre todo en situaciones de cambio y crecimiento? Piense en La Parada. Su cierre significó que cientos de personas perdieran sus puestos de trabajos, desde la señora que vendía camote frito, hasta el portero y el cargador. No se trata de moderar el crecimiento, se trata de analizar los riesgos.

Si tuviéramos un crecimiento económico que mejorara las condiciones generales, con un Estado que más o menos pudiera regular y controlar, uno estaría algo tranquilo. ¿Pero acá? Uno no puede estarlo.

El Estado primero es seguridad. El Estado que no garantiza la seguridad, no es tal.

En una entrevista que le hace Martín Tanaka, antes de la segunda vuelta del 2011, usted dice que de ganar Humala “tendría muchas dificultades  para ejercer un poder muy fuerte, porque ni él es político ni tiene equipo político”. ¿Sigue pensando igual?

 Más o menos, sí.

 ¿Humala no tiene poder?

No, claro que tiene poder, pero es muy restringido. En general todos los presidentes en el Perú tienen poderes muy restringidos. ¿En dónde funcionan bien las cosas en el Perú? En el Ministerio de Economía y Finanzas, en la Superintendencia de Bancos. ¿Pero dónde funciona mal? En sectores como salud, educación.

¿En los sectores donde se necesita hacer política?

Exacto. Cuando hablo de equipo, no hablo de uno de técnicos. Hablo de un equipo que trabaje colectivamente para lograr determinados propósitos.

¿Humala todavía no aprende a hacer política?

Debe haber aprendido algo, no sé si lo necesario. ¿Alguna vez habla con los congresistas de su partido? ¿Se pone de acuerdo con ellos en alguna plataforma de propuestas? ¿Existe el Partido Nacionalista, o solo existe Nadine representándolo? Si no existen partidos, colectividades políticas, es muy difícil gobernar democráticamente.

Ya que la menciona. ¿Qué le sugiere Nadine? ¿Cree que tiene la influencia que se le atribuye?

 Debe tener mucha influencia en las decisiones que se toman, en la elección de personas. Sí, no me sorprendería y no tendría por qué llamar a sorpresa. Se escandalizan mucho acá de que Nadine tenga un poder informal, en un país en donde la informalidad está generalizada. ¿Por qué tanto escándalo? Claro, no debería ser tan…

¿Obvia?

Sí, obvia. Pero ese creo que ya es un problema de personalidades.

En la misma entrevista con Tanaka, usted dice que se “acabó el ciclo histórico de los partidos más antiguos del Perú”.  ¿A qué se refiere?

Mire, los partidos políticos tradicionales estuvieron formados durante el periodo oligárquico, y eso se acabó. Velasco les cortó el piso. Con Twitter, Facebook, la forma en que se desarrollan los liderazgos es totalmente diferente. Uno ya no tiene que ir al local partidario para conocer la línea política.

Basta leer el Twitter de Alan García, digamos.

Es que estamos en otro tipo de sociedad, en otro tipo de organización social, con otras demandas. ¿Para qué usted va a leer a estas alturas a Haya de la Torre?

¿Por curiosidad histórica?

Ah, claro, pero esos planteamientos de los años veinte o treinta ya no tienen vigencia en el momento actual. Por eso, ese ciclo de vida ya se terminó. Y no tiene nada de particular, ¿eh? No he hecho ninguna declaración de muerte.

Causó algo de revuelo aquella comparación que hizo de García con Alberto Fujimori y Abimael Guzmán.

  Una declaración esperpéntica. Demasiado…

¿Se arrepiente?

No, pero han hecho tanta bulla con eso. Pero sí pues, estos individuos declararon la muerte a una sociedad y ahora hay una recomposición que va a durar no sé cuánto. Ya no estaré para verla, seguramente.

Usted es un severo crítico del fujimorismo. ¿Se vería votando por Keiko en alguna situación?

 No. Significaría traicionarme en muchas cosas, traicionar la visión que tengo del país, de lo que quiero para el Perú. El fujimorismo y el montesinismo me resultan, no quiero decir repugnantes, sí lo más contrario a mis principios. ¿Qué es Áncash? La 'centralita', compra de diarios. Montesinos, pues. 

 Hace un tiempo le escuché decir que en el Perú no se puede decir lo que ocurrirá ni en diez días.

Es así.

Sin embargo, a usted lo buscan como predictor de acontecimientos. Es un riesgo, ¿no? Recuerdo que predijo que a la segunda vuelta del 2011 pasarían PPK y Alejandro Toledo. No pasó ni uno de los dos.

 ¿Le molesta que le soliciten este tipo de predicciones?

Sí. Porque acá es posible que en 24 horas aparezca un candidato y arrase con todo. Y entonces uno queda en ridículo. Y yo quedé en ridículo, por supuesto. Se acabó la historia. No asumí lo que yo vengo diciendo: que el Perú es impredecible. A veces a uno se le suelta la lengua, irresponsablemente.

 Bueno, no solamente a usted. Todos opinamos.

Ese es otro cambio. De repente, sin saberlo, en las redes un fulano puede tener más influencia de la que yo o cualquiera de los supuestos gurús pudiera tener. De hecho, a mí me cuentan de gente con miles de seguidores en Twitter o blogs, mucho más influyentes que quienes escribimos. ¿De qué manera el mundo del Twitter tiene más influencia que el mundo académico?

¿Le preocupa eso?

Bueno, eso pasa en todas partes del mundo. Se habla mucho de la crisis de los intelectuales. Esa es la nueva sociedad que se está creando. Con las nuevas tecnologías de información o de aprendizaje, uno se pregunta si de aquí a diez años subsistirán o tendrán alguna función las universidades.

“PANIAGUA ES UN POLÍTICO AL QUE RESCATARÍA, UN REPUBLICANO”

Los peruanos solemos referirnos en muy malos términos de nuestros políticos. ¿Nunca se ha puesto a pensar en que quizás alguno, contemporáneo, no ha sido lo suficientemente reconocido?

Hay una primera cosa ahí. Un ministro alemán decía que si uno quiere recoger aplausos, entonces la solución infalible es hablar mal de los políticos. Toda la vida se habla mal de los políticos por razones muy obvias, entre ellas porque se apropian de una representación que no siempre se les concede. No es un rol muy feliz, que digamos, ¿cierto? Ahora, sobre su pregunta…  (piensa).

¿No hay?

No, no quiero decir eso. Estoy pensando. Si me remito al ideal, diría que ninguno.

¿Es una pregunta complicada?

Es una pregunta muy complicada. Mire, Valentín Paniagua fue quien estuvo lo más cercano a mi…

 ¿Ideal?

No ideal, pero sí es alguien que merecía respeto, aunque no tuvo la decisión de hacer un par de cosas fundamentales.

¿Cuáles?

Para empezar, quedarse un par de años.

Bueno, el suyo era un gobierno de transición.

Y tampoco hizo la suficiente depuración. Claro, él era una persona muy respetuosa de las leyes, de los procedimientos, y prefirió dejar el campo libre para los que siguieran. Digamos que Paniagua es alguien a quien yo rescataría, un republicano.

Y qué mal que le pagamos en la campaña del 2006.

Por supuesto, es que estamos en el Perú, ¿cierto?

¿Piensa seguir votando en las elecciones que vengan? La ley ya no lo obliga.

Hasta ahora he votado. Dependerá de cómo se presente la situación. Lo que pasa es que mi mujer me arrastra para que vaya a votar. Ella es una militante ciudadana.

Leí declaraciones suyas recordando con nostalgia su pasado escolar. ¿Lo marcó mucho?

Nostalgia, no. Con mucho reconocimiento. En el colegio  aprendí a respetar opiniones diferentes, había un nivel de tolerancia de parte de los profesores impresionante. Mi grupo de amigos en cuarto y quinto de media era formidable. Y en la universidad, lo mismo. Yo no recuerdo tanto los cursos o los profesores. Recuerdo más el patio de letras (en San Marcos), o el café Palermo.

Autor: Enrique Patriau

LUIS HERNANDEZ O UNA ELEGIA A LA SOLEDAD

Una parte de mí quiere escribir, / Otra quiere teorizar /O esculpir/ enseñar, /Si me forzara a un rol / decidiendo hacer sólo una cosa en mi vida, / mataría extensas partes de mi ser.

Luis Hernández Camarero (Lima 1941-Buenos Aires 1977), médico de profesión y poeta por destino, es uno de los más originales que ha dado la literatura peruana. Poeta lúdico, musical y aún hoy joven, dio inicio al radical proceso de transformación de nuestra poesía (tanto en formas, contenidos, y estructuras) que significó la generación del 60. Lucho Hernández, el médico alucinado, políglota y solitario que escribía con plumones de colores en cuadernos escolares y que después regalaba a quien tuviera más cerca, desde el mecánico de su auto, hasta los policías que custodiaban entonces las calles.

Mucho se ha hablado de su condición de solitario y muy poco de los orígenes de su ostracismo. Lucho Hernández, sin embargo, no construyó su condición de marginal. Ella fue producto de una sensibilidad distinta, que no pudo afincarse en los territorios de lo establecido. Su inolvidable personalidad logró trascender su impecable soledad y marcó definitivamente la vida de muchas personas, a las cuales iluminó en cierta forma con sus palabras y sus actos; y sobretodo, mostró el camino hacia la poesía, hacia la posibilidad de entenderla y amarla como él lo hizo. Después de su temprana desaparición, la figura de Luis Hernández ha ido creciendo hasta elevarse casi a la categoría de mito literario. Algunos datos biográficos:

Luis Hernández nació en Lima el 18 de diciembre de 1941 y moriría en las afueras de Buenos Aires el 3 de octubre de 1977. El hogar de la familia quedaba en Jesús María, en la calle 6 de Agosto; típica casa de barrio y punto de reunión obligado de amigos de todas las edades. De esa vida en familia y amistades quedan muchos testimonios entrañables.

Era un niño dotado, de gran inteligencia. Tuvo una educación especial y era muy talentoso. Tocaba la flauta, el violín, y se sabía el ABC de la música clásica. Lector precoz y voraz, omnívoro en todo el sentido de la palabra; a los 8 años sufre una enfermedad que lo obliga a permanecer en cama por dos meses y medio. Lucho leyó muchísimo entonces, sobre todo mitología griega. Sus estudios escolares los hizo en La Salle. A fines de los cincuenta, entra en La Católica a estudiar Psicología; luego viajaría a Alemania por un año. A su vuelta, decide entrar en la Facultad de Medicina de San Marcos (como sus hermanos Max y Carlos) y allí estudiará entre el 1966 y el 1971. En el Boletín del Centro de Estudiantes de Medicina de San Fernando publicó algunos poemas, que los entregaba escritos a mano en pedazos de papel.

A principios del 70 vuelve a sufrir una enfermedad que lo mantendrá recluido varios meses. De esta reclusión nacerá el proyecto de los Cuadernos y la forma en que se desprendería de ellos. Existe una actitud bastante peculiar ante la Medicina como profesión y en particular respecto a los pacientes. Pondría su consultorio privado en Breña (en casa de su amigo, el actor Reynaldo Arenas) y atendería, como médico de barrio, en Jesús María. El poeta Luis La Hoz recuerda: "Su llantas, el estetoscopio colgado de un clavo. Amaba la Medicina, a veces no recetaba nada a sus pacientes, sólo conversaba con ellos..."

En 1971 ya no se sentía bien, tenía una dolencia física y psíquica. Tomaba constantemente analgésicos por una lesión en la espalda, asimismo al parecer sufría de una úlcera duodenal no bien diagnosticada ni tratada. Con el tiempo estos males habrían de recrudecer y asimismo el ánimo del poeta, quien se transforma de un ser "lleno de vida" en una persona distante aún para sus propios amigos. "Fue entonces que lo encontré llorando muchas veces –recuerda Arenas-. Yo le preguntaba qué tenía y su respuesta era 'mucho dolor'. Pero pienso que su dolor no era físico, era un dolor universal, provocado por sus reflexiones sobre lo absurdo de la condición humana". A medida que se acercaba su muerte, se fue volviendo más silencioso. A fines del verano de 1977 viajará a Buenos Aires para ser internado en la Clínica García Badaraco. Sobre las últimas semanas de su vida se sabe muy poco, salvo la mención de "cartas devastadoras" recibidas por su compañera Betty Adler, el amor de toda su vida.

El 3 de octubre de ese año, se suicidó arrojándose a un tren en plena marcha, en las afueras de Buenos Aires. La dispersión con que condenó a sus poemas y a su propio cuerpo sugiere una reflexión. Escribió alguna vez Octavio Paz que la vida de un escritor hay que buscarla en su obra. Nada define mejor la existencia y la poesía -inseparables- de Luis Hernández.

CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE SU OBRA
En vida, Hernández sólo autorizó la publicación de tres colecciones: Orilla (1961), Charlie Melnik (1962), y Las Constelaciones (1965). El resto de su obra, él mismo se encargó de dispersarla a través de los Cuadernos que regalaba según la libertad de sus afectos, sus estados de ánimo, y las circunstancias. Estos cuadernos inéditos (cuyo número completo tal vez nunca se sepa) representan OTRA obra de Hernández, llena de dibujos, variadas caligrafías en colores, recortes de diarios, partituras musicales. Escribió en seis idiomas, considerando el latín y el griego. Plagió abiertamente, y lo declaró.

Lucho Hernández dejó, pues, su alegría y su libertad. Las dejó a sus amigos y a los demás, porque creía que: "La poesía/ Es entregar al Universo/ El propio corazón/ Sin desgarrarse" (Ars poética). Debe destacarse que varias veces repetía versos, o mejor dicho, los utilizaba para a partir de ellos crear otros textos, porque -como él mismo decía- "la poesía en un arte continuo". Un arte en constante devenir. El poeta de línea una imagen que alcanzará su verdadero rostro, completando su misterio, en sus Cuadernos. Es el héroe citadino y solitario que acarrea el dolor de los demás mediante la transfiguración de sus angustias. Tendrá, pues, varios nombres: Apolo Citaredo, Billy the Kid, Shelley Alvarez, Gran Jefe Un-Lado-del-Cielo, pero todos, serán, a fin de cuentas, la viva metáfora de su autor y también su propia compañía.

La obra de Hernández ha continuado creciendo después de su muerte. En la actualidad se han encontrado 52 Cuadernos (un número aproximado sería 70), constatándose que hay un buen número de textos inéditos y algunas ingeniosas variaciones, propias del espíritu lúdico del poeta, quien cierta vez dijo: "Creo en el plagio/ Y con el plagio creo". Y también se plagió a sí mismo. En Hernández, como en ningún otro poeta de la generación del 60, podemos asistir al taller mismo de la escritura. Los Cuadernos son, en última instancia, un Diario que, además de dar cuenta de su creación poética, su proceso interno, su debate con el lenguaje y la representación, se refiere también a la creación en un sentido más amplio. Sabido es que él mostraba -a la vez que sus productos terminados- su telar".

Si evitar el dolor es la meta y más alto es perdonar, el poeta, un "médico de pobres", usa la poesía como forma de evitar el dolor, como cura, como terapia poética. Los Cuadernos podrían ser como recetas médicas, algo así como "lea poesía y cúrese"

Los Cuadernos como hostias de las que se desprende el poeta. Pero que a su vez equivale a un desprendimiento de la propia persona. Luis Hernández tenía clara conciencia de que al entregar estos cuadernos a distintas personas, él dejaba una parte de sí en los demás, y al mismo tiempo, se desprendía de la vida. Hay una lectura de Hernández que se puede hacer un poco superficialmente. Hay muchos poemas que son juguetones, ágiles, graciosos, irónicos, que tienen lenguaje coloquial. Pero debajo de esta aparente sencillez, uno descubre que Hernández tiene una inteligencia poética increíble. Su mundo está lleno de distintos sentidos poéticos, religiosos, filosóficos, que están ensamblados en sus versos de manera natural. En su obra, tanto como en su vida, destacan tres elementos esenciales: el agua, el tránsito, y la niñez.

El primero, nos lleva inevitablemente a una imagen que Hernández utiliza en la mayoría de sus poemas: el mar. Pero no independiente de la propia naturaleza del poeta, sino en comunión con el mismo, al extremo de constituir una unidad, un cuerpo, una sola vida. “El agua sube ya,/cubriendo/ los días/ y las horas;/ de mí/ ya sólo queda/ el mar, triste, apagado"... "He cubierto en el mar/ el vacío/ entre estrella y estrella/ creyéndolas más/ mas la noche muere/ y estoy tan solo/ como antes" (Orilla). Y evidentemente, mar es agua, líquido, movimiento; pero también es soledad, grandeza, misterio: Y así fue también Lucho Hernández. El poeta decidió por el mar, probablemente por esa razón: porque al mar se parecía. Y como el mar, no se detuvo. "Una forma de vivir/ Es vivir/ Sin detenerse" -escribió- con lo cual alude al otro elemento: el tránsito. Hernández, como Eguren y Oquendo de Amat -quienes componían sus versos mientras caminaban-, fue un gran caminante. Nunca dejaba de crear. Y además, como el mar jugó también a visitar las playas de la realidad, a la que lúcidamente comprendía; pero cuyas acechanzas herían su inevitable sensibilidad. Entonces, conservando en parte la inocencia de un niño (tercer elemento) y añadiéndole la ironía, propia de su implacable visión del mundo, optó precisamente por el juego; y se rió de los formalismos y las falsedades de su época, como por ejemplo en estos versos: "Si Jorge Chávez no ha muerto, y/ Vive en el corazón de los peruanos./ ¿En el corazón de quién/ Vivimos los peruanos?".

Por otro lado, amó mucho, mucho. Recordemos: "Habiendo robado/ Lluvia de tu jardín/ Y tocado tu cuerpo/ Me duermo/ No se culpe a nadie/ De mi sueño". Y en la seriedad de ciertos juegos, volvió a jugar; valiéndose incluso de ciertos signos matemáticos, como el siguiente para mostrar su ingenio y su emoción:

"Te amo / -1 / Eres un amor / Irracional". Y siguió jugando, hasta que un día -el tres de octubre de 1977, en Buenos Aires- quiso dejar de jugar, y tal vez, cansado, se arrojó implacablemente a las ruedas de un tren.

Luis Hernández es un gran poeta, uno de los grandes de nuestra tradición del siglo XX, pero acaso el más secreto e inasible. Volvamos, pues, a su obra. Pernoctaremos en las esferas que tanto quehacer le dieron a Luis, Luchito, Luisito, el herido por la espalda, el sonriente y solidario amigo de tierna y frágil existencia.

Autor: Felipe Lindo Perez .
Fuente: UNMSM

REFLEXIONES SOBRE LAS REVOLUCIONES INTERRUMPIDAS*

por Florestan Fernandes**
Cuadernos del Pensamiento

PRESENTACIÓN

EL TEMA DE LAS REVOLUCIONES que son “paralizadas” o “frustradas” volvió a estar a la orden del día. Historiadores y sociólogos retoman el hilo de una reflexión cuyas raíces se encuentran en el siglo pasado (s. XIX), aunque las explicaciones sean otras y, a veces, combinen la inquietud política, la insatisfacción social y el refinamiento teórico –como sucede con los aportes de Orlando Fals Borda1, que a lo largo de su carrera viene enfocando el tema de varias maneras, en términos de la evolución histórica de Colombia o de la situación global de América Latina. […]

En esta breve incursión, no pretendo realizar un balance bibliográfico ni tampoco marcar lo que se logró descubrir, en varios países de América Latina, a través de la “investigación científica comprometida”. Es sorprendente cuánto se avanzó, desde fines de la década del cuarenta en adelante, en una obra consistente de revisión de la explicación en la historia, que no se “unificó” a la luz de una teoría pero que llevó a resultados francamente convergentes y reforzó considerablemente una línea de trabajo intelectual cuyos grandes pioneros fueron José Carlos Mariátegui, Caio Prado Júnior y Sergio Bagú. Mi objetivo es más limitado. El mismo consiste en indagar hasta dónde podría llegar la transformación capitalista en países que no han roto por completo con las formas coloniales de explotación del trabajo y en los que las clases dominantes se han vuelto burguesas a través y detrás del desarrollo del capitalismo. En la lucha interna por la sumisión de las clases subalternas –que no eran propiamente clases, sino estamentos y castas– éstas luchaban por convertir formas coloniales de propiedad en formas capitalistas de propiedad y de apropiación social. Su éxito engendró una transformación capitalista peculiar, que no puede ser esclarecida en función de la disgregación del mundo feudal en Europa. La historia no se “repitió” porque no había razón para que se repitiera. Se trataba de otra historia, la historia del capitalismo en los países de origen colonial. […]

EL PROBLEMA DE LA DESCOLONIZACIÓN

La orientación predominante en las clases privilegiadas de América Latina consiste en confundir la disgregación del antiguo régimen colonial con la descolonización como proceso histórico-social. De esta manera, se procede a una mistificación que se desenvuelve, en mayor o menor grado, en todos los países, pero que, principalmente, se manifiesta de manera acentuada en los diversos países que aún se encuentran en el período de transición neocolonial. El desengaño se ha llevado a cabo, en términos científicos, a través de la teoría del colonialismo interno; en el plano de la lucha de clases y de la oposición política articulada, la misma aparece bajo las banderas del combate al “feudalismo”, a las estructuras arcaicas de producción y, sobre todo, del antiimperialismo. ¡Algo es mejor que nada! Sin embargo, la teoría del colonialismo interno les concede a las clases dominantes una ventaja estratégica: ella descuida por demás la necesidad de una investigación rigurosa de las formas de estratificación enlazada al capitalismo neocolonial y al capitalismo dependiente; y coloca a la lucha de clases propiamente dicha en un segundo plano, concentrando el impacto sobre los efectos constructivos del cambio social espontáneo, del desarrollismo y, en particular, de la secularización y de la racionalización inherentes a la expansión del urbanismo y del industrialismo. Por lo tanto, en aquello en lo que se presenta como una teoría crítica, la misma se polariza como una manifestación intelectual del radicalismo burgués y del nacionalismo reformista. El combate político a los remanentes feudales o al feudalismo persistente y al imperialismo tiene un carácter de ruptura más pronunciado. De hecho, el mismo se vincula con un intento de las vanguardias de izquierda por informarse acerca de la dinamización de las transformaciones dentro del orden relacionadas con la revolución burguesa (esas transformaciones fueron descritas en Europa como “revoluciones” y son las que marcan el avance de la revolución burguesa: la revolución agraria, la revolución urbana, la revolución industrial, la revolución nacional y la revolución democrática). En términos tácticos, el intento se detiene en el nivel de los conflictos en el seno de las clases dominantes: poner a las facciones de la burguesía estructuradas en la producción latifundista y en el sector de la exportación o insertas en la dominación externa, en contra de las facciones estructuradas en la expansión del mercado interno y de la industria. En consecuencia, ésta no contribuye a adecuar la teoría de las clases sociales y de la lucha de clases a las condiciones concretas de los países en situación neocolonial o de capitalismo dependiente; y contribuye muy mal con el planteo de las reivindicaciones de los trabajadores del campo y de la ciudad en un lenguaje específicamente socialista y revolucionario. Por lo tanto, también desembocó en la órbita del reformismo burgués, aunque no se pueda subestimar su importancia en cuanto a la movilización política de sectores de la población pobre y trabajadora sistemáticamente excluidos de la cultura cívica y de la sociedad civil, así como en cuanto a la impregnación nacionalista y radical-democrática de algunos sectores de las clases medias o incluso de las clases altas.

Lo que es grave es que el problema de la descolonización no fue y continúa no siendo planteado como y en tanto tal. El mismo es diluido y desintegrado como si no existiera y, sustantivamente, como si lo que importara fueran sólo las debilidades congénitas del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente. Sombart demostró que el capitalismo puede transformarse, agotando épocas bien marcadas, manteniendo no obstante espacio histórico y económico para la supervivencia y la revitalización de formas superadas de producción y de intercambio. Se podría pensar, desde los países centrales, que éstos serían “nichos” de formas arcaicas u obsoletas de capitalismo, funcionales a los arreglos modernos y más avanzados del desarrollo capitalista. Este razonamiento no se aplica del mismo modo a la periferia, principalmente a los países que se encuentran en situaciones neocoloniales específicas o a los que, estando en situaciones de capitalismo dependiente, no reciben de las economías centrales fuertes dinamismos de crecimiento económico o no pueden compatibilizar tales dinamismos con el crecimiento del mercado interno. Aquí, la descolonización constituye una categoría histórica enmascarada por la dominación burguesa (tanto la nacional, como la imperialista: ambas poseen intereses convergentes en crear ilusiones o mitos sociales). En lugar de un ataque abstracto al colonialismo interno, a los elementos feudales parciales o globales y al imperialismo, convenía darle énfasis a la descolonización que no se realiza (ni puede realizarse) dentro del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente. He aquí el quid de la cuestión. Llevar la descolonización hasta sus últimas consecuencias es una bandera de lucha análoga a la revolución nacional y a la revolución democrática –y esa reivindicación debería se hecha en términos socialistas, aunque con vistas a la “aceleración de la revolución burguesa”. Parece evidente que la descolonización no puede ser contenida en esos límites y que, en la acción práctica, en lugar de acelerar la revolución burguesa, ésta fomenta la “desestabilización” y la evolución de situaciones revolucionarias hasta puntos críticos. A pesar de todo, en la periferia el socialismo posee esa función de calibrar los dinamismos revolucionarios del orden existente por los problemas y dilemas sociales que las burguesías no intentaron enfrentar y resolver, por no ser de su interés de clase en las formas de desarrollo capitalista inherentes al semicolonialismo y a la dependencia.

El punto crucial de la cuestión, en lo que se refiere a los países en los cuales la vanguardia interna de la lucha contra el colonialismo era reclutada en los estratos más privilegiados de los estamentos dominantes, viene a ser que estos estamentos y sus élites no tenían ningún interés en revolucionar las estructuras sociales y económicas vigentes –y, en cuanto a las estructuras legales y políticas, sólo querían modificarlas revolucionariamente de forma localizada: la independencia frente a la metrópolis, por un lado, y la plenitud política de su hegemonía social en el plano interno, por el otro. […]

LOS LÍMITES DE LA “TRANSFORMACIÓN CAPITALISTA”

Durante mucho tiempo prevaleció la idea de que el desarrollo capitalista podía producir resultados similares en cualquier parte, dependiendo del “período” en el que se encontrara y de su “potencialidad de maduración” o de alcanzar una “forma pura”. Esta ilusión podría ser mantenida incuestionablemente en algunos países de Europa y fue ampliamente compartida en los Estados Unidos; su difusión formó parte del proceso de colonización, de transferencia de la ideología dominante en las naciones capitalistas hegemónicas, y se fortaleció con el crecimiento controlado desde afuera de la modernización. […]

El dilema económico de América Latina consiste en que esa óptica burguesa no cuestiona históricamente la forma del desarrollo capitalista, sino que se mira hacia el modelo vigente en determinado momento del desarrollo capitalista (o hacia un modelo idealizado, a través del cual ciertas burguesías lograron su arranque industrial y la constitución de una sociedad de clases capaz de contener y regular el antagonismo central entre el capital y el trabajo). Ahora bien, la forma del desarrollo permitiría cuestionar lo que ya List había descubierto: el país o los países más fuertes tendrían un control del mercado mundial y ventajas crecientes en la acumulación capitalista. Los países que no pretendieran someterse a controles externos coloniales y semicoloniales o que quisieran escapar a una dependencia económica ruinosa tendrían que luchar por su autonomía de desarrollo capitalista. Por su parte, los modelos de desarrollo podían ser compartidos con las economías periféricas. En realidad, para que la colonización se realizara o para que la situación neocolonial y la situación de dependencia produjeran frutos, resultaba imperioso compartir el modelo, por lo menos en la medida y en los límites en que las economías coloniales, neocoloniales y dependientes tendrían que encajarse en las estructuras y en los dinamismos económicos del centro o de los centros dominantes. Ello no significaba que, en determinado momento, alcanzarían el desarrollo de dichos centros, lo igualarían y lo superarían. Porque, en las situaciones coloniales, neocoloniales y de dependencia, esto era imposible (y hasta el día de hoy, según Baran, sólo sucedió en los Estados Unidos y en Japón, y por motivos que no son intrínsecos a estas situaciones y tienen que ver con la ruptura política contra ellas y su disgregación deliberada, como parte del “cálculo económico racional” y de la “razón política nacional independiente”). Lo que ocurrió en América Latina, a escala universal, fue que los estamentos dominantes y privilegiados prefirieron optar por la línea más fácil de sus intereses y ventajas, dándoles prioridad total a las soluciones económicas montadas en el período colonial, con todas sus aberraciones. […]

Esto significa que el dilema económico expresado a través del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente no fue un simple producto de las corrientes de la historia moderna. Los países europeos (y, más tarde, los Estados Unidos) no impusieron nada que fuera inevitable. Las fuerzas movilizadas para luchar contra las dos metrópolis fueron desmovilizadas por los sectores civiles y militares. Esto comenzó a preocupar a aquellas élites, de manera sustancial, fue como impedir que la herencia colonial se disgregara, se escabullera entre sus dedos. No se podrá decir que tal opción tendría valor y vigencia para siempre. Sin embargo, hoy en día, bajo el capitalismo monopolista e imperialista, está claro que el desarrollo capitalista no ofrecerá, por sí mismo, nuevas alternativas a las naciones latinoamericanas que se encuentran en situación neocolonial o en situación de dependencia. Ellas podrán pasar por los períodos de las economías centrales –y esto está ocurriendo en las principales economías y sociedades de la región– pero esos períodos no podrán reproducir los mismos efectos, porque el contexto histórico, la estructura de la economía, de la sociedad y del Estado, son diversos bajo la forma neocolonial o dependiente de desarrollo capitalista. México, la Argentina, el Brasil, el Uruguay y Chile, sin hablar de los países que no rompieron las barreras neocoloniales hasta hoy, por ejemplo, indican claramente todo eso. Cuando la presión de abajo hacia arriba se intensificó de modo revolucionario prematuramente, la misma fue aniquilada, aplastada y sirvió de pretexto para modalidades políticas de autodefensa de la burguesía que recuerdan la autocracia y el despotismo. Por otro lado, en la medida en que el período de la formación del proletariado alcanzó mayor madurez y trató de organizarse para desarrollarse como clase independiente, el proceso fue contenido, interrumpido o interceptado por la violencia organizada. En consecuencia, las fuerzas sociales, que podrían funcionar como contrapeso y poner en la escena histórica el problema de la forma del desarrollo capitalista, ni siquiera han podido hacerlo. Las tenazas de la historia son cerradas por las manos de los hombres: los hombres que están en el poder, dentro de las empresas, de las instituciones sociales y del Estado, y que no ven otra cosa a no ser lo que pueden extraer del botín, aliados con socios de varias categorías sociales de adentro y de afuera. Por tal motivo, elegí el concepto de “transformación capitalista” con el cual trabaja Lukács, y puse el énfasis en los límites que aquélla sufre inevitablemente. No quiero decir con esto que la revolución burguesa haya fracasado, como piensan, incluso, algunos científicos sociales de reconocidos méritos, liberales o de izquierda. El punto más grave, que se configuró en las naciones latinoamericanas de mayor envergadura económica, demográfica y política, es que la revolución burguesa acabó definiéndose y desatándose por la cooperación con el polo externo y a través de iniciativas modernizadoras valiosas, desencadenadas por el polo externo. El Estado autocrático burgués (o, como otros lo prefieren, el Estado neocolonial o, inclusive, Estado de seguridad nacional) acabó siendo el eslabón mediador por el cual una revolución que dejó de ser hecha por decisión histórica está caminando por la senda de la modernización dirigida y autocrática y por la transformación de estructuras previamente encauzadas o esterilizadas. En realidad, en la medida en que la forma del desarrollo capitalista no fue tocada por los intereses mayores, el nuevo modelo de desarrollo capitalista tenía que conducir en esa dirección. El mismo es internacionalizante por contingencia histórica (la lucha de vida o muerte con las naciones socialistas) y por su dinamismo interno (el capitalismo de la era del imperialismo, que tiende a unificar la autodefensa y la seguridad de la empresa mundial, en la esfera de la producción, del mercado y de las finanzas). Por lo tanto, la burguesía externa sacudió la apatía y las ilusiones de progreso espontáneo que tenía la burguesía neocolonial y dependiente, y la revolución burguesa se profundizó, literalmente, como una catástrofe histórica. La periferia verdadera del capitalismo monopolista avanzado está siendo construida ahora, en nuestros días. La misma será profundamente modernizadora, provocará transformaciones, nunca antes soñadas, de la economía industrial y de la sociedad de clases. Empero, para mantener el desarrollo desigual y combinado en términos de las ventajas estratégicas de las clases burguesas, del centro y de la periferia, tendrá que despojar a la revolución burguesa de los atributos que han definido su grandeza histórica en la evolución de la civilización moderna.[…]

LAS LECCIONES DE CUBA

En estas reflexiones, Cuba nos coloca frente a tres temas fundamentales: en ese país, las orientaciones de los estamentos dominantes, en las luchas por la independencia, siguieron las líneas comunes de América Latina: allí se evidencian mejor (o de una forma en la que no fue posible que se evidenciaran en el resto de América Latina) las tendencias centrífugas de la burguesía, su incapacidad total de desplazar la “defensa del capitalismo” a favor de la descolonización completa, de la revolución democrática y de la revolución nacional; por último, el camino recorrido por Cuba demuestra que no son la pobreza, el subdesarrollo y la “apatía del pueblo” los que convierten a la miseria, a la marginación sistemática y a la exclusión política de las masas en precondiciones del “desarrollo económico”, sino la explotación capitalista dual, por la cual las clases dominantes internas y las naciones más poderosas de la tierra se asocian en un brutal latrocinio sin fin. Quienes quieran conocer otros aspectos de la evolución revolucionaria de Cuba y de su desarrollo socialista tendrán que recurrir a un libro anterior, en el cual intenté trazar las etapas de profundización histórica de la Revolución Cubana2.
El primer aspecto posee un interés menor, pero debido al hecho de que en Cuba la página de la historia se ha dado vuelta por completo, el mismo tiene un significado didáctico “concluyente”. La posición de los estamentos dominantes en las revoluciones de 1868 y 1895 y su incapacidad de corresponder a la necesidad revolucionaria global se hacen evidentes de forma ostensiva. Ante la imposibilidad de contener la revolución en el plano político, en las dos ocasiones aquellos estamentos se desplazaron hacia posiciones contemporizadoras y, finalmente, antinacionales y reaccionarias. […]

El segundo aspecto es más importante. Se podría preguntar: dadas las nuevas condiciones del desarrollo capitalista y la transformación de los estamentos señoriales en clases burguesas, ¿la historia no habría, finalmente, cambiado de eje? ¿No les interesaría, más tarde, particularmente a las clases burguesas corresponder al interés global de las otras clases de llevar la revolución nacional hasta el fin y hasta el fondo (y, con ella, soltar a las otras revoluciones concomitantes)? Sólo en Cuba esa posibilidad histórica se delineó concretamente y sólo por esa experiencia se puede inferir también de forma concreta. Mientras les fue posible, las clases burguesas aprovecharon las oportunidades históricas, culturales y políticas del capitalismo neocolonial, quedándose con la parte más sucia en la producción del botín y del manejo de la “República mediada”. Bajo el régimen de Batista las cosas llegaron demasiado lejos y varios sectores de la burguesía se desplazaron de sus posiciones. La oportunidad alternativa de una articulación más profunda con las fuerzas revolucionarias de la Nación surgió concretamente. Parecía que, bajo el gobierno revolucionario, salido de la victoria de los guerrilleros, se consumaría ese tipo de avance. Sin embargo, el mismo no se dio. Muchos reflexionan sobre el asunto desde una perspectiva unilateral: los propios guerrilleros y la rapidez de la radicalización popular impidieron esa evolución. Ahora bien, es necesario plantear este argumento en su contexto histórico. A través de los estratos de las clases medias y altas, que encontraron la respuesta en el movimiento revolucionario, la burguesía tuvo la oportunidad pero no la aprovechó. ¿Por qué? Evidentemente, porque no es una clase revolucionaria en las condiciones históricas de América Latina, porque defiende sus intereses de clase en términos de su vinculación con el capitalismo neocolonial y con el capitalismo dependiente, siendo siquiera capaz de situarse en una posición de clase que permitiera conciliar aquellos intereses con la autonomía de la Nación, la existencia de una democracia burguesa real y la extirpación de formas subcapitalistas de explotación humana. […]

El tercer aspecto, plantea, de hecho, el problema de la revolución en el contexto histórico actual de América Latina. Es un error pensar que la burguesía puede moverse con cierta libertad a través de una posible “reforma del capitalismo”. La principal lección de Cuba es esa. Este país le muestra al resto de América Latina cuál es el camino que puede y debe ser seguido en el presente, presumiblemente en condiciones diversas y mucho más difíciles. La “revolución burguesa atrasada” posee tres polos distintos: un fuerte polo económico, financiero y tecnológico internacional; un polo burgués nacional dispuesto a correr el riesgo de la “profundización de la dependencia” y lo suficientemente audaz como para explotar esa “última vía” de la transformación capitalista en las condiciones tan deshumanas de la región; una forma absolutista de Estado burgués, tan flexible como para hablar varios lenguajes políticos y tan fuerte como para oscilar rápidamente, al calor de las circunstancias, de la dictadura militar con respaldo civil hacia la “democracia ritual” con respaldo militar. Esos tres polos tienen que relacionarse de modo mucho más complejo que aquél que se evidenció en Cuba bajo la República títere. A medida que la industrialización masiva, la modernización acelerada y el desarrollo concentrador se vayan liberando de los controles rígidos de los períodos de implementación y de maduración, sus efectos, su significado global y todo el conjunto de políticas a las que aquéllos responden tendrán que ser cuestionados. El “diálogo sordo” del diktat tendrá que ser reemplazado, a veces más rápidamente de lo que les gustaría a las clases burguesas y por sobre las posibilidades de “disuasión pacífica” del Estado, por el diálogo verdadero. Por mayor que sea la masificación de la cultura política dirigida, las clases trabajadoras se harán cargo de los canales de diálogo verdadero y el “capitalismo reformado” probará su inconsistencia básica. La perspectiva será la de una existencia dolorosa, con la República títere sujeta, de manera permanente, a varios endurecimientos sucesivos, a una escala ampliada con respecto a lo que sucedió en Cuba desde el ascenso de Machado hasta la caída de Batista. Al recurrir a cambios de carácter revolucionario, sin ser una clase revolucionaria, la burguesía acepta ese peligro extremo, mal evaluado por falta de perspectiva política. El inmediatismo es casi siempre ciego. Éste lleva al cálculo de que “quien puede más llora menos”. Pero quien “puede más” por algunos años o incluso por mucho tiempo acaba por “poder menos”. Quien no crea en ese razonamiento que observe el desastre sufrido por la burguesía cubana y por los Estados Unidos desde 1959 hasta 1962, en la veloz evolución de la Revolución Cubana. […]

Los requisitos de la acumulación capitalista (y, por lo tanto, de la aceleración del desarrollo económico y de la explotación dual) son también los requisitos de la sustitución de las clases dominantes por clases verdaderamente revolucionarias o, en otras palabras, por el advenimiento de una Revolución que no se extinguirá a nivel político. Aun aquí el paralelismo cubano es relevante. La Revolución Cubana revela la naturaleza íntima de la revolución en avance, que tiene que disgregar y destruir todo el orden preexistente hasta el fondo y hasta el fin, para echar las bases de la formación y de la evolución histórica de un nuevo patrón de civilización. Los portugueses, los españoles, sus sucesores en el condominio del Estado capitalista “oligárquico” o “autocrático” y sus poderosos aliados imperiales no podrían realizar esa misión. Modernizando, transfiriendo o innovando, ellos estaban reproduciendo el pasado en el presente, creando un futuro que no contenía una auténtica historia propia, un genuino proceso civilizador original. Éstos sólo podrían brotar tardíamente, en función del surgimiento de clases dominantes revolucionarias salidas de la masa de toda la población y representantes de toda la población.

¿QUIÉN “APROVECHA LAS CONTRADICCIONES” EN LA LUCHA DE CLASES?

El lenguaje de El manifiesto comunista es claro: en este texto no se dice que la “lucha de clases” reemplaza a los agentes ni tampoco que las “contradicciones antagónicas” destruyen, por sí mismas, el sistema capitalista de poder. Frente a una clase obrera que apenas si se estaba convirtiendo en clase en sí y estaba comenzando a utilizar la lucha de clases para lograr un desarrollo independiente frente a la burguesía, lo que adquiría importancia era la forma y el sentido de esa lucha, a dónde ésta llevaba, qué le reservaba al capitalismo y a la evolución de la humanidad. Los proletarios tenían que organizarse como clase en sí, pero el desarrollo independiente de ésta, a escala nacional, dependía tanto del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, del capitalismo, como de la vitalidad económica, social y política de la burguesía. Además, la condición proletaria, producida y reproducida por la apropiación capitalista de la riqueza generada por el trabajo, constituía un sustrato, la base material de la relación antagónica de los proletarios con los dueños del capital y con la sociedad capitalista como un todo. El fermento político revolucionario procedía de la consciencia social que los proletarios adquirieran colectivamente, de que tenían que desarrollarse como clase independiente; enfrentar, reducir y abatir la supremacía burguesa; y conquistar el poder de la burguesía. Ésta venía a ser la óptica comunista del socialismo. Ahora bien, es evidente que no se puede transferir hacia la periferia del mundo capitalista, así como así, semejante visión articulada de la lucha de clases. Ésta era el producto de una larga evolución social. Y las primeras manifestaciones de la condición revolucionaria del proletariado como clase social o bien fueron absorbidas por el orden social competitivo, ampliándose así, concomitantemente, el elemento político intrínseco a la lucha de clases, o bien fueron aplastadas sin piedad por las clases dominantes, demostrándose de esa manera hacia dónde caminaría el “terrorismo burgués”. La cuestión no sería, como se podría suponer desde una perspectiva no marxista, que el mundo capitalista de la periferia tendría que “permanecer igual”, antes que nada, al mundo capitalista “conquistador” e imperial. Esto sería, para siempre, imposible, pues la historia camina incesantemente y el capitalismo tendría que rehacerse continuamente, en sus polos centrales y más dinámicos. Por lo tanto, ¿cómo se les podría otorgar a los proletarios, dotados de baja capacidad de organización de clase y de un débil potencial de lucha de clases a escala nacional, una fuerte consciencia revolucionaria y una disposición imbatible para llevar a la práctica las tareas políticas del proletariado? A pesar de las desventajas históricas relativas, ¿podría el proletariado trascender a la burguesía, ser él mismo un factor de aceleración y profundización de la revolución burguesa, en países en los que las clases dominantes sienten poco entusiasmo por las garantías sociales y políticas inherentes a la forma más avanzada y pura de dominación burguesa, y luchar, al mismo tiempo, por una nueva transformación del orden existente, por la revolución proletaria? La respuesta a estas preguntas permitía poner en ecuación, en nuevos términos, la relación histórica entre democracia burguesa y democracia proletaria; e implantaba dentro del marxismo la convicción de que la periferia, antes de “permanecer igual” al mundo capitalista más avanzado, extraería de su atraso el factor de su avance revolucionario. Ésa es la lógica política del ¿Qué se puede hacer?
Esta condensación es demasiado sumaria. Pero la misma aclara suficientemente el punto fundamental. En primer lugar, las “contradicciones” no son sólo una construcción abstracta, sino que forman parte de relaciones sociales reales y tienen que emerger como tal en la vinculación de los proletarios con su sociedad. En segundo lugar, las “contradicciones” no impiden que el capitalismo se expanda constantemente y que el poder de la burguesía continúe creciendo, pues forma parte de la lógica íntima del capitalismo y del régimen de clases que éstos tengan que desarrollarse en esas condiciones. En tercer lugar, las “contradicciones” pasan a contar como un factor de poder real para los proletarios desde el momento en que se hace posible, para éstos, ensamblar las condiciones de constitución de la clase con las condiciones de lucha con las clases dominantes; de allí en adelante, el desarrollo del capitalismo expresa, de hecho, su naturaleza antagónica y el poder relativo del capital y del trabajo. En definitiva, las contradicciones pueden ser largamente aprovechadas por las clases dominantes y, al contrario, la existencia de una gran masa de proletarios, por sí sola, no impide que esto se mantenga como una especie de rutina. La misma violencia institucional, generada para mantener tal estado de cosas, acaba siendo instrumental, bien sea para multiplicar las ventajas relativas de las clases dominantes, inclusive en la esfera restringida de la acumulación de capital, o para atrofiar la lucha de clases y la capacidad de lucha política de los proletarios, o bien para crear orientaciones conformistas y de acomodación pasiva, por las cuales los proletarios se excluyen del uso consciente y activo de las contradicciones en su provecho colectivo (lo que es engañosamente designado, por las clases dominantes, como “apatía de las masas”). Las burguesías “débiles”, de la periferia, confrontadas simultáneamente por la dominación del capital hegemónico externa y por la presión del trabajo interna, tienden a darle la máxima importancia a la relación interdependiente entre la violencia institucional y una “posición invulnerable” en la lucha de clases, buscando, de esta manera, monopolizar en su provecho el uso deliberado de las contradicciones intrínsecas al crecimiento del capitalismo y del régimen de clases. No pretenden, con ello, “retardar la historia”, sino protegerse dentro de la “historia posible”, pues precisan calibrar el terrorismo burgués, que no inventaron, para lidiar con los accidentes fatales y los riesgos catastróficos del capitalismo salvaje. […]

En el diagnóstico sociológico del “conflicto de clases en América Latina” no es necesario llegar tan lejos… Sin embargo, un largo período de hegemonía casi total de una burguesía neocolonial o dependiente provocó que el “vagón de cola” social y político de las clases dominantes reflejase más la ideología de la burguesía hegemónica, de los países capitalistas centrales, que su propia situación de intereses de clase como proletarios. El socialismo reformista y las tácticas de apoyo a la burguesía nacional de ciertas corrientes del socialismo revolucionario reforzaron esa tendencia. El riesgo dramático que enfrentamos consiste en un nuevo sumergimiento. La incorporación al espacio económico, social y político de las sociedades capitalistas centrales renueva el horizonte cultural de las clases burguesas. Podrá ocurrir, bajo el capitalismo monopolista dependiente, el fenómeno que se dio bajo el capitalismo competitivo dependiente. Tanto internamente, como desde afuera, el escenario está preparado para compatibilizar el crecimiento morfológico de los proletarios como clase en sí con una consciencia de clase “esterilizada” y con dinamismos de “lucha de clases” desposeídos de elemento político y de un eje verdaderamente revolucionario. El sindicato “moderno” y “democrático”, que toma como estándar al sindicalismo norteamericano, por ejemplo, entra en esa construcción. Lo mismo se puede decir de partidos obreros socialdemocratizados, que ponen en primer plano el combate al marxismo y a la revolución proletaria, y coloca un énfasis secundario en la óptica verdaderamente socialista y comunista de la lucha de clases. Incluso la izquierda católica, que viene desempeñando el papel más positivo, porque le da su apoyo a la formación de la clase obrera y a su desarrollo independiente, vacila en su terminología política y es contemporizadora frente a las estrategias centrales de la lucha revolucionaria. Es preciso tener mucho cuidado en la discusión de tales asuntos. Sería absurdo no reconocer el progreso eventual de pasar de un período de “apatía fomentada y dirigida” y de “alianzas” nocivas a un “nivel de negociación” en el que el consenso proletario se manifiesta tanto defensiva como agresivamente. Sin embargo, el objetivo político que merece ser perseguido va mucho más allá. Éste consiste en la conquista de los proletarios de la capacidad de enfrentar la supremacía burguesa y de luchar por la conquista del poder en las condiciones existentes, de implementación del capitalismo monopolista dependiente, en las cuales es muy difícil combatir simultáneamente al capital nacional y a su régimen autocrático-burgués y al capital extranjero y a su núcleo imperialista de poder. Ahora bien, ese combate no sólo tiene que existir, sino que debe ser simultáneo, si los proletarios quieren alcanzar un desarrollo de clase independiente, encontrar aliados en las clases desposeídas o en las clases medias y ser una alternativa en la lucha por la transformación de la sociedad y por la revolución social.[…]

* La versión completa del texto publicado en este Cuaderno es parte de la antología Dominación y desigualdad: el dilema social latinoamericano, organizada y presentada por Heloísa Fernandes, editada por CLACSO Coediciones con PROMETEO editores (Buenos Aires, Julio 2008) y; con Siglo del Hombre editores (Colombia, Julio 2008).**Sociólogo brasileño (1920-1995) Militante de las causas públicas como la educación gratuita y universal, las políticas afirmativas, la reforma agraria, su obra está siendo redescubierta por las nuevas generaciones de brasileños en las universidades y en los movimientos populares, como el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y la organización Consulta Popular. Autor, entre otras muchas obras, de: A etnologia e a sociologia no Brasil (1958); Fundamentos empíricos da explicação sociológica (1959); Mudanças sociais no Brasil (1960); A integração do negro na sociedade de classes (1964); Sociedade de classes e subdesenvolvimento (1968); A investigação etnológica no Brasil e outros ensaios (1975); A revolução burguesa no Brasil (1975).

REFERENCIAS

(1) Orlando Fals Borda, La subversión en Colombia. Visión del cambio social en la historia. Bogotá, Departamento de Sociología de la UN y Ediciones Tercer Mundo, 1967; Las revoluciones inconclusas en América Latina.1809-1968, México, 1968.
(2) Florestan Fernandes, Da guerrilha ao socialismo: a Revolução Cubana. San Pablo, T. A. Queiroz, 1979. Al final del libro hay una bibliografía seleccionada sobre la Revolución Cubana.